Jaume Puchalt

El agua es un recurso, es conflicto y herida. Su gestión y el aprovechamiento incorporan relatos, memorias y cultura. Canalizarla altera el ecosistema, genera paisajes nuevos y construye otros escenarios. En Betxí (Plana Baixa de Castelló), la acequia y su comunidad mantienen viva la fuente del pueblo y generan una identidad colectiva propia.

 

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Llegué hace cinco años a Betxí porque un grupo de personas interesadas por el río, encabezado por el concejal de Medio Ambiente, querían hacer algo para cuidarlo. Como no tenían claro lo que necesitaban, nos pusimos a trabajar. En primer lugar, se diseñó un proceso de diagnosis técnica participada que, en las sucesivas visitas y entrevistas, nos ayudaría a entender el territorio y sus habitantes para definir a continuación el plan de acción.

La primera visita fue al pantano de Betxí, que nos mostraban con orgullo y cariño porque lo asociaban a recuerdos de niñez, pero que supone una barrera infranqueable para el ecosistema. A pesar de la ineficacia técnica de su construcción, por estar situado en un entorno permeable y alojar el paso subterráneo de la galería drenante de la acequia, la extraña infraestructura aloja el nacimiento de lo que denominan la Font dels Fontanars. Sin embargo, comprobamos que esto no es cierto: en realidad, el agua viene de más allá. Como el principal riesgo de secado de una fuente histórica no es la sequía, sino el desconocimiento, hemos tratado de ir reconstruyendo su historia, sus recorridos.

El origen del agua que llega a la Font dels Fontanars es una galería drenante excavada y construida en el mismo lecho del río, que nace al inicio del término municipal, cerca de Onda. De origen árabe y a la manera de los qanats (canales) árabes utilizados en Siria desde hace más de mil doscientos años, funciona como un punto de captación superficial directa del nivel freático y conforma una galería subterránea y transitable de bóveda de ladrillo maciza, que es sin duda un tesoro escondido del cual son conscientes en Betxí. ¿Qué sentido tenía construir un pantano atravesado por esta galería y en terreno permeable?

L’Horta del Rajolar aprovecha la recuperación de la acequia histórica

Dejando aguas arriba el pantano, antes de devolverle el agua al río Seco, la última beneficiaria de la acequia es l’Horta del Rajolar, un espacio agroecológico comunitario y de aprendizaje impulsado por la Fundación Novessendes. Desde que en los noventa dejó de ser un alcantarillado, por la puesta en marcha de la depuradora de aguas residuales de Onda-Vila-real, el río había permanecido seco y yermo hasta la recuperación de la acequia. Desde entonces y gracias a su efluente, mantiene con cierta calidad la vegetación de ribera característica de estos ríos temporales mediterráneos, a pesar de que desgraciadamente continúa sufriendo vertidos incontrolados.

El técnico de agroecología de l’Horta, Óscar Górriz, me explicó que todo empezó en 2014, cuando unas veinte voluntarias emprendieron la limpieza y rehabilitación de la acequia por no perder su derecho de uso. La existencia y mantenimiento de la acequia han permitido el inicio del proyecto de l’Horta del Rajolar y el desarrollo de este pedazo de mundo y también, con su gesto, aquel grupo de «románticas del patrimonio» daba un giro radical a la historia, o sencillamente la continuaba según el antiguo guion. Mientras el planeamiento urbanístico continúa con la previsión de un desarrollo irreal y las periferias urbanas se abandonan, aquí está generándose un mientras tanto valioso.

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Esquema de los caminos de agua de la Font dels Fontanars en Betxí (Castelló)

Hay que volver a contar el cuento cambiando algunos pequeños detalles

Por eso importa el relato, tanto de la infraestructura como de la comunidad asociada, hay que entender su manera de sostener la vida, porque vivimos historias hechas de injusticias, donde cada pequeña victoria puede suponer cambios significativos y hay que contarlos de nuevo. Lo contrario, abandonar y no atender a las infraestructuras hidráulicas, por ejemplo, es arriesgarse al colapso, al aumento drástico de las consecuencias por riadas, como vimos el pasado 29 de octubre, y al derroche de los recursos. La conexión y la visibilización que un pueblo mantiene de sus aguas, garantiza su calidad de vida.

Para sanar heridas y reconstruir memorias, hay que recuperar y visibilizar los caminos del agua y el patrimonio construido asociado al agua, como por ejemplo las balsas, los molinos, los mataderos y los lavaderos… Estas iniciativas pueden recuperar las historias que nos ayudan a reconectar con nuestro hábitat. Las acequias, como los márgenes de piedra seca, forman parte de una estrategia de gestión hidráulica milenaria incuestionable. Han permitido el aprovechamiento y el cuidado de los recursos, la retención de agua y sedimentos, y el mantenimiento sostenible y eficiente de ecosistemas. Hay que abrir calles, desurbanizar para recuperar la porosidad y las conexiones de unos territorios esponja, para reconectar y mejorar la calidad de todas las aguas, para generar vínculos que íntimamente atiendan a nuestro entorno y nos acerquen de nuevo a él.

Hay que disponer un catálogo de propuestas que configuren espacios de filtro y transición entre los usos urbanos y los caminos fluviales. Se tienen que ensanchar los ríos y restaurar las zonas de laminado de crecidas, para garantizar el desagüe y recuperar las tierras más fértiles y productivas de la huerta, siempre compatibles con esos movimientos. Hay que atender a la vez al detalle de cada acequia y hacer cumplir las normativas europeas, que, como la Directiva Hábitats, la Directiva Marco del Agua y la Directiva de Inundaciones, ya velan respectivamente por entender hábitat y habitantes con una visión conjunta, conseguir el buen estado y la gestión de las masas de agua y garantizar transversalmente la respuesta frente el riesgo.

No debemos olvidar cómo funcionan los ríos, para ser coherentes con nuestra situación al respecto, con las versiones de la historia contada y la respuesta a los dolores que les causan nuestras presiones y agresiones. Un pueblo que olvida los bienes y valores que lo alimentan está condenado a cambiar y perder el rumbo, a cometer errores fatales. El destino que elijamos debe evitar que cuando haya que ocuparse de los problemas sea demasiado tarde o demasiado caro. Mientras tanto, aquí seguimos y seguiremos, tratando de contagiar de una manera saludable y generosa el cariño por la fuente de un pueblo. Porque hay que conseguir más y nuevos recursos para garantizar su mantenimiento y su visibilidad, y para difundir el mensaje y multiplicar el impacto. Para ocupar un territorio y mantenerlo vivo, hace falta una mirada amplia y la protección de los beneficios ecosistémicos, deben generarse alternativas comunitarias que cuiden los tesoros de su entorno.

 

Obras e inversiones que no resuelven los problemas

Los primeros conflictos de los cuales se tiene constancia aquí datan de principios del siglo xix, cuando, para abastecer el regadío de los cultivos intensivos de cítricos, se introdujeron motores de bombeo en los pozos. Además de la transformación evidente del paisaje, el monocultivo y la industria azulejera provocaron el secado y la contaminación del acuífero. Esto cambió cuando una nueva «modernización» del regadío trajo agua (más barata) del río Millares a través de los canales cota 100 y 200, hecho que paralizó los motores y permitió la recuperación del acuífero para alcanzar de nuevo la Font dels Fontanars.

Más tarde, en 1904, tuvo lugar la revuelta del Pantano, una revolución popular que se enfrentó al cacique de Castelló, Victoriano Burgaleta, que pretendía administrar el agua del pantano y aumentar la superficie de regadío. Contra esto, y por la ineficacia de la solución sobre un suelo permeable y atravesado por la antigua galería subterránea, el pueblo se amotinó y paralizó la obra, que nunca entraría en funcionamiento.

Esto de encontrar obras e inversiones, tanto públicas como privadas, que no resuelven los problemas o incluso los agravan y crean otros nuevos, está más extendido de lo que parece. Este mismo pantano, en la década de 1980, presentaba graves defectos y fugas, y en cada crecida provocaba inundaciones a 50 hanegadas de tierras cultivadas aguas arriba. Para solucionarlo, se solicitó, además de la reparación de las fugas y la ejecución de compuertas de fondos, un rebajado de dos metros y medio de profundidad por seis de longitud, para facilitar el drenaje y evitar posibles daños mayores. Pese la resolución afirmativa de 1988, nunca se ejecutó ese desagüe y las tierras de aguas arriba se fueron abandonando o se han ido erosionando con el paso de los años.

La historia se repite en multitud de infraestructuras que, obsoletas y envejecidas, construyen y definen territorios, y representan riesgos para las poblaciones situadas en las llanuras aluviales. Mientras arraigo, me pregunto si es el miedo o solo la ignorancia lo que nos hace defender esas infraestructuras «definitivas» que —como el Plan Sur en València, que supuso la desviación del Turia— vienen a solucionarlo todo y finalmente no solo no han solucionado los problemas hidráulicos, sino que esconden y empeoran la esencia y el funcionamiento de todo un territorio. Hay que revisar y actualizar las soluciones, para complementarlas con medidas lo más «naturales» posible y que recuperen con sentido el buen hacer y los saberes tradicionales.

 

 

Gracias a Rosabel, Ximo, Manolo, Esther, Jesús, Miguel, Fina, José, Joan, Alberto, Javier, Rosa, Domingo, Xavier, Ana, Fernando, Juan, Nacho, José Manuel, Francisco y Josep por haber abierto el paso de esta senda y recuperar su relato.

Jaume Puchalt

Técnico de la Fundación Novessendes

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