Prólogo a la edición española de Vivir con los animales. Contra la ganadería industrial y la «liberación animal», de Jocelyne Porcher. Ediciones El Salmón, 2021

Emma Rojas Sánchez y Martina Marcet Fuentes

Almáciga María Sanchez Planeta

 El libro que tenéis en las manos, Vivir con los animales, cuestiona los discursos más en boga hoy en día sobre nuestra relación con los animales: los de la liberación animal, el antiespecismo y el de quienes relacionan la ganadería con la crisis climática. Su autora, Jocelyne Porcher, nos plantea que la vida humana ha sido y es convivencial con los animales domésticos y que para seguir viviendo con ellos, y mejor de como lo hemos hecho hasta ahora, hace falta cambiar los fundamentos del mundo. Básicamente, hace falta eliminar el capitalismo.

Las críticas de Porcher al sistema

A lo largo del libro, la autora critica la zootecnia, la ganadería industrial (o como ella lo nombra, industria agroalimentaria, porque la ganadería nunca puede ser industrial), con todo lo que conlleva: considerar los animales solo como variables productivas y tratarlos como «objetos», no como seres vivos. Pero, además, critica que esta industrialización provoca sufrimiento moral a las personas que se ven inmersas en ellas. Desde los ganaderos a las personas que trabajan en los mataderos.

También critica las corrientes de la liberación animal y el antiespecismo, así como a quienes abogan por procesos como el rewilding (esto es, «resilvestrar», devolver a los animales a su supuesto estado «salvaje»), poniendo de relieve que nuestra subjetividad también se construye con la convivencia con animales. Su teoría se centra en que la ganadería entendida de forma respetuosa y más cercana a los modelos tradicionales, se basa en el sistema del don y el contra-don con los animales. La teoría del don es una teoría antropológica forjada por Marcel Mauss, en la que estudió distintos sistemas de intercambio ritualizado en diferentes culturas. Su planteamiento general se fundamenta en que las sociedades humanas no se han basado en intercambios comerciales meramente interesados, sino que en muchas culturas se establece un dar y recibir de manera desinteresada, pero que a su vez liga a los protagonistas en un lazo espiritual, que se relaciona con la protección y el cuidado mutuos.

Para Porcher, plantear la liberación animal y dejar de convivir con los animales no nos hace mejores, sino que nos empeora. Por un lado, provoca la desaparición de la ganadería en sí misma. Esto, más allá de causar dudas de cómo podría llevarse a cabo, supone eliminar una actividad humana que es completamente necesaria para garantizar la soberanía alimentaria, así como para cerrar los ciclos de la materia y la energía en la actividad agraria. Porque el estiércol que produce la actividad ganadera es nutrición sana para el suelo y las plantas que lo habitan. Y más ante el horizonte de escasez de fertilizantes sintetizados.

Pero, a su vez, abolir las relaciones de convivencia con animales domésticos nos distancia de los animales, y los circunscribe a una noción de naturaleza salvaje en la que solo podemos admirar pero no relacionarnos con ella. Esta situación nos empobrece como personas, ya que perdemos un ámbito relacional esencial. De hecho, cuando se habla de antropocentrismo y de antiespecismo, un aspecto que a veces no se tiene en cuenta es que hay dos formas de entender estas dinámicas. Desde la perspectiva de que el punto de vista humano es el centro del mundo, o bien —y esta es la perspectiva de Porcher, y la de muchas de nosotras—, que nosotras somos una especie más entre otras, pero que no podemos salir de nosotras mismas para ser otros seres. Lo que podemos es establecer relaciones de convivencia o parentesco con ellas. Y esto lo hacemos, especialmente, con los animales domésticos. Estas relaciones son las que nos enriquecen.

Las posiciones antiespecistas, a la par, acaban siendo un aliado de la agroindustria. Porque dichas posiciones no tienen en cuenta en ningún momento que en la ganadería (extensiva, agroecológica, en definitiva, aquella que no es agroindustria) se sustenta en una relación ética con los animales, y en una relación directa e inseparable de la soberanía alimentaria.

Desde las perspectivas antiespecistas se considera toda relación con animales no humanos como dominación, y en aras de eliminar esta dominación, se justifican cosas como la desaparición de toda la ganadería sustituyéndola por productos vegetales altamente procesados, o la carne sintetizada. Productos, ambos, fruto de un modelo agroindustrial cuya producción está en manos de empresas privadas. Una situación completamente alejada de la soberanía alimentaria, y que puede vulnerar de manera directa el derecho a la alimentación de las personas.

Viviendo con animales

Como ya hemos avanzado, el libro expone cómo la ganadería se ha tecnificado para convertirse en un proceso de fabricación, cómo la ha convertido en una industria. Aplicando además conocimientos técnicos como la zootecnia, en este proceso, según Porcher, deberíamos dejar de hablar de ganadería. Porque la ganadería implica trabajar con los animales tejiendo una relación estrecha con ellos, permitiendo que sus vidas sean mejores que en un estado salvaje, pudiendo satisfacer sus necesidades.

Por el contrario la industria agroalimentaria trata a los animales como meras variables de un proceso industrial y, a su vez, destruye y aniquila el papel de las personas que cuidan de ellos: ganaderas, pastoras, pero también personas que trabajan con animales en otras tareas, como por ejemplo la tracción animal.

La autora usa el concepto marxista de trabajo para construir un argumentario sólido sobre lo que implica trabajar con los animales. Un «con» que significa trabajar juntos, colaborar y cooperar. En este sentido, Porcher expone que no se puede entender la domesticación como dominación, sino como un proceso de colaboración entre animales humanos y no humanos para conseguir vidas mejores.

Nosotras, como ganaderas en extensivo, fuera de las dinámicas zootécnicas de la industria alimentaria, podemos entender perfectamente sus argumentos.

Nuestro día a día se basa en el cuidado de nuestros animales, mayoritariamente rumiantes, que pastan en distintas zonas del territorio de Catalunya. Con el pastoreo se mantienen ecosistemas genuinos, generados a partir de miles de años de actividad pastoril, en los que no solo hay ganadería, sino que son hábitat de muchas otras especies.

La ganadería extensiva que se sabe desarrollada en una perspectiva agroecológica evita el sobrepasto, y pastorea zonas donde no se puede hacer ninguna otra actividad agraria (zonas de montaña, bosques y matorrales, rastrojo después de la cosecha de cereales, etc.). Los argumentos sobre los litros de agua y de cereal necesarios para hacer un kilo de carne de ternera, o de cordero, no son adecuados ni ciertos para la ganadería extensiva. Esta actividad ayuda a fijar carbono en el suelo, mejora su actividad aportando materia orgánica entre otros efectos beneficiosos.

Pero más allá de los beneficios de nuestra actividad para el entorno, nosotras trabajamos día a día y codo con codo con nuestros animales. Somos quienes les damos cobijo y alimento, los cuidamos y les damos seguridad frente a depredadores, enfermedades o adversidades. Una seguridad que no tienen los animales salvajes. Nuestro ganado convive con nosotras, y a su vez nos aporta su trabajo: pastar, abonar, dar leche, carne, piel, lana. Y en otros contextos sociales e históricos sirven como medios de transporte, como fuentes de calor en invierno (en nuestro país, las cuadras quedaban debajo de las viviendas tradicionales para aprovechar el calor de los animales).

Sabemos que sin esta reciprocidad nunca habríamos podido trabajar con animales. Ellos indudablemente tienen más fuerza, más rapidez, más agilidad que los torpes humanos. Sabemos que para manejar un rebaño de ovejas, para asistir un parto de una vaca o para mover unos cerdos a otro cercado, nunca podremos hacerlo a la fuerza. Hace falta crear vínculo, trabajar con los animales, conocerlos y hablarles.

Ser ganaderas no tiene nada que ver con esas imágenes que vemos en los westerns de tipos a caballo cogiendo ganado casi salvaje. Tampoco es entrar en naves abarrotadas de animales para apretar dos botones, darles de comer, y vigilarlos con un par de webcams o drones. Ser ganaderas implica laborar juntas con el ganado, los perros y otros animales de trabajo, como burros o caballos. Defendemos y defenderemos siempre el trato de respeto y reciprocidad con ellos, porque es la única forma en la que podemos trabajar.

Ganadería feminista y anticapitalista

Muchas veces hablamos de que hay una forma feminista de trabajar en ganadería. En este sentido entendemos que el feminismo refleja también una serie de formas de relación basadas en la igualdad, la equidad, la cooperación, el cuidado, la escucha, la atención y la no violencia.

Esta concepción tiene que ver, por un lado, con el hecho de que la ganadería tiene mucho de cuidar, de manejar con cariño, de convencer, también de poner límites, y de buscar alianzas. La distinción entre trabajo productivo y reproductivo en la vida campesina queda desdibujada, porque la gran mayoría de tareas son de carácter reproductivo.

Una ganadería feminista que evidentemente no es exclusiva de las mujeres, y que muchos hombres llevan a cabo. Porque de hecho son mayoría en el trabajo ganadero, que sigue siendo un sector masculinizado, y el trabajo de las mujeres es invisible en muchos casos.

Por eso reivindicamos una manera de trabajar feminista, que ya existía, y a la que ponemos nombre, también para mejorarla y para cuestionarnos prácticas o manejos tradicionales, que nos permitan convivir mejor con los animales.

De la misma forma, la ganadería extensiva, y especialmente toda aquella actividad campesina con perspectiva agroecológica, no es analizable ni reducible a la búsqueda continuada de beneficio capitalista. Todo lo que implica alrededor del cuidado tanto de la tierra como de los animales, como también la producción de alimentos sanos para la población, poseen una dimensión que no tiene nada que ver con los rendimientos económicos. En este sentido, solo desde la economía feminista se puede entender y analizar este tipo de trabajo.

El campesinado que combina agricultura y ganadería de forma complementaria, que diversifica sus actividades, que tiene en cuenta el futuro del lugar donde se ubica, y que defiende la soberanía alimentaria, es en este momento uno de los grandes baluartes de lucha anticapitalista y contra la globalización neoliberal.

A la vez, va a ser el único sistema posible para alimentar a la población en la crisis global tanto ecológica como energética y de materias primas. Solo la agroecología puede plantear un modelo alimentario descarbonizado, independiente de los fertilizantes sintéticos y a escala local. Y en este proceso la ganadería extensiva es esencial para cerrar círculos.

Sobre el antiespecismo

A las ganaderas que trabajamos en extensivo se nos acusa de que no tenemos en cuenta la individualidad de cada uno de los animales con los que trabajamos; y que al fin y al cabo los explotamos y los llevamos a la muerte para obtener productos que vendemos y con los que ganamos dinero. Pero para nosotras esta es una forma muy simple y muy poco apropiada de entender nuestro trabajo.

En primer lugar, y como argumenta Porcher, las y los ganaderos estamos en una tensión permanente entre vivir con los animales y vivir en el mundo humano. Poder mantener nuestra actividad, y a la vez mantenernos a nosotras mismas. Las ganancias de la venta de la leche, sus derivados o la carne son lo que nos permite, en el tipo de mundo en el que vivimos, poder cubrir nuestras necesidades. No se trata de lucro, o de acumulación de beneficios, se trata de trabajar para vivir.

Por otro lado, nunca somos refractarias a la muerte. Al contrario. La muerte de nuestros animales nos interpela. En primer lugar, y Porcher lo anuncia, cuando muere un animal por accidente, por un ataque o enfermedad, somos las primeras que nos sentimos falladas. Porque nuestro deber es poder mantener a los animales con vidas dignas el máximo de tiempo posible, dentro del equilibrio de nuestros rebaños.

También nos importa la manera en que se sacrifican los animales destinados a la producción de alimento. Los mataderos industriales son uno de los peores sitios del mundo, no solo para los animales sino también para las personas que trabajan en ellos, muchas veces sometidas a unas dinámicas de trabajo cercanas al esclavismo. Queremos y reivindicamos un sistema de matanza respetuoso, que se pueda hacer en instalaciones pequeñas, móviles o cercanas a las fincas. Que permitan una muerte digna y sin estrés, así como buenas condiciones laborales para las personas que realizan los sacrificios.

Finalmente, terminar con la vida de un animal que sabemos que habría buscado permanecer vivo siempre es dificultoso. Pero lo que hacemos con esta muerte es mantener unos círculos ecológicos que van más allá de los individuos mismos. Por un lado, podemos mantener en equilibrio el rebaño, la actividad pastoril y los ecosistemas que lo acompañan. Por otro lado, facilitamos alimentos de calidad a personas para que también ellas tengan vidas más dignas.

Porque matar un animal y después malbaratar su carne sí resulta terrible. Si la muerte de un animal tiene sentido es porque ha tenido una vida digna, sana, cuidada, y, a la vez, porque su muerte genera más y nueva vida. Tampoco es posible una reproducción infinita sin muerte en los rebaños, como tampoco lo es en la naturaleza salvaje. El crecimiento infinito es un invento del capitalismo, y la vida eterna un deseo humano de trascendencia. Sabemos que ni lo uno ni lo otro son deseables para con la vida.

No es cierto tampoco que no tratemos a los animales como individuos. En la ganadería extensiva, con proyectos mayoritariamente pequeños, nuestros animales tienen nombres, los conocemos a todos y cada uno de ellos, y sabemos cosas tanto de su carácter como de su historia particular. Nosotras cuidamos del entorno, del rebaño, como ecosistema, pero considerando a cada uno de nuestros animales.

Soberanía alimentaria y derecho a la alimentación

Como ganaderas, reivindicamos el derecho a la alimentación. Y no de cualquier tipo de alimentación, sino de una alimentación sana y adecuada. Recoger una cesta de productos de marca blanca de un supermercado en una entidad social no es mantener el derecho a la alimentación. Dejar los comedores escolares o de los hospitales en manos de empresas de comida rápida y caterings de grandes empresas tampoco es garantizar el derecho a la alimentación.

Permitir que sean las grandes corporaciones alimentarias quienes decidan qué comemos y con qué calidad nutritiva llegan los productos a la mesa no es garantizar el derecho a la alimentación. Es en parte continuar siendo sujetos de sus experimentos y pruebas para uniformizar la producción, transformación y consumo de alimentos en todo el mundo. Para que en la alimentación, la salud o la vivienda dependamos de los mismos que nos roban nuestra plusvalía y nuestra salud para llenar sus bolsillos.

Es imprescindible luchar contra la mercantilización de la alimentación, y reivindicar los modelos alimentarios locales, que son diversos y adaptados a las realidades de cada territorio. Mantener las formas de producir que llevan milenios alimentándonos. Es decir, luchar por la soberanía alimentaria. Hacerlo con todos sus agentes activos; animales y humanos. Y ahí es donde nos encontraremos.

Emma Rojas Sánchez y Martina Marcet Fuentes

Ramaderes de Catalunya

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