Sujetos políticos en singular y en plural
Patricia Dopazo Gallego
Este último año, se ha replicado la experiencia de las escuelas de economía feminista de Centroamérica en tres comarcas del País Valencià. Hablamos con algunas participantes para conocer su vivencia y sus reflexiones.
María José y Nerea en el encuentro de escuelas de economía feminista rural. Foto: Patricia Dopazo
Origen, identidad y voz
Nerea dice que una de las cosas que ha aprendido en la escuela de economía feminista es a ser honesta consigo misma. Vive en un pequeño pueblo de la comarca de la Serranía (interior de la provincia de Valencia) de unos 500 habitantes. «Mi madre me dijo un día, cuando tenía 8 años, que nos íbamos a vivir a Gestalgar y pasé de una escuela de unos 400 o 500 alumnos a una de solo 30». Ahora tiene 20 años y es muy consciente de cómo esto la ha condicionado, de que es quien es por estar donde está, aunque encuentra difícil explicar mucho más. «Estoy en una etapa de mi vida donde no sé muy bien quién soy ni cuáles son mis orígenes ni a dónde pertenezco. No sé si me siento rural o no, estaría mintiendo porque no sé qué pensar sobre mi identidad. Estoy en ese punto, pero creo que es normal a mi edad».
Las escuelas de economía feminista rural han sido una iniciativa de la fundación Mundubat en tres comarcas del interior del País Valencià, la Serranía, el Comtat y el Alto Palancia. Según la descripción que hace la organización, son «espacios de aprendizaje que buscan incorporar mecanismos de resistencia en la vida cotidiana de las mujeres. El objetivo es aprender a politizar sus situaciones vitales, descubriendo el funcionamiento del sistema patriarcal y neoliberal, y su impacto en sus vidas». Durante los últimos meses, mujeres de perfiles diferentes se han encontrado para reflexionar, compartir y debatir, siguiendo el modelo de las escuelas que nacieron en 2004 en Centroamérica de mano de la Red de Mujeres Mesoamericanas en Resistencia por una Vida Digna. Una de las integrantes de esta red, Tita Torres, asistió al encuentro final de las tres escuelas y cuando hablaba de las mujeres como sujeto político en singular y en plural, también mencionó el tema de la identidad. «Soy mujer mestiza, fruto de una violencia matricial. No sé exactamente quién soy ni cuáles son mis orígenes».
«Ser honesta», para Nerea, es aceptar sus sentimientos y pone en el centro la afectividad cuando confiesa: «No me culparé nunca por ser sensible, me parece de lo más bonito. Sentir es ser persona y cuando la gente no se permite estar mal o llorar, no se está permitiendo ser persona. Mucha gente va al gimnasio para «cultivar el cuerpo», pero no cultiva su mentalidad ni sus sentimientos. Si no estás bien, tratarás mal a los otros. Todo empieza en nuestras carencias, en lo que no sabemos gestionar. No tenemos responsabilidad afectiva y por eso hacemos tanto mal. Yo prefiero darle valor a todo esto ahora, desde los 20 años, y llegar a los 40 y estar en paz». Explica que siente mucha rabia cuando desvalorizan su voz por considerarla una niña y que muchas veces se deprime por no encontrar «gente buena». Ella ha sido la participante más joven de las escuelas y le ha gustado mucho compartir con mujeres tan diferentes, dice que le han dado esperanza y tranquilidad. «De todas las cosas que he escuchado con ellas en la escuela me quedaré con las que me han llegado más adentro y seguro que me ayudan a aprender, a encontrarme».
Aclarar conceptos y hacerlos tuyos
La madre de Nerea es María José, que también ha participado en la escuela de la Serranía. De hecho, fue ella la que encontró el anuncio gracias a la concejalía de igualdad del pueblo. Ese concepto de «economía feminista» le llamó la atención porque, a pesar de haber estado siempre interesada en el feminismo, no lo había escuchado nunca. Se apuntó sin saber dónde iba, porque piensa que hay que estar abierta a nuevas experiencias. Ahora, después de estos meses en la escuela, puede dar su propia explicación. «Yo entiendo la economía feminista como un tema de apoyo, de no entender el mundo como persona individual, sino en global. Puede abarcar muchísimas cosas, pero, para mí, va especialmente de apoyarnos entre nosotros, las mujeres, que desgraciadamente hemos pasado muchos años siendo nuestras propias enemigas».
Otro concepto que, antes de la escuela, María José no acababa de hacer suyo es el de «ruralidad». Cree que en los medios de comunicación a menudo se vincula a un ámbito marginalizado, pero ahora, para ella, su significado se ha ensanchado: «es verdad que en el pueblo tienes el campo cerca y esto te hace vivir a otra velocidad y ver las cosas de otro modo». María José llegó a Gestalgar hace once años desde el área metropolitana de València con sus criaturas, Nerea y su hermano, buscando cambiar de vida después de sufrir violencia de género. «Ahora me siento incómoda en la ciudad, estoy mucho más a gusto aquí y, además, con mi trabajo de peón forestal paso todo el día en la montaña. Es verdad que no puedo sentir el mismo vínculo con el territorio que la gente que ha nacido allí, que tiene a sus antepasados allí y que ha estado allí de niño. Pero quizás conozco más cosas del pueblo que ellos porque me he preocupado de entenderlas y averiguarlas. Entonces, ¿por qué no?, sí, me considero mujer rural».
A María José le ha enriquecido compartir esta experiencia con su hija, a quien le gustó mucho la idea de sumarse también en la escuela. «Decíamos que dentro de la escuela éramos dos entidades diferentes, cada una con sus ideas y sin ninguna dependencia. Ella se defiende y se relaciona bastante bien por sí misma. Pienso que vale mucho y estoy muy orgullosa de ella», dice María José.
Conflicto, rabia y miedo
Las escuelas del País Valencià han adaptado el contenido y las metodologías de las escuelas de Centroamérica. Alrededor de cuarenta y cinco mujeres han trabajado de forma muy dinámica, participativa y vivencial el concepto de economía feminista y economía de los cuidados, las relaciones de poder del sistema patriarcal y las estrategias de resistencia. Cada escuela ha hecho cuatro sesiones donde las participantes se han conocido, han estrechado sus vínculos y han reflexionado juntas. Temas de actualidad como el racismo, la extrema derecha, la migración o los impactos de la crisis climática han estado también muy presentes durante estos meses de actividades, y también el asunto de nuestra gestión del tiempo. Hay muchas cosas que las mujeres del sur y de aquí compartimos, entre ellas, en palabras de Tita Torres: «ser especialmente pobres en tiempo», en gran parte debido a la influencia del capitalismo y la trampa de la productividad.
Nerea pensó que participar en las escuelas le enriquecería y la haría crecer como persona, «que es ahora mi prioridad», afirma. Ha hecho el grado medio de Atención a Personas en Situación de Dependencia y actualmente está estudiando el superior de Integración Social. También trabaja algunas horas como terapeuta ocupacional en el pueblo, en un taller de memoria para personas mayores. «Trabajar con las personas me gusta mucho, y pienso que lo hago bien, aunque tengo mucho que aprender y mejorar, especialmente el reto de ser consciente y constante». También tiene claro que, de forma inmediata, su futuro no está en el pueblo, que se tendrá que ir para continuar aprendiendo. «Es una pena, pero yo no puedo trabajar con personas en un pueblo donde no hay. Tendré que ir a buscarlas fuera. Necesito estímulos y aquí no los tengo. Estar en un pueblo tiene cosas buenas, como encontrar espacios de calma cuando quieres estar a solas. Pero la realidad es que la oferta laboral en mi ámbito no existe».
Los relatos de vida de las mujeres mayores del taller de memoria donde trabaja, han hecho reflexionar a Nerea. «Me gusta mucho escucharlas. Cuentan que a mi edad muchas de ellas ya estaban casadas y con hijos. Me sorprende mucho, porque yo no me veo en eso ni de lejos. Estoy en un punto en que ni siquiera sé cómo ayudarme a mí misma». Compara su situación con la de ellas y, a pesar de que piensa que ellas lo pasaron «realmente mal», cree que tampoco ella y las mujeres de su edad lo tienen fácil. «Es muy heavy cómo piensan ahora muchos jóvenes», dice en relación con las cuestiones de género y a las fuentes de información que consulta la gente de su alrededor. Admite que muchas veces evita la confrontación en temas políticos porque no encuentra fácilmente gente dispuesta a discutir con argumentos y tranquilidad, como a ella le gustaría hacerlo. «Veo el futuro que me espera, las malas noticias y que todo será difícil y me da rabia y miedo, por ver cómo lo estamos dejando todo. ¿Por qué tiene que ser necesario esto ―en referencia en las escuelas de economía feminista―? Igual que tener que hablar de la homosexualidad o de violencia de género, no debería ser así».
Crear nuevo poder
En el encuentro de las tres escuelas, que se celebró en Agres (el Comtat), Nerea fue la portavoz de su escuela para compartir con el resto los desafíos colectivos que tienen por delante. Mencionaron en primer lugar la preocupación por el aumento del fascismo y las actitudes de odio. Como retos para hacer frente a esto: profundizar en la reflexión sobre hacia dónde estamos yendo y el cambio necesario, saber comunicar para llegar a la gente, practicar los autocuidados y no olvidarnos de nuestro bienestar y mantener y ampliar la red de mujeres de manera autogestionada.
Aunque Nerea nunca ha pensado en sumarse a un colectivo activista, sí que tiene muy claro que esta red que se ha generado entre las mujeres de la comarca gracias a la escuela de economía feminista, debería continuar. Su madre recuerda haber pensado hace años, con otras mujeres, en la posibilidad de poner en marcha un grupo feminista: «Fue cuando tuvimos en el pueblo el club de lectura y gracias a esto dimos mucha visibilidad al tema de la mujer. Creo que con actividades de este tipo se llega a mucha gente. También a gente joven, con la que creo que hay mucho trabajo por hacer para que puedan ver el feminismo como lo que es, sin criminalizarlo», dice María José. Ahora, después de la escuela, recupera con mucha motivación esta idea: «Podemos reunirnos cada quince días o cada mes, y proponer temas y actividades, especialmente para trabajar la educación, que es de lo más importante que hay».
Mirar adelante de manera colectiva es una de las muchas cosas que se llevan las mujeres que han participado en estas escuelas. Para continuar aprendiendo a resistir y reexistir, que, como dice Tita, es una manera de estar en el mundo y de «crear nuevo poder, no repartir el existente».
Patricia Dopazo Gallego
Revista Soberanía Alimentaría, Biodiversidad y Culturas