M.ª Ángeles Fernández y J. Marcos

Una odisea por los límites de un modelo socioeconómico en clara tendencia autodestructiva. La ruta discurre por los alrededores de la capital vizcaína, como ejemplo de lo que también sucede en otras urbes globalizadas con la energía, la movilidad, el eje producción-consumo, el agua, la alimentación y los cuidados.

 

 
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Escena cotidiana del Puerto de Bilbao, visto desde las instalaciones de la compañía logística de hidrocarburos CLH. Foto: J. Marcos

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La baserritarra Amets Ladislao, a la entrada de Mercabilbao. Foto: J. Marcos

 

El sistema digestivo de Bilbao está enfermo. También el respiratorio y el circulatorio muestran síntomas preocupantes. La salud de la ciudad empeora, al ritmo que late el modelo socioeconómico que la sustenta. La realidad de la urbe vasca, una suma de emergencias diversas, sirve para bosquejar también la situación de muchas ciudades y pueblos del Estado español, que caminan deprisa hacia puntos de no retorno ecológicos, alimentarios, energéticos, hídricos y sociales.

Esta odisea por Bilbao y sus alrededores, lo que se conoce como el Gran Bilbao, de la mano de Ekologistak Martxan y del Euskal Gune Ekosozialista, es un recorrido por los límites del colapso. Y no solo de Bizkaia, sino del sistema actual.

Primera parada: la energética

A 22 kilómetros por carretera de la céntrica plaza Biribilla bilbaína, asoma el Puerto de Bilbao. Impresiona desde el primer saludo. Su dimensión rompe la escarpada costa vasca y recuerda que todo se mueve. En concreto, esta instalación logística mueve más de 35 millones toneladas anuales, gran parte de ellas relacionadas con los combustibles fósiles, y tiene un volumen de negocio anual cercano a los 70 millones de euros. El aparcamiento de la empresa CLH, compañía logística de hidrocarburos, es la primera parada de este recorrido. Iñaki Barcena, profesor de Ciencias Políticas de la UPV/EHU y activista de Ekologistak Martxan, habla de los límites biofísicos del planeta y del pico del petróleo: «En dos generaciones hemos extraído y quemado más del 50 % del petróleo disponible en la Tierra». Su apuesta es por el decrecimiento, justo y democrático.

En lo que dura la conversación, camiones cisterna decorados con los grandes logos corporativos de Repsol y Campsa salen cargados de la instalación. El enclave es significativo: desde aquí se contempla parte del puerto de Bilbao, situado en el municipio de Santurtzi. De espaldas queda la zona donde la empresa Haizea Wind ha sembrado unos generadores eólicos que no paran de moverse. De cerca y muy atento, el monte Serantes abriga la conversación. Al otro lado de la montaña, Petronor, filial de Repsol, tiene una gran refinería de petróleo que llama la atención a quien pasa por el lugar: una bola de fuego sale de una alta chimenea y se funde en una imagen cromática que mezcla el verde forestal con el azul cantábrico. Petronor es una «empresa contaminante y tóxica, la que más CO2 emite y la que más problemas genera», describe Barcena.

Y es que el peso de Petronor en la actividad del puerto es significativo. El Balance del Puerto de Bilbao 2019 recoge que, de los 35 millones de toneladas que se movieron el año pasado, más de 14 millones fueron productos petrolíferos y más de 4 millones, gas natural. El volumen de este último aumentó el 95 % respecto a 2018. Y otro aumento significativo fue el del gasoil, que experimentó una subida del 52 %. «En 2019, el consumo de gasoil y gasolina ha sido más alto que nunca en Euskal Herria», apunta Barcena al pie de las instalaciones de CLH.

Las cifras que ofrece el puerto de Bilbao se dividen entre grandes líquidos y sólidos. Los productos petrolíferos encajan en la primera distinción mientras que, en la segunda, con mucho menor peso en las cifras anuales, destaca el haba de soja, de la que ingresaron más de un millón de toneladas en 2019. ¿Y qué empresas están detrás de este negocio? El Puerto de Bilbao, una empresa pública, no responde a las preguntas de este medio.

Estos datos, sumados a una caída también en la movilidad de personas tanto en cruceros como en ferris, muestran que el Puerto de Bilbao es un enclave energético. «La energía no solo es un bien de consumo y de intercambio comercial, es un derecho», subraya Barcena, quien insiste en la apuesta por el ahorro energético y por «una transformación que no solo deberá ser tecnológica, sino también social, justa, ecológica y democrática».

Pero los planes parecen ser muy diferentes y los proyectos energéticos no dejan de crecer. En septiembre de 2020, el Puerto de Bilbao anunció que Petronor es la adjudicataria de una parcela para una planta de combustibles sintéticos y otra de generación de gas a partir de residuos urbanos. «Petronor quiere liderar el desarrollo de un ecosistema del hidrógeno, ser parte activa de la solución y contribuir a que la recuperación económica sea más rápida, cumpliendo con los objetivos de descarbonización y aprovechando las infraestructuras ya existentes», recoge la compañía en una nota.

En tránsito: la movilidad

 
   El transporte juega un papel fundamental en la insostenibilidad. Supone el 35 % de las emisiones del País Vasco y es el sector más descontrolado.   
 

El siguiente punto marcado en la ruta es la empresa pública Aguas de Bilbao, con sede en Arrigorriaga, a poco más de 26 kilómetro del puerto si la ruta por la que se opta es la Supersur. Precisamente esta autopista de pago, que atraviesa el sur de Bilbao y cuyos primeros tramos comenzaron a funcionar en 2011, da pie a una reflexión por la que se asoma esta odisea al borde del colapso sistémico.

«El transporte juega un papel fundamental en la insostenibilidad. Supone el 35 % de las emisiones del País Vasco y es el sector más descontrolado», arranca David Hoyos, profesor de Economía en la UPV/EHU y especializado en la valoración económica de recursos naturales. Según explica, el uso hegemónico del coche para la movilidad ciudadana conlleva, entre otras consecuencias, la apuesta por las grandes infraestructuras. Mientras habla, por la ventana del autobús se suceden las edificaciones de varias empresas cementaras y de la incineradora, en las que se hará una parada más adelante. «Vivimos en un paradigma que nos dice que, cuando más movilidad hay, más accesibilidad tenemos para las necesidades y más avanza la sociedad», comenta el profesor, justo cuando la escena se oscurece porque el autobús atraviesa uno de los túneles de la Supersur. Las obras de la segunda fase de esta autopista de pago que bordea el sur de Bilbao están en pleno desarrollo ahora mismo, a pesar de que la primera parte costó más del doble y de que los datos de circulación muestran un volumen de vehículos menor de lo proyectado. Desde el autobús, micrófono en mano, David Hoyos continúa su explicación: «Son obras inútiles, deficientes y costosas». Y, volviendo a la idea con la que arrancó su presentación, considera que la accesibilidad se logra a través de la ordenación del territorio y creando cercanías a través de ciudades más compactas que compliquen el uso del automóvil.

 

 
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Interior del supermercado cooperativo Labore, en el barrio de Santutxu. Foto: J. Marcos

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La feminista Txefi Roco habla de cuidados a las puertas de la Oficina de Extranjería. Foto: J. Marcos

Producir-consumir-tirar: la incineradora

La explicación sobre movilidad se interrumpe para que esta odisea por el colapso mire por la ventanilla del autobús y se asome a lo alto de uno de los tantos montes que abrigan Bilbao. La mirada se posa allí donde está Zabalgardi, la incineradora de residuos de Bizkaia. «Valorización energética» es el concepto más usado en la explicación sobre este sistema de gestión de residuos, porque la planta, a la par que quema basura, produce energía catalogada como renovable y recibe subvenciones por ello. Aunque hay muchos matices.

Los datos aportados por Gorka Bueno, profesor de Ingeniería en la UPV/EHU, indican que, durante el confinamiento, es decir, desde finales de marzo a finales de julio, se quemaron entre 60.000 y 80.000 toneladas de residuos «sin valorización», es decir, sin producir energía en el proceso de quemado, que es el objetivo de la planta. El profesor cree que la bajada de la demanda de la electricidad y, por lo tanto, del precio de esta no compensaba ni hacía rentable esa «valorización», porque la planta necesita gas natural para producir energía de la incineración. Pone otro ejemplo: en el año 2006, debido a una avería, de nuevo hubo un paro de la «valorización», aunque Zabalgardi siguió recibiendo las primas pertinentes, unos nueve millones de euros.

Bueno destaca que se está priorizando económicamente el modelo de producir-consumir-tirar, una matriz lineal, en lugar de hacer un esfuerzo por cerrar el ciclo de los materiales. Además, de las 700.000 toneladas de basura que se recogen al año en la provincia de Vizcaya, 350.000 están mezcladas y directamente se incineran, «sin separación previa, incluso con residuos peligrosos».

Próximo destino: el agua

A diferencia del consumo de materiales, el ciclo natural del agua sí que es cerrado. Pero en el caso del suministro urbano de Vizcaya es lineal y unidireccional. Frente a la sede de la de la empresa pública Aguas de Bilbao, Joserra Díez, profesor en el Departamento de Didáctica de la Matemática y de las Ciencias Experimentales de la UPV/EHU y miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua, explica que el Botxo (agujero, en euskera), como se conoce a esta urbe encerrada entre montes, se abastece a través de una única tubería, la del sistema Zadorra, un entramado situado en la provincia de Araba y que une a los embalses de Ulibarri-Ganboa, Urrunaga y Albina. Desde allí, y a través de un enorme conducto de «gran vulnerabilidad», se abastece el 50 % del agua de todo el País Vasco. Díez prefiere hablar de «trasvase», y lo explica así: «Porque el agua, en lugar de ir a Tortosa, en el Delta del Ebro, viene al Cantábrico».

Los datos ofrecidos por el experto indican que los usos en la comunidad son muy diferentes a los de otros territorios, donde la agricultura es la gran consumidora de agua. En la Comunidad Autónoma Vasca, alrededor del 50 % del agua consumida se corresponde con el abastecimiento urbano y en torno al 36 con el industrial. «No se sabe de dónde viene el agua, ni cómo se gasta, ni cómo la ensuciamos. Es importante alfabetizar y participar», apunta Díez, quien recuerda que el agua «no es un sector, es un conector. Es un elemento crucial para la sostenibilidad y la gestión del territorio».

Nuevo alto: Mercabilbao

 
   Casi todo lo que comemos viene de fuera, de grandes monocultivos sembrados en los países del sur global que no solo destrozan aquellos territorios, sino sus formas de vivir .  
 

Zadorra, Santurtzi, Basauri... Bilbao se nutre de lo que le llega de fuera. En Basauri se levanta Mercabilbao, un centro industrial público de distribución de alimentos, paradigma del sistema de alimentación imperante. Aquí, a la entrada de lo que más bien parece un polígono y lejos de su entorno de trabajo habitual, la baserritarra (agricultora, en euskera) Amets Ladislao denuncia que «el sistema alimentario, capitalista y salvaje, está controlado por multinacionales que tienen como objetivo el beneficio económico y no alimentar a la población». Un sistema, dice, que parece que fabrica coches en lugar de alimentos; y hace mención a la hidroponía, una manera de producir alimentos sin tierra.

Según los datos del informe anual de Mercabilbao, en 2019 se movieron 253.736 toneladas de alimentos, de las que casi un 90 % fueron de frutas y hortalizas (más de 227.000 toneladas) y 24.000 de pescado y marisco. La naranja, el plátano y la manzana fueron las frutas más vendidas, mientras que las hortalizas más comercializadas fueron la patata, el tomate y la cebolla. Según este documento, los principales lugares de origen de la fruta son la Comunidad Valenciana, Canarias y Cataluña; mientras que las hortalizas provienen sobre todo de Andalucía, La Rioja y la Comunidad Valenciana. «Del total de frutas y hortalizas comercializadas el año pasado, gran parte fueron de origen estatal (en torno al 86 %) y el resto importado», recoge por su parte una nota de prensa.

De los datos del informe, sin entrar al detalle, algunas cifras llaman la atención. En el capítulo de hortalizas, el espacio que hace años estaba abierto para que los baserritarras pudieran hacer su venta directa ha ido quedando en desuso. De alguna manera, esa fórmula no parece estimulada por esta empresa pública. Apenas son 5 o 6 quienes se instalan cada día. El pasado mes de septiembre, un buen mes para la producción local, en este espacio se comercializaron 17.000 kilos de tomates, alubias, puerros, etc., mientras que en este capítulo de hortalizas los asentadores movieron 5.855.038 kilos, entre los que destacan 484.000 procedentes de Almería.

La integrante del sindicato Enhe Bizkaia y del colectivo Etxaldeko Emakumeak alerta de un posible «futuro sin baserritarras, sino con gente trabajando en esclavitud para un sistema intensificado e industrializado». Critica que «casi todo lo que comemos viene de fuera, de grandes monocultivos sembrados en los países del sur global que no solo destrozan aquellos territorios, sino sus formas de vivir», e insiste en que la agricultura industrial depende del petróleo, de los fertilizantes, de los pesticidas y de la maquinaria industrial. Los datos de Mercabilbao sostienen que el País Vasco nutre a su población de algo de pescado, mientras que el resto de los alimentos que pasan por el centro industrial llegan de fuera (no se ofrece el origen de la carne ni de los productos cárnicos).

Con la urgencia de quien tiene que ir a echar a comer al ganado, Amets Ladislao exige un cambio de políticas públicas y recuerda que la PAC (Política Agraria Común), «en lugar de pagar por la fiscalidad, se paga por derechos históricos adquiridos y por volumen de negocio». Y ejemplifica: «En Hegoalde [la zona sur de Araba] cada vez tiene menos cuadras pero más animales; se prima la productividad».

El futuro puede ser una agricultura sin campesinado, entre otras cuestiones, describe, porque la media de edad de los agricultores es de 60 años (y aquí el masculino genérico tiene todo el sentido porque son mayoritariamente hombres): «En la comarca de Durangaldea, de continuar así, desaparecerán el 65 % de las explotaciones existentes en cinco años», alerta. El futuro puede ser eso. O no.

Frente a ese destino, Ladislao dibuja la alternativa de la agroecología, planteada como horizonte incompatible con el actual sistema intensivo. «No pueden existir dos sistemas, el industrial se come al nuestro. Nosotras podemos alimentar a toda la población, tenemos capacidad, pero hay que cambiar la gestión del territorio», reclama la baserritarra, que tiene claro que «la alimentación deja mucha huella en la sociedad, en la salud, en la economía, en la gestión del territorio. Pero nosotras podemos decidir qué tipo de huella. Incluso podemos producir energía, podemos diversificar. La producción de alimentos puede dar muchas cosas», finaliza.

Una alternativa real: un supermercado cooperativo ecológico

Tras el recorrido por el Gran Bilbao, el autobús se dirige de nuevo a la capital vizcaína, en concreto, al barrio de Santutxu, donde desde hace tres años germina Labore, el primer supermercado cooperativo de Bilbao en el que los productos a la venta deben ser o kilómetro cero o agroecológicos o tener una mirada social. Y plásticos solo los imprescindibles. Mientras David Lopegi, socio cooperativista, explica el proyecto, otras socias y socios (aquí el concepto de clientela se queda demasiado estrecho) hacen su compra diaria: pan, verdura, jabón a granel, pasta, vino, frutos secos, encurtidos… Este punto de encuentro entre consumidoras y baserritarras cuenta con unas 600 unidades familiares como socias y ofrece un millar de productos distintos de unas 100 productoras locales, la mayoría de Bizkaia. «Para transformar el consumo hay que hacerlo desde lo colectivo», incide Lopegi.

Tras un breve descanso para reponer fuerzas, con la grabadora en pausa y el cuaderno de notas cerrado, Txefi Roco, de Trabajadoras No Domesticadas, se dispone a cerrar esta odisea al borde de un colapso sistémico, hablando de cuidados y de migración. El autobús va regresando al centro de Bilbao, a la Gran Vía, muy cerca de donde arrancó la ruta. Allí, frente a la oficina de Extranjería de la ciudad, Roco pone la parte más humana y encarnada del recorrido: la de los cuerpos. Porque, sin cuidados, cualquier sistema colapsa.

Cuidados imprescindibles

¿Qué son los cuidados? ¿Una palabra de moda? Con estas preguntas, que pueden parecer retóricas pero dan pie para una larga y compleja conversación, comienza su intervención la activista feminista, que forma parte de varias comunidades de base. «Los cuidados no se suelen definir como una actividad colectiva, ni como una necesidad, ni como algo innato de la vida. Se los identifica como gasto, como un déficit, como fallo del sistema», subraya. Los cuidados, matiza, pueden ser una trampa si funcionan como un eje de desigualdad. Y así lo hacen mayoritariamente: contrataciones precarias y baratas, trabajadoras empobrecidas, mujeres migradas y racializadas son la descripción de quienes sostienen el sistema de cuidados en una ciudad como Bilbao. Roco añade otras dos realidades a su discurso sobre los cuidados: los abusos y la vulneración. «Buena parte de los cuidados recae sobre vidas y cuerpos concretos», recuerda.

Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2017 subrayan que el País Vasco fue la comunidad con mayor gasto destinado al servicio doméstico. Y eso, dentro de un Estado con altos datos de «externalización» de los trabajos de cuidados. Según el Eurostat, el peso del empleo doméstico en España es del 3,7 % de la población ocupada, cuando en otros países europeos no se llega al 0,5. En este escenario, apunta Roco, casi el cien por cien de las trabajadoras en régimen interno para el cuidado de personas en situación de dependencia son mujeres migradas. «Esto es una evasión porque el Estado no se hace cargo. No hay una organización colectiva comunitaria ni pública que dé solución desde lo político y lo común», reivindica Txefi Roco a las puertas de Extranjería.

El lugar es clave. Situado en la calle comercial por excelencia de Bilbao, la de las marcas y franquicias repetidas en cada ciudad, este es un espacio «de vulneraciones y violencias cotidianas», remarca la trabajadora. «Abordar el empleo del hogar implica transformar la sociedad. Debe haber una responsabilidad colectiva sobre los cuidados y que estén repartidos en clave de justicia para que no sean un eje de opresión», cierra.

El autobús se marcha a la cochera. La ruta del colapso finaliza con una caminata hasta casa, con el eco de los lugares, los despojos y las ausencias visitadas, con la libreta cubierta con descripciones y declaraciones, con la grabadora casi descargada pidiendo un respiro, con la cámara con fotografías listas para editar. Revoloteando en la cabeza, varias alternativas hacia una transformación que evite el colapso sistémico por el que ha transitado la odisea.

M.ª Ángeles Fernández y J. Marcos

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