Entrevista a Maria Cristina Bernabé, defensora del territorio

Patricia Dopazo

Maria Cristina Bernabé es defensora del territorio del pueblo maya qanjobal de Guatemala. Pertenece a la asociación de mujeres Aq’ab’al, que en el calendario maya significa aurora. Hablamos con ella sobre las formas de resistencia a las opresiones sobre la tierra, las comunidades y los cuerpos, sus afectaciones y las experiencias de sanación colectiva.

 

 
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Maria Cristina Bernabé. Asociación de mujeres Aq’ab’al. Foto: Ester Pérez Berenguer

Guatemala vive desde hace semanas paralizada por la revuelta popular. Iniciada y liderada por los territorios y autoridades indígenas, manifestaciones pacíficas continuas denuncian la negativa del gobierno de Alejandro Giammattei a aceptar el resultado de las elecciones celebradas en agosto, que, tras décadas de gobiernos de extrema derecha, cambiaría el curso de la historia del país y daría el poder al partido progresista Movimiento Semilla. Maria Cristina Bernabé, de visita en Catalunya para compartir sus experiencias de resistencia, señala la importancia que está teniendo la participación de las mujeres en estas semanas de movilizaciones. «La población está arriesgando la vida al frente de estas luchas. Por eso hacemos un llamado a la comunidad internacional para mostrarse a su lado porque estamos sufriendo y no es justo que pisoteen la constitución política de la república», denuncia.

Maria Cristina tiene en su memoria multitud de experiencias de resistencia, algunas muy importantes y exitosas, como la que en 2016 consiguió expulsar a la empresa Hidro Santa Cruz (Ecoener-Hidralia, de capital español) de su municipio, Santa Cruz de Barillas (departamento de Huehuetenango). Esta compañía pretendía construir una planta hidroeléctrica en el río Q’amb’alam y, ante la oposición de la comunidad, desplegó un operativo de represión que supuso muchos años de violencia, multitud de detenidos, persecuciones y el asesinato de un líder comunitario por parte de trabajadores de la empresa.

El caso de la expulsión de Hidro Santa Cruz de Santa Cruz de Barillas demuestra que la lucha contra las agresiones al territorio puede tener éxito y es un referente para casos similares. ¿Cuál fue el precio y cuáles los aprendizajes?

Es muy importante que las comunidades logren paralizar a las empresas, pero lamentablemente los medios de comunicación no lo difunden. En nuestro caso, la empresa llegó a instalarse, pero siempre prevaleció la organización comunitaria y la búsqueda de estrategias para defender la tierra. La comunidad estuvo siempre bien informada. La empresa explota la tierra, se lleva los recursos, pero no supone un desarrollo para las comunidades. Además, causan enfermedades e impactos negativos. Quisieron comprar a los líderes, generar divisiones, nos intimidaron. Hubo varias herramientas muy fuertes para defendernos, especialmente, a nivel internacional, el convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y las consultas comunitarias que ampara. En las consultas que realizamos más del 90 % dijo que la empresa no debía ingresar. Se ratificaron las actas y tuvieron mucho valor. Otra actividad fundamental fue invitar al juez de paz a visitar el lugar y a que diera fe de que no solo era una hidroeléctrica, sino una empresa minera. Y, por supuesto, el trabajo conjunto de las mujeres, los hombres y la juventud y todas las manifestaciones pacíficas, cruciales para dar a conocer la situación. Solo de esta forma nos escucharon.

¿Cómo afecta una intervención tan agresiva en el territorio a la dimensión afectiva y espiritual de la comunidad?

Hay una conexión muy profunda con la madre tierra, con el agua, con los árboles. Cuando las empresas se instalan, privatizan los pasos comunales, traen guardia y militares. En nuestro caso, el río y las cataratas donde pretendían instalar la hidroeléctrica son lugares sagrados, visitados por las comunidades, y cortaron el acceso, así que afectó mucho porque perdimos ese contacto. Específicamente, el impacto en la vida de las mujeres es más profundo todavía porque estamos más conectadas por nuestra capacidad de ser madres y criar, como la madre tierra, como las semillas. El maíz, el frijol, es básico para nosotros y la tierra lo produce para dar vida. A las orillas del río Q’amb’alam se siembra la milpa, sobre todo lo hacen mujeres solteras, abuelas, viudas… Al privatizar la tierra todo eso se rompe y se ven afectados nuestros cuerpos y nuestras vidas.

 
   Hay mucho machismo en las luchas por la defensa del territorio   
 

¿Cómo trabaja la asociación para fortalecer y mejorar la vida comunitaria?

La asociación de mujeres Aq’ab’al nace en un principio para poder contar con un espacio solo de mujeres, íntimo, ya que se empiezan a ver situaciones que no salen a la luz por no tener espacio propio.

En 2012, el gobierno dictó el estado de sitio por la violencia que se generó en la comunidad. La asociación tuvo un papel importante difundiendo las actividades negativas del proyecto y algunas lideresas estuvimos obligadas a salir de nuestros territorios por la persecución de la empresa. Varios de los dirigentes comunitarios fueron encarcelados y sus esposas quedaron solas con los hijos e hijas, al cuidado de todo, incluyendo la preocupación por su esposo, la falta de información, ir a verlo a la ciudad… Estas mujeres tomaron la maleta cuando muchas no habían salido nunca de sus municipios y no sabían hablar castellano. Hicimos un trabajo importante de acompañamiento, organizando también su cuidado y el de sus hijos en momentos muy duros. Algunas empezaron a enfermar, hubo abortos, desequilibrios en la salud, etc. No se da a conocer, pero fue fuerte este impacto en ellas y todo ese dolor y enfermedades cuando se instala es muy difícil de curar, por eso se trabajó un proceso de sanación. El resultado fue que ellas se reconocieran también como luchadoras. Hay mucho machismo en las luchas por la defensa del territorio, las han dirigido hombres y el papel de las mujeres ha sido poco reconocido. Para frenar a Hidro Santa Cruz el trabajo fue conjunto, ellas ayudaban a buscar estrategias, iban a manifestarse, además de sus trabajos habituales…, pero queda como escondido. Hacerlo visible es un gran logro de la asociación. También los procesos de sanación.

¿Qué entendéis por sanación?

La sanación ha sido muy importante para poder recuperar la alegría de las mujeres y su propia persona, poder reconocer que la vida está llena de cosas buenas a pesar del dolor y ser capaz de empoderarse y enfrentar la violencia y el machismo. En algunos casos no se logra sanar en su totalidad, pero sí poco a poco empiezan a reconocer su vivencia y a entender que mantenerse con enojo o guardar resentimiento no trae nada bueno a la vida y a la salud. Entonces empiezan a vivir más tranquilas.

Los procesos de sanación valoran mucho el curar a través de los elementos naturales, el agua, las plantas medicinales, liberar a través de la respiración y de ejercicios corporales. Pero lo primordial es la escucha, que alguien escuche y que la mujer que da a conocer la situación que ha vivido se sienta acuerpada y acompañada con el dolor que le han causado, que sepa que no está sola y que no es la única. Es la sororidad. Si ella sufre violencia, todas sufrimos. Algo muy interesante es que al momento de escuchar ponemos el oído, el sentimiento, el ser, pero no nos cargamos de emociones que pueden ser negativas para nuestro cuerpo. Se hacen ejercicios para no cargar y todas nos liberamos de esas emociones, no nos quedamos con esos sentimientos ajenos. Es algo bonito de los procesos de sanación, que sea un espacio liberador. Esta es la importancia del agua y del aire, se llevan esas emociones y traerán nuevas. El agua es símbolo de transparencia, de ir y venir, y así es la vida, los días cambian, dan vueltas, pero todos son diferentes. Es muy liberador valorar y trabajar con estos elementos desde nuestro ser. Tiene mucho significado para nosotras.

¿Cómo es la vinculación de las personas más jóvenes de la comunidad con la defensa del territorio? ¿Cómo influye el proceso migratorio de muchos de ellos?

Cuando sucedió todo aquello, participaron todos los integrantes de la comunidad, aunque los más pequeños se mantienen alejados y resguardados si hay riesgo de violencia, pero la curiosidad siempre sale, siempre hay niños observando. Los jóvenes sí tenían conciencia y se involucraron, hombres y mujeres, pero la vida de la juventud es muy de ir y venir. En el momento se emocionan, en cambio, su vivencia es diferente a la de un adulto, que tiene un compromiso por encima de todo y le da seguimiento. Hay jóvenes muy comprometidos, aun así, las condiciones que tenemos en nuestros países no permiten a veces que continúen allí y muchos hombres migran. Algunos tuvieron un gran papel en el conflicto, pero ya no están, la mayoría migra a EE. UU. y a México; otros dentro del país consiguen algún trabajo. Ahí se rompe el vínculo, aunque algunos desde allá ahora están aportando a la lucha, pero no es lo mismo que estar presentes, que es lo que se necesita en estos momentos. Ahora son las mujeres las que se quedan y salen a protestar y eso afecta a la vida, porque no solo no se reconocen sus esfuerzos, sino que tienen responsabilidades dobles.

 
   No se valoran nuestras profesiones o nuestra capacidad de liderar, sino solo servir a los demás.   
 

¿Qué diferencias encuentras entre las formas de participar en la lucha de hombres y mujeres?

Al menos en la asociación Aq’ab’al nuestro objetivo es tener una vida libre de violencia y sin exclusiones. Cuando hablamos de defensa del territorio, las mujeres luchan por todos, por sus hijos, por la madre tierra, por todos los que están a su alrededor. La lucha de los compañeros a menudo se vuelve protagónica porque la encabezan y no dan lugar a que otros líderes asuman compromisos. En cambio, el caso de las mujeres es como una red que integra a muchas otras para que vayan conociendo el proceso y puedan liderar en su comunidad; ve más allá del momento, empodera a otras mujeres. Un ejemplo es cuando nosotras quisimos organizarnos dentro de la comunidad, los compañeros no veían nuestro papel más allá de que pudiéramos cocinar para quienes se estaban manifestando. ¿Qué quiere decir esto? Que no se valoran nuestras profesiones o nuestra capacidad de liderar, sino solo servir a los demás. Esta es una gran diferencia y lo seguimos viendo en las luchas actuales. Las mujeres lo hacemos de manera colectiva, nos tenemos que servir y autoservir. Los compañeros esperan a ser servidos.

¿Cómo interpretas la relación entre la espiritualidad y la acción política?

Los pueblos han hecho política siempre desde la organización comunitaria, está totalmente relacionada con nuestras vidas y desde ahí se mantiene la espiritualidad. Todo está vinculado. En Aq’ab’al no imponemos y no excluimos, respetamos todas las espiritualidades e ideas religiosas. Hay mujeres católicas, protestantes y que practican la espiritualidad maya. Todas logramos coincidir en que la espiritualidad maya es un medio para tomar fuerzas a través del sagrado fuego, para unificarnos y estar juntas en ese momento. Las ceremonias de agradecimiento hacen que nos conectemos. Pero si alguna compañera no quiere integrarse o no logra comprender estos espacios, se respeta que camine poco a poco en la espiritualidad.

Ahora bien, cuando la política partidista usa la espiritualidad para pelear por poder, esta pierde su sentido. Eso es algo lamentable y triste porque los políticos solo se acuerdan de las ceremonias mayas para ser votados. La esencia no es esa. La espiritualidad maya tiene su propia conexión, que siempre han utilizado los pueblos para protegerse y ofrendar por la maravilla que es la vida. Nos ha dado muchas cosas. ¿Cuántas veces se agradece al aire que producen los árboles? Para mucha gente esto es una locura porque los árboles no hablan, pero para los pueblos indígenas, para los abuelos y abuelas, eso es lo que nos da la vida.

Patricia Dopazo

Revista SABC

 

  PARA SABER MÁS

   Lluites feministes en defensa de la vida i el territori. Conversación entre cuatro mujeres que encarnan el conflicto capital-vida desde diferentes territorios: Guatemala, Honduras y Catalunya. En odg.cat

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