Patricia DOPAZO GALLEGO

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Tierras cultivadas en el proyecto A pleno sol. Foto: A pleno sol

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Trabajando la tierra y maternidad en el proyecto A pleno sol. Foto: A pleno sol

 

El Estado español es el primero en superficie agraria ecológica de la UE y las cifras de consumo interno han aumentado en los últimos años, situándolo en el décimo puesto del mercado mundial. Sin embargo, para los pequeños proyectos de venta de proximidad que abrieron camino a este sector, sigue siendo difícil encontrar la rentabilidad.


El consumo ecológico está en auge e incluso escuchamos que cada vez hay más jóvenes intentando vivir del campo. Sin embargo, esto no es una tendencia homogénea en todo el territorio. En una comarca históricamente agrícola como la Vega Baja del Segura, cuesta mucho encontrar proyectos agroecológicos. Hablamos con Encarna Larrosa y Karen Alexander, que pusieron en marcha hace casi una década A Pleno Sol, un proyecto de producción y venta directa de hortalizas en Orihuela que se ha mantenido aprendiendo a convivir con los obstáculos.

CONVERTIRSE EN AGRICULTORA

En 2010 Karen decidió dejar el doctorado y convertirse en agricultora. Durante su estancia en Inglaterra compraba alimentos ecológicos a través de cestas semanales que se distribuían desde la misma finca de producción. «Yo entonces tenía tierra en Orihuela y vi que lo de las cestas de temporada era una cosa chula y que por aquí no había, así que empecé con la ayuda de una amiga. Era un terreno pequeño, que teníamos bajo control», recuerda. Al principio producían 10 cestas a la semana y las distribuían en puntos de recogida de Orihuela; más tarde, la amiga de Karen se fue, se incorporó Maite y el proyecto tomó fuerza. «Quisimos dar un salto, aumentamos el número de cestas y nos pusimos a buscar tierra; ahí fue cuando, por cosas de la vida, dimos con Plácido, el dueño de la tierra que actualmente cultivamos». Encarni, amiga de Maite, comenzó a echar una mano como voluntaria. «En ese momento empezamos a verlo como un trabajo del que poder vivir, aunque puede decirse que nunca lo hemos conseguido», admite Karen.

Ahora mismo, Encarni es la única fuerza de trabajo de A Pleno Sol, aunque su pareja, Joaquín, la ayuda siempre que puede. «Cuando empecé a venir de voluntaria, el proyecto no daba para vivir tres personas; pero un poco más tarde, cuando Karen se quedó embarazada, yo cogí el relevo. Era sobre 2014. En esa época producíamos 40 cestas, que es lo máximo que hemos conseguido, y recibimos el Premio de Excelencia a la Innovación para Mujeres Rurales que otorga el Ministerio de Agricultura».

GANARSE A LA CLIENTELA, EL VECINDARIO, A LA UNIVERSIDAD

Visitamos a Encarni a principios de agosto en la finca, situada en la partida rural Molino de la Ciudad. Llegó en coche con su bebé de pocos meses y, para enseñarnos el terreno, lo dejó al cuidado de Plácido y María Jesús, que viven en la casa que hay junto a la parcela. «Esta tierra es de ellos», nos cuenta Encarni, «nos la cedieron a cambio de que la cuidáramos porque no pueden dedicarse a la tierra y les daba pena tenerla en desuso». En estos años se han creado unos vínculos fuertes y desde que Encarni es madre, la apoyan quedándose algunos ratos con el bebé mientras ella trabaja en el campo.

Como mucha gente de Orihuela, Encarni viene de familia agricultora. «Mi familia está muy sorprendida de que esté dedicándome a esto, porque la huerta nunca me llamó. Me gustaba la tecnología y el medio ambiente, así que estudié Ingeniería Técnica Agrícola». La carrera no le gustó porque en aquel momento la mayoría de las salidas profesionales estaban enfocadas a «una agricultura intensiva y convencional» y le salió trabajo de otra cosa. Sin embargo, años más tarde, con la crisis, se reconcilió con la agricultura gracias al Máster de Agroecología, Desarrollo Rural y Agroturismo de la Universidad Miguel Hernández. Fue en esa época cuando conoció el proyecto A pleno Sol y empezó como voluntaria.

En la zona no es nada habitual que personas jóvenes se interesen por la huerta. «Aquí hay mucho paternalismo y los agricultores de alrededor tenían mucha más experiencia porque eran de toda la vida», recuerda Karen. «Pero nunca entramos a argumentar contra los fitosanitarios ni a convencer a nadie de nada. Nos veían contentas y ya está». Ella ahora ha dejado el trabajo directo en la huerta, pero mantiene una plantación de limones en ecológico que le ha hecho ganarse el respeto de los agricultores convencionales. «Ahora nos piden incluso consejo», dice Encarni, que complementa los ingresos de la huerta con la formación en agricultura ecológica para mujeres rurales, ayuntamientos y escuelas.

La finca está a 2 km de la universidad donde estudió, donde se imparten estudios relacionados con la agricultura. Las han invitado a dar charlas y seminarios y estudiantes de la asignatura de ecología visitan cada año la parcela de A Pleno Sol, donde reciben también a estudiantes de prácticas del máster y han apoyado algún trabajo de fin de grado. «Siempre hemos tenido buena respuesta de la universidad», cuenta Encarni, «de hecho, muchos de los profesores son clientes. También hemos hecho pruebas con variedades de tomates tradicionales que han recuperado con cierta resistencia a virosis y han funcionado muy bien».

GANARSE LA VIDA

Encarni y Karen han calculado que para que una persona pueda vivir de un proyecto como este, se necesitarían 40 cestas o más y alguna otra fuente de ingresos, como los cursos de formación o las visitas. «Hay muchos gastos fijos a los que hay que sumar la seguridad social. Las cestas hay que ponerlas al menos a 15 €», explican. Karen recuerda que en Inglaterra el precio de las cestas era el doble, «es cierto que los salarios allí son más elevados, pero la gente está dispuesta a pagar más por un buen alimento».

Encarni reconoce que aun diversificando su trabajo de agricultora con la formación llega muy justa a la rentabilidad. «Hoy por hoy, vivir únicamente de lo que produce la tierra sigue sin ser rentable para los pequeños productores. Para mí es más un complemento para la economía doméstica que un proyecto viable y, además, si no tuviera el apoyo de la familia, no podría compaginarlo con la crianza». Su madre la ayuda muchas veces a preparar las cestas o a cuidar al niño. Karen dejó la huerta porque tuvo la oportunidad de acceder a otro trabajo, en el que cobraba mucho más y que le permitía conciliar mejor la vida familiar. «La crianza te coloca en otro sitio», admite.

Durante estos años en la provincia de Alicante han proliferado los mercados agroecológicos, ¿vender en ellos podría ser un complemento? A ellas no les ha parecido nunca una buena opción, ni siquiera para los excedentes que se generan en verano, cuando mucha gente no pide cesta. «Una vez se apostó por un mercado así en Orihuela y participamos, pero solo duró 6 meses porque no acabó de cuajar, en parte por temas políticos», explica Karen. «Era complejo complementarlo, porque nuestra planificación inicial era para una serie de familias. La organización es totalmente distinta, porque no puedes llevar solo lo que te sobre, tiene que ser variado, vistoso. Además, este mercado se anunciaba como mercado de artesanía y la gente no venía con el chip de comprar verdura». Al menos les sirvió para darse a conocer. Ellas piensan que los alimentos ecológicos deberían estar en los mercadillos semanales, sería una buena salida y valdría la pena planificarse.

  Hoy por hoy, vivir únicamente de lo que produce la tierra sigue sin ser rentable para los pequeños productores. Para mí es más un complemento para la economía doméstica que un proyecto viable y, además, si no tuviera el apoyo de la familia, no podría compaginarlo con la crianza  
 

CAMINAR ACOMPAÑADA

«Mi mayor aprendizaje en estos años es que una sola no puede abrirse paso con un proyecto así en el mundo capitalista», dice Karen. «No creas que tienes la superidea, hay que hacerlo en compañía, hay que pensar colectivamente. Algo como la cooperativa La Camperola, en Elx, donde hay más gente detrás y se garantiza la venta. Así, sí».

A pesar de que la clientela de A pleno sol está muy concienciada y es muy fiel, Karen y Encarni echan de menos una red de movimientos sociales en la que apoyarse. «Aquí ha faltado ese apoyo, estábamos muy solas como colectivo, ya no solo como productoras». Para ellas fue una suerte encontrar el Sistema Participativo de Garantía (SPG) Vecinos Campesinos, un colectivo de producción agroecológica de Murcia del que entraron a formar parte. «Somos unos 30 y nos reunimos varias veces al año, también nos organizamos en varios grupos de Whatsapp, uno de ellos es para compartir actividades, ferias o mercados, dudas técnicas, etc. y otro está pensado para sacar excedentes, aunque la logística hay que mejorarla», cuenta Encarni. Gracias a productos del SPG a veces completan las cestas con algunas frutas de temporada.

En la Vega Baja han aumentado los proyectos de agricultura ecológica pero a gran escala y con objetivos únicamente económicos, muchos de ellos de exportación o para venta en las grandes superficies. No hay muchas iniciativas que, como A Pleno Sol, quieran salirse de los circuitos de mercado globales y apostar por la economía local, «y los que han ido saliendo en estos años, a cuentagotas, acaban dejándolo», dice Encarni. Se trata de proyectos de autoempleo, que cuidan la tierra, recuperan saberes, cultivan productos sanos y de calidad, generan relaciones cercanas y justas… ¿Cómo puede ser que no acaben de despegar? ¿El problema está en ellos o en el propio sistema?

Aun así Encarni quiere seguir. En su búsqueda de la sostenibilidad económica, tramitó el certificado ecológico. «Lo saqué con la idea de servir a restaurantes o a algún mayorista pensando en la posibilidad de dejar las cestas, porque requiere tiempo y ahora no dispongo de mucho. Pero lo que temo de otras formas de comercialización es no ser yo quien controle el precio». En su opinión, la gente no abandona estos proyectos porque son un trabajo duro, sino por lo mal pagado que está. «Personalmente, es el trabajo más enriquecedor que he tenido. Yo venía de trabajar en centros comerciales, así que esto me proporciona mucha libertad, trabajar al aire libre, apreciar los cambios de color según el momento del día, los sonidos, investigar los insectos, el suelo, probar con todas las variedades de hortalizas posibles… Cuando empecé flipaba y sigo flipando con eso, la tierra es un laboratorio al aire libre». Puede que sea el momento de mirar más allá del sector servicios, del sol y playa, como generador de economía y apostar por políticas que hagan posible el trabajo digno a productoras como Encarni.


Patricia Dopazo Gallego
Plataforma per la Sobirania Alimentària del País Valencià
Revista SABC

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