Entrevista a Alessandra Turco, campesina e integrante de la Associazione Rurale Italiana (ARI)

Patricia Dopazo

Alessandra Turco forma parte del comité ejecutivo de la Coordinación Europea de La Vía Campesina (ECVC, por sus siglas en inglés). Se formó como ingeniera agrónoma y se dedicó muchos años al acompañamiento y asesoramiento productivo hasta que en 2011 se establece como campesina a 20 km de Turín, en el norte de Italia. Desde entonces, vive de su finca diversificada, cuya producción vende en redes de proximidad.

 ARI

El equipo de ARI en la VIII Conferencia de la Vía Campesina. Alessandra es la primera a la derecha. Diciembre 2023. Foto: ARI

Entrevistamos a Alessandra cuando hace unas semanas que ha llegado de Colombia, de asistir a la VIII Conferencia de la Vía Campesina, la asamblea que organiza cada cuatro años el movimiento campesino para debatir, decidir y festejar. «Ha sido muy potente, como siempre, sumado a que esta vez hacía siete años que no nos encontrábamos. Juntarse con quinientas personas de todo el mundo con la misma carga de motivación que la tuya, es muy emocionante. Esta siempre es la base de estos encuentros, que sales con un aval importante de toda tu estrategia y con mucha energía».

Alessandra trabaja junto a otra persona una finca de 6 ha, dos de ellas de bosque, de donde extraen la leña para alimentar el horno en el que cuecen el pan hecho con el cereal que cultivan ellas mismas y muelen en su molino de piedra. También tienen hortalizas, frutales, gallinas y tres burros. Habitan 400 m por encima de la llanura Padana, el lugar con la producción agroindustrial más fuerte de Italia y donde emigró la gente de las zonas de montaña después de la guerra, abandonando sus cultivos de autoconsumo. Alessandra habita un medio rural disperso y desestructurado.

Italia ha sido durante mucho tiempo una referencia en la producción alimentaria ecológica. ¿Se traslada también esta fuerza al movimiento agroecológico?

Sí, en Italia somos muy fuertes en la producción certificada. El movimiento de la agricultura biológica (como se llama en Italia) nació con mucha gente convencida y se invirtió mucho a nivel estatal. Pero aparte de esto, hay producción ecológica diversa donde podemos incluir la biodinámica, regenerativa, permacultura… y también la agroecología, que es la más conectada al movimiento campesino de hoy y donde encontramos a personas con un recorrido cultural y político, radicalmente opuestas a la revolución verde. ¿Cómo se organizan estas iniciativas con el consumo? Aquí existen grupos de compra solidarios (GAS, gruppi di acquisto solidale), que empiezan como pequeños grupos de afinidad que se organizan para comer bien y más barato, conectarse con la gente del campo para apoyarla, acortar la cadena y aumentar el beneficio para las dos partes. Pero, a diferencia de Francia con las Asociaciones para el Mantenimiento de una Agricultura Campesina (AMAP, por sus siglas en francés) o con otras formas de agricultura sostenida por la comunidad, en realidad, no se construyeron mecanismos que apoyen de verdad al campesinado. En las AMAP hay una participación del colectivo, es realmente un grupo militante que cree en lo que hace y abre posibilidades. El mecanismo de los GAS está más centrado en los pedidos que en compartir experiencia y responsabilidad. En todo caso funcionó más o menos bien durante unos 20 años, ahora se está reduciendo, primero porque la gran distribución empezó a incorporar productos orgánicos y de proximidad en tiendas más pequeñas, y segundo por un gran cansancio general de la población, que siempre tiene mucho que hacer y no tiene tiempo para ir a comprar al productor. Pero, por otro lado, es ahora cuando parece que cobran más fuerza iniciativas similares a las AMAP.

 
   El movimiento campesino de izquierda tiene mucha dificultad para entenderse, aun teniendo ideas muy parecidas a las del otro.   
 

¿Existe un movimiento por la soberanía alimentaria?

Italia tiene mucha experiencia en producción agrícola, pero eso no ayudó a construir un movimiento por la soberanía alimentaria. Primero por el tema económico y de falta de implicación y segundo por la falta de organización del campesinado. Hay 21 regiones diferentes y cada una actúa de una manera a nivel cultural. El movimiento campesino de izquierda tiene mucha dificultad para entenderse, aun teniendo ideas muy parecidas a las del otro. Hemos hecho grandes esfuerzos para generar y fortalecer un movimiento nacional, pero con malas experiencias. Hace diez o doce años, el movimiento Genuino Clandestino, que empezó como una campaña de varias organizaciones contra la agroindustria y por la soberanía alimentaria, se conectó con las diferentes asociaciones campesinas de cada región. En algunos lugares consiguieron su implicación, en otros no. Es un movimiento muy desigual, liderado por organizaciones fuertes que apuestan por ello y que ha conectado con mucha gente «alternativa», con ganas de vivir en el campo, neorurales…, pero no tiene un eje campesino. Es otra cosa. Para nosotros como campesinado es muy difícil utilizar esa plataforma para exigir los derechos campesinos, y eso crea fracturas entre nosotros y Genuino Clandestino. Hay un recorrido institucional fuerte que hacemos en la ARI y en otras organizaciones campesinas y que nos conectan con todo el trabajo de ECVC y que son mecanismos de presión política para trabajar con el gobierno central de Italia, con los gobiernos regionales, con la UE… Genuino Clandestino no quiere meterse en eso, nos consideran institucionalistas. Quieren actuar con la práctica y eso está bien, pero pensamos que si no hacemos a la par el trabajo institucional no conseguiremos llegar a nada, solo creamos islas autárquicas, algo que nos puede acercar peligrosamente a la idea de soberanía alimentaria del gobierno fascista. No estamos aportando un cambio fuerte a la sociedad.

Cuéntanos sobre el trabajo de ARI y sobre la posición que tiene esta organización en la foto de la agricultura italiana actual.

Su historia es muy larga, aunque oficialmente tendrá algo más de veinte años. Era parte de la Coordinadora Campesina Europea, el germen de la ECVC. Antes la integrábamos solo personas campesinas, pero ahora se está abriendo a otros trabajadores y a personas que apoyan al campesinado pero no necesariamente viven del campo. En Italia hay tres sindicatos fuertes reconocidos por el estado: la Confederación Italiana de Agricoltori (CIA), de izquierda; Coldiretti, de centro, de la democracia cristiana; y Confagricoltura, del patronato empresarial más fuerte. En Italia, si queremos ejercer como agricultores, tenemos que registrarnos en alguno de estos tres sindicatos, porque hay que presentar anualmente una declaración de producciones y esto no lo podemos hacer solos. La gente se inscribe por necesidad, pero la asociación utiliza esas inscripciones a nivel sindical, lo que hace que Coldiretti sea de los sindicatos más grandes de Europa, ya que en Italia aún tenemos muchos campesinos. Aparte de estas tres, hay muchas pequeñas organizaciones como ARI que representamos a diferentes tendencias políticas, sin subvenciones del estado y autoorganizadas. En ARI somos todos militantes y, más allá de la presencia en el territorio, tenemos una fuerte capacidad de acción que hace que nos consigamos conectar con el movimiento campesino italiano e internacional. Somos una organización pequeña; no se trata de tener muchos inscritos, sino de crear conexiones y abrir espacios. En este sentido, hemos trabajado muy fuerte para cambiar el reglamento higiénico sanitario (sin lograrlo) y que se reconociera la agricultura campesina; también por los derechos de los trabajadores migrantes en regiones como Calabria, tendiendo puentes con otras luchas similares como la del SAT-SOC en España e involucrando también a Genuino Clandestino, por ejemplo llevando a diferentes encuentros europeos su experiencia con los mercados de venta directa, que fueron muy fuertes en Italia a nivel económico y de organización.

¿Qué ha supuesto un año de Meloni y el ministerio de soberanía alimentaria?

Bueno, para empezar, no entendieron muy bien de qué estaban hablando y, luego, lo que entendieron lo adaptaron a su mensaje. La idea del ministerio de soberanía alimentaria es conseguir una agricultura nacional fuerte y de calidad, que ven amenazada por productos que imitan a las denominaciones de origen tradicionales italianas (queso parmesano, gorgonzola, jamones…) y ahora se producen en el extranjero con nombre similar y se venden en cualquier parte del mundo. Es una protección frente a eso. Es más una estrategia de comercio que de producción y desarrollo de un modelo diferente. El objetivo es que haya una producción de calidad y de confianza, una lógica que descarta a los pequeños productores. Según ellos, para producir más y dar de comer a la población italiana hay que usar productos químicos, ese es el discurso. Realmente es un viaje al pasado, a 50 años atrás. De alguna manera habíamos visto esta tendencia en lo que se llamó la «rivolta dei forconi», hace unos años, cuando los campesinos salieron a la calle a protestar, pero se vio que se trataba de un movimiento de derechas. Reivindicar la agricultura italiana puede tener algún punto de coincidencia con lo que pedimos desde la soberanía alimentaria― la proximidad, los mercados locales, etc.―, pero acaba transformándose en autarquía y supremacismo.

Hemos visto una fuerte transformación en estos meses. Italia fue el primer país que dejó fuera los OGM (organismos genéticamente modificados) y ahora somos los principales promotores de los OGM de nueva generación. Solo nos ha sorprendido que el gobierno se posicionara en contra de la producción de carne sintética, pero fue por la presión de los grandes empresarios de carne bovina y porcina.

¿Y qué hay del trato a los trabajadores agrícolas migrantes?

En octubre se aprobó el decreto Flussi, que establece cada año cuántas personas de otros países pueden entrar a Italia para trabajar en las diferentes temporadas agrarias y luego volver a sus países. Además de eso, seguimos teniendo mucha gente que se mueve a diferentes campañas dentro de Italia y por toda Europa. Los diferentes mecanismos que se han establecido, en lugar de regular el trabajo en negro, lo han facilitado, como la ley contra el caporalato (contra la explotación laboral) y el buoni di lavoro o voucher, que era una especie de cheque prepagado con el que podías pagar por día a los trabajadores temporales. No se han construido reglas de trabajo que apoyen y beneficien a los trabajadores del campo, sean o no migrantes. Hoy ha vuelto el contrato por día en agricultura, donde señalas a final de mes los días trabajados, pero sin controles, son instrumentos que no funcionan. La explotación sigue siendo tremenda, hay una falta de derechos de las personas migradas que es transversal. Ni los niños ya nacidos aquí se reconocen como italianos.

 
   Para mí es difícil luchar por el colectivo LGTBIQ+ dentro del campesinado, porque lo que la gente percibe es que hay problemas más importantes.   
 

¿Y cómo está la situación para las personas LGTBIQ+ en el mundo rural en Italia, especialmente tras la llegada al gobierno de la extrema derecha?

Respecto a España, Italia tiene mucha menos capacidad de tratar esos temas. No está interiorizado en la cultura y en la población, nos quedamos atrás. Por ejemplo, el género neutro se empezó a usar hace muy poco y tampoco se nombran ambos géneros de forma normalizada. Yo soy lesbiana y tengo una niña que me inseminaron en España porque aquí no se nos reconoce y no podemos ingresar en el recorrido de salud reproductiva. Tampoco se nos reconoce la maternidad legal de esa niña como pareja. En muchos municipios de Italia han cancelado y borrado las inscripciones de los niños de las parejas homosexuales y están en juicio para saber si esto es legislativamente aceptable. Es un ejemplo de cómo estamos. Lo que ha sido interesante en la Conferencia de La Vía Campesina en Bogotá es que se ha abierto un proceso a nivel global para reflexionar el tema de la diversidad sexual y de género. Esto es algo muy valioso porque cada región está en niveles diferentes, pero todas aceptaron trabajarlo y este paso convierte a La Vía Campesina en un movimiento avanzado. Realmente para mí es difícil luchar por el colectivo LGTBIQ+ dentro del campesinado, porque lo que la gente percibe es que hay problemas más importantes.

En España ahora existe una gran preocupación por la llegada de macroproyectos energéticos al medio rural. ¿Ocurre lo mismo en Italia?

Aquí nos adelantamos, ya no se puede usar suelo agrícola para poner paneles solares. Italia es más pequeña que España y está más poblada, entonces es difícil encontrar zonas extensas. Se pusieron en zonas de difícil acceso, de montaña, aisladas. Y también en Cerdeña, que ha estado muy afectada porque el solar se promovió encima de las estructuras agrícolas. Es un desastre, había subvenciones y hay invernaderos construidos solo para poner encima los paneles porque entraron muchos inversionistas extranjeros y dejaron los invernaderos vacíos. Pero la capacidad de Cerdeña para trasladar esta energía al continente es limitada y ahora estamos en una situación de sobreproducción. Algo inútil. El viento nos toca de forma diferente, ha llegado en una segunda ola y es reciente.

 
   Si nos quitan nuestros instrumentos de producción agroecológica, como el agua o la semilla, será imposible sobrevivir como campesinado.   
 

¿Cuál es tu principal preocupación respecto al sector agrario y la alimentación?

Las semillas. Trabajo ese tema a nivel internacional y hay muchos problemas. Con este desastre del cambio climático, para el que no estamos preparados, si nos quitan nuestros instrumentos de producción agroecológica, como el agua o la semilla, será imposible sobrevivir como campesinado. En mi finca los árboles se están muriendo por falta de agua porque en los últimos dos años apenas llovió. Logramos una subvención para hacer un pozo y llegamos a los 40 m de profundidad, pero no hay agua. Por otro lado, las patentes y la biopiratería pueden contaminar nuestros recursos fitogenéticos. A nivel global hemos propuesto lanzar campañas sobre las semillas y OGM, volver a trabajar fuerte en espacios como la FAO, donde están quienes toman las decisiones. Mientras tanto, se sigue invirtiendo en tecnificación y digitalización, que para producciones como la nuestra son completamente inútiles. Siguen sin reconocer nuestra capacidad de innovación como campesinas. No solo no tenemos fondos y políticas que nos apoyen, sino que van en dirección contraria. Eso me da miedo.

En Francia ha habido un fuerte movimiento contra las megabalsas y la privatización del agua para la agroindustria ¿Cómo resuena esto en Italia?

Sobre las megabalsas, lo interesante es que Coldiretti quería promoverlas aquí y es algo totalmente aceptado por la opinión pública porque se relaciona con la posibilidad de producir más, con la dependencia del grano de Ucrania, etc. Esta narrativa la tienen totalmente controlada y los medios de comunicación están alineados, el mensaje llega.

En el norte de Italia, en Turín, tenemos un movimiento muy fuerte contra el tren de alta velocidad en conjunto con el movimiento francés, desde siempre, y la capacidad de respuesta de este valle ha sido brutal. Surgió un sentido comunitario de lucha intergeneracional. Con Les Soulèvements de la terre hemos tenido contacto directo. Antes de la última ocupación hicieron una gira por el norte de Italia y llegaron hasta aquí, hasta el valle de Susa, y mucha gente de aquí participó en sus acciones. En la conferencia de Bogotá se reivindicó esta forma de luchar por los recursos y su estrategia para conseguir el apoyo de organizaciones que no son aliados históricos del campesinado. Aquí en Italia la conclusión siempre es la misma: en Francia se mueven y se van a la calle y consiguen el apoyo de la opinión pública. Y nosotros no lo logramos. Es increíble, sigue siendo así. La gente sigue pensando que nos oponemos a la construcción de algo que va a desarrollar el país. Solidaridad con Francia, pero incapacidad para movernos en este nivel, aunque al menos se abren espacios de reflexión que van contaminando.

Patricia Dopazo

Revista SABC


Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo

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