Entrevista a Tareixa Ledo Regal, facilitadora de procesos organizativos

Versión íntegra: en galego

Tareixa Ledo

Tareixa Ledo Regal nació en Galiza en el verano de 1961. A los 5 años marchó a vivir a la banlieue parisiense, donde se crio. Allí pudo experimentar el desenraizamiento que provoca la emigración, lo que significa vivir en la periferia, huérfana de tierra. De allí heredó espíritu republicano y de izquierdas. Más tarde, ya en Euskadi, se licenció en Ciencias Políticas y Sociología y en esa tierra pudo aprender la importancia de formar parte de un pueblo con cultura y lengua propias.

Los tiempos en la aldea, en los veranos de la infancia, hicieron surgir en ella una atracción vertebradora por el mundo campesino que la llevó, terminada la licenciatura, a asentarse en una aldea de Abadín (Lugo) donde vivió durante 15 años. Su dedicación profesional se centró en esos momentos en el trabajo comunitario con la gente campesina.

Desde 2002 y durante unos 10 años, trabajó en el Sindicato Labrego Galego - Comisións Labregas (SLG-CCLL), una organización con la que llevaba colaborando décadas. Primero desempeñó su función como técnica en el equipo de la macrocomarca de Ordes (A Coruña) y más adelante en tareas de formación interna con el objetivo de favorecer la implicación de las personas afiliadas y trabajadoras en los procesos de representación y toma de decisiones dentro de la organización.

En todas sus experiencias laborales y vitales, anidó desde siempre un ansia espiritual de colaborar en la transformación social y en la pacificación de la dimensión interna de las personas. Con esa pretensión de fondo, decidió formarse en Estudios de Género y en Terapia de Reencuentro y, a partir del año 2013, centró su actividad profesional en la facilitación de procesos grupales, personales y de pareja desde ese enfoque terapéutico.[1] Hoy, sigue siendo una mujer en camino, habitada por el deseo de emancipación personal y colectiva, que apuesta por construir buentrato en su vivir cotidiano; una mujer feminista que sueña con esos otros mundos posibles y quiere contribuir a que se vayan haciendo realidad en la sociedad, en las relaciones, y también en la intimidad del hogar y de la cama.

¿Qué son para ti los cuidados?

Los cuidados son todo eso que hacemos para que la vida sea posible: la nuestra, la de las personas que tenemos alrededor, la de los animales y de las plantas, la del planeta… Los cuidados han estado históricamente a cargo de las mujeres y por eso nunca han tenido un valor social a pesar de ser imprescindibles para la vida y para la reproducción de la vida. Que alguien me dé de comer, me asee o me dé cariño…, todo eso es lo más básico para hacernos personas. Hace solo unos decenios que empezamos a nombrar y visibilizar esas numerosas tareas de lo cotidiano, a comprender su papel en nuestra supervivencia como individuos y como especie, su función para la cohesión y la vertebración social, para la calidad y el bienestar de nuestras vidas. Estamos articulando estrategias para poner esos saberes seculares en el centro de la vida económica, política, social, relacional, de lo cotidiano…

¿Te parece que el sistema capitalista y el patriarcado deterioraron el significado y la práctica de los cuidados?
El capitalismo no entiende de todo esto. Su centro no es la vida, sino el dinero, la ganancia económica, aun depredando recursos, oprimiendo personas, dañando animales, arruinando el planeta. Y el patriarcado tampoco sabe de cuidados. Es un modelo basado en la violencia que se instaló alrededor del 3000 a. C.,[2] y que sistemáticamente dicotomiza y jerarquiza las diferencias: ser humano/naturaleza, hombre/mujer, blanco/no blanco, con estudios/analfabeto, rico/pobre… Siempre un más y un menos: crea relaciones jerárquicas, relaciones de poder. Es un modelo de violencia contra las mujeres, contra las otras especies, contra la naturaleza. Es un modelo de maltrato.

Ese maltrato en nuestra sociedad parece ser endógeno. ¿Qué papel tiene el movimiento feminista a la hora de transformar esto?
El maltrato, efectivamente, es endógeno a este modelo neoliberal-patriarcal. El movimiento feminista está resituando la importancia de los cuidados, y por lo tanto la apuesta por el buentrato.[3] Para los diferentes feminismos, las diferencias se entienden como complementarias, creando una diversidad enriquecedora. Y todo esto tiene que ver con resituar los cuidados como valor sociopolítico, tiene que ver con ese dinamismo vital básico del cuidado de la vida.

¿Y esto qué significa para esos seres humanos socializados como hombres o como mujeres? La mayoría de los hombres, aun hoy en día, tienen poca o nula experiencia de cuidar en lo cotidiano; fueron socializados tan solo en el dejarse cuidar, en el recibir. Para los hombres significa, por lo tanto, aprender a cuidar, aprender a dar desde el placer. Este es un camino que les toca transitar a ellos, a nuestros compañeros hombres. Y nosotras, mujeres, estamos socializadas para cuidar. Es un mandato de género inculcado que nos obliga y que nos hace sentir culpables cuando no lo cumplimos. A nosotras nos toca deconstruirlo y recuperar el cuidado fuera de la obligación, del deber, y también aprender a dejarnos cuidar, a recibir. Y recuperar el autocuidado y permitirnos disfrutarlo. Todo esto nos cuesta, nos genera grandes culpabilidades. Unas y otros precisamos encontrar un equilibrio entre cuidar y dejarnos cuidar, entre dar y recibir.

Para transformar la sociedad es imprescindible, entonces, trabajar la transformación personal.

Sin ninguna duda. Para una práctica verdaderamente transformadora en la dimensión social, necesitamos trabajarnos en lo personal con mucho empeño y que eso nos ayude a sanar en el adentro toda esa violencia transmitida en la familia, en el colegio, medios de comunicación, videojuegos… De lo contrario, reproducimos en el afuera esa pelea que vivimos en el adentro y nos colocamos en relaciones de poder de dominio-sumisión. No queda otra: escucharnos y negociar en el adentro, estar en paz con nosotras mismas, para poder llevar esas prácticas a nuestras relaciones, a nuestras organizaciones, al ámbito sociopolítico.

Se suele decir que el medio rural, donde se vive en pequeñas comunidades, es un espacio lleno de conflictos; pero el conflicto es algo natural en las relaciones, no tiene por qué significar maltrato. ¿Puedes ahondar en la distinción entre ambas cosas?

El conflicto forma parte de las relaciones. Somos seres con una historia personal diferente, con gustos, expectativas, deseos, miedos… diferentes y, por lo tanto, cuando entramos en relación no siempre miramos para el mismo lugar. Pensar así las relaciones es parte del mito del amor romántico; parecería que, porque nos queremos, tenemos que compartirlo todo: sueños, amistades, tiempos… Y la realidad no es así. Eso es la fantasía de ese modelo de fusión utópica transmitido por los cuentos, las canciones de moda, las series y películas… Y cuando aparece el conflicto, no sabemos qué hacer. ¿Y qué hacer? En primer lugar, saber cómo me siento y que es lo que yo quiero, que es lo que yo necesito. Eso quiere decir escucharme en el adentro, escuchar mi cuerpo; eso es autoconocimiento. Y, a partir de ahí, validarlo y expresarlo, y escuchar también lo que quiere y necesita la otra persona. Y ver qué podemos hacer para que tú estés bien y para que yo también esté bien. Esta práctica tiene que ver con aprender a negociar y vale tanto para las relaciones de a dos (pareja, amistades…) como para resolver conflictos comunitarios o sociales, pero no es fácil de aplicar porque a las mesas de diálogo se sientan hombres con dinamismos patriarcales. 

Y lo mismo en cuanto a la dimensión organizativa: precisamos «organizaciones del buentrato» para transformar la realidad. Si una organización ­—ya sea una empresa cooperativa, un sindicato agrario, un partido político de izquierdas, una ONG ecologista, un colectivo feminista…— genera relaciones y dinamismos de maltrato, está reproduciendo el modelo de violencia y de relaciones de poder instalado, en el que la jerarquía y el binomio dominio-sumisión son las categorías básicas de relación.

Tú conociste de cerca algunas organizaciones, entre ellas, el Sindicato Labrego Galego (SLG). ¿Cómo es el proceso de poner los cuidados en el foco político?
Poner los cuidados en el foco de las organizaciones es para mí una preocupación de años, porque no es fácil. La dimensión organizativa es la más invisible de todas. Nos criamos y vivimos en organizaciones diversas a lo largo de nuestra vida, cada una de ellas conforma una red de relaciones estables, normativizadas, que nos constituyen, nos demandan, nos permiten y prohíben…, y todo eso pasa desapercibido. Sentimos sus efectos en nuestro cuerpo: algo nos incomoda en la reunión, notamos tensión y cansancio, nos sentimos poco valoradas, con pocas ganas de estar, nace la desesperanza… La dimensión organizativa también articula el estilo de relaciones de tú a tú: unas personas deciden y otras han de acatar; se tiende a reproducir el modelo sociocultural imperante. Es importante comprender los mecanismos que generan maltrato en nuestras organizaciones, sobre todo en las que tienen vocación de transformar el modelo social porque si trabajamos desde la creencia de que «más y más es mejor», tan solo estamos reproduciendo ese espíritu productivista propio del capitalismo.

¿Puedes poner algunos ejemplos de maltrato en las organizaciones?

Pues, por ejemplo, llevar el móvil del trabajo a casa, que hace que la organización invada nuestro espacio personal. O los modelos de liderazgo «en masculino»: ese hombre fuerte, con poder, competitivo, omnipresente, que acumula competencias, hiperresponsable, con disponibilidad completa las 24 horas, que decide unilateralmente… Ese es un modelo de liderazgo patriarcal al que algunas mujeres se han sumado para poder cumplir con éxito en funciones directivas. Es un modelo jerárquico, que genera relaciones de poder y, por tanto, maltrato. ¡Tenemos mucho que reinventar! Y lo estamos haciendo, porque lideramos de manera diferente… Marcela Lagarde teorizó hace años sobre todo esto al hablar de los «liderazgos entrañables». En Galiza, por ejemplo, Lidia Senra fue la Secretaria Xeral del SLG a lo largo de 18 años desde ese modelo diferente, contribuyó a transformar la organización y además generó dinamismos sociales diferentes con una influencia importante en el movimiento feminista de nuestro país. Y hay muchas otras mujeres.

Nos interesa ver cómo construir organizaciones que generen buentrato, sea la comunidad de montes comunales de la aldea, una asociación en el barrio o el colectivo de mujeres feministas de la comarca. Ya existen iniciativas innovadoras que centran su intención en el cuidado de los procesos y de las personas, que están atentas al cómo hacer lo que hacemos, porque los lugares de llegada tienen mucho que ver con las maneras de hacer camino. Es un modelo que estamos construyendo, que está emergiendo silenciosamente, pero con firmeza. ¿Algunas prácticas de buentrato en las organizaciones? Claridad en cuanto a quién decide y dónde, mecanismos para una redistribución del poder y de las funciones, respeto a los espacios personales fuera de la organización (pareja, crianza, ocio…). Todo esto tiene que ver con los ritmos de trabajo: lo que transforma no es qué ni cuánto hacemos, sino cómo lo hacemos.

Y, por último, se habla mucho de los cuidados comunitarios que tradicionalmente se ejercían en ambientes rurales.

Necesitamos no mitificar los tiempos pasados y ahora que estamos poniendo en valor las aldeas y las maneras de vida comunitaria propias de los pueblos nativos, no idealizarlas tampoco. Hay que valorarlas como guías para construcciones futuras, pero no idealizarlas. Originariamente, las claves de la organización y las relaciones eran diferentes a las del modelo capitalista patriarcal actual. Eso lo fui comprobando en los años compartidos con la gente campesina en las aldeas de mi tierra: hombres capaces de un cuidado exquisito con los animales, atentos a los ritmos cíclicos de la luna…, y mujeres fuertes trabajando la tierra, llamando a los animales para labrar, decidiendo sobre las propiedades y los bienes de la casa. Unas y otros fuera de esos moldes dicotómicos patriarcales de lo femenino y lo masculino. También lo pude observar en la convivencia con la gente q´eqchi´de Alta Verapaz, en Guatemala: hombres pidiéndole permiso a la tierra para ararla y sembrar el millo… Eran otras relaciones, otras coordenadas vitales. El patriarcado y el capitalismo salvaje introdujeron modos de hacer y de relacionarse, modos de sentir de una orden perversa completamente ajena a esas maneras originarias. En Galiza, pasamos en pocos años de «ser da casa» (con nuestra gente, nuestros animales, nuestra tierra…) a «tener una explotación agraria». Ese fue el cambio que trajo la modernización, tan vendida desde la Unión Europea. Fue un cambio de paradigma vital: pasar de las caricias amorosas a mi ternerito al que puse un nombre y por quien lloro cuando enferma a estabular docenas de animales en una explotación agraria mecanizada y llevar la vaca al matadero cuando ya no da leche suficiente.

Necesitamos reconectar con ese espíritu originario ligado a la tierra y a la vida, un espíritu presente en todos nuestros pueblos nativos cultivado por el colectivo de mujeres desde esa función social asignada de cuidadoras de la vida.  Ahora podemos reconocer su valía y su importancia en nuestra supervivencia en lo cotidiano, y transformarla en categoría política urgente para la supervivencia de la humanidad. Las mujeres tenemos un papel de máxima relevancia y protagonismo en este momento histórico. A los hombres les toca parar y mirarnos, aprender de nuestra experiencia, descubrir su lado femenino, ponerlo en valor y desarrollarlo en su quehacer diario, tanto en la intimidad del hogar como en el ámbito más público. El lema de este pasado 8 de marzo tiene la máxima actualidad y recoge esta mirada: «Sin cuidados no hay vida. Mudando el sistema, derrumbando el patriarcado». ¡Convertir los cuidados, el buentrato, todo ese dinamismo amoroso, en categoría política! El futuro de la humanidad depende de ello.


[1] Más información: reencontrogaliza.wordpress.com

[2]  Las culturas matriarcales duraron aproximadamente desde el 30.000 a.C. hasta el 3000 a.C. según las investigaciones arqueológicas más recientes, iniciadas por Marija Gimbutas en los años cincuenta.

[3] La doctora Fina Sanz Ramón, psicoterapeuta, pedagoga y sexóloga, es posiblemente quien más ha contribuido a analizar y desarrollar el concepto de buentrato desde la terapia de reencuentro, un enfoque metodológico humanista con perspectiva de género.

  PARA SABER MÁS

Tareixa recomienda estos libros:

   Eisler, Riane (2005). El cáliz y la espada, México D. F.: Cuatro Vientos.

   Sanz, Fina (2016). El buentrato. Como proyecto de vida, Barcelona: Kairós.

   Lagarde y de los Ríos, Marcela (2005). Para mis socias de la vida. Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres, los liderazgos entrañables y las negociaciones en el amor, Madrid: Horas y Horas.

   Ledo Regal, Tareixa (2010). Lidia Senra Rodríguez. A historia dun liderado entrañable, Santiago de Compostela: Laiovento.

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