Tamara Artacker y Esteban Daza
Este texto es el epílogo del libro Agriculturas Familiares Campesinas en los Andes. Entre las múltiples crisis y la transformación, coordinado por Esteban Daza Cevallos y Tamara Artacker, y publicado a finales de agosto de 2025. En el epílogo se aportan tres reflexiones que entretejen los aportes de las diversas personas autoras.
Agriculturas familiares, en plural
Aunque parece haber un consenso en el reconocimiento de su pluralidad, en la práctica se tiende a referirse a una agricultura familiar en general para justificar fines normativos y su operatividad. En consecuencia, se corre el riesgo de homogeneizar, incluso desde la postura que la define desde afuera como sujeto de esperanza y de transformación. Fácilmente cae en perspectivas que adscriben a los sujetos deseos específicos, intereses y lógicas unidireccionales sobre sus formas productivas, su inserción en el mercado y la reproducción de las relaciones sociales.
El riesgo de homogeneizar se refiere no solo a una posible invisibilización, por ejemplo, de colectividades, procesos comunitarios o del rol de las mujeres, sino también a posibilidades de obstaculizar o afectar de manera directa los entramados sociales que habitan las sociedades rurales donde están presentes las agriculturas familiares. Por ejemplo, la fijación de la familia como eje articulador dominante puede promover una perspectiva individualista frente a alternativas presentes en los territorios como lo comunitario, el colectivo y los procesos de autonomía, entre otros.
La fijación de la familia como eje articulador dominante puede promover una perspectiva individualista frente a alternativas presentes en los territorioscomo lo comunitario, el colectivo y los procesos de autonomía, entre otros.


Fotos: Tamara Artacker
Como escribe Oscar Bazoberry en su capítulo sobre el caso boliviano:
Las categorías de análisis como la UPA (unidad de producción) y la reducción de la población indígena campesina originaria a la categoría de productores no es compatible con la propiedad colectiva de la tierra y el territorio, así como las formas de autogobierno de territorios y prácticas colectivas que superan la parcela y la noción tradicional de trabajo y economía.
Aquí, los aportes desde los países andinos demuestran la gran relevancia de la diversidad de las agriculturas familiares; lo hacen a través del uso de adjetivos diversos para (auto)describir las características de estas formas de hacer agricultura: étnica, campesina, comunitaria, indígena, originaria y afro, entre otros. Son estos adjetivos los que dan luces sobre la heterogeneidad basada en la historia y composición sociocultural de la región, de la mano con su diversidad ecológica y climática.
Al contrario de las conceptualizaciones normativas e incluso de varias de las definiciones teóricas, en la práctica, encontramos en las agriculturas familiares formas muy particulares de construir estrategias de persistencia, de perseguir intereses, de configurar sus horizontes, de relacionarse con los mercados, de colaborar con otros actores y organizar las economías campesinas según las condiciones de su contexto y la realidad propia.
Étnica, campesina, comunitaria, indígena, originaria y afro, entre otros, son los adjetivos que dan luces sobre la heterogeneidad basada en la historia y composición sociocultural de la región, de la mano con su diversidad ecológica y climática.
En consecuencia, nos parece crucial subrayar que las categorías, la forma en la que se definen y los criterios que escogen no solamente apuntan a una operatividad tecnicista; son procesos políticos. No describen la realidad de forma neutra, como reflejo de lo que es, sino que se construyen a partir de intereses específicos, formas concretas de entender el mundo y, sobre todo, con impactos tangibles sobre la realidad. En este contexto, uno de los aportes especiales de diversos capítulos en este libro es dar luces justamente sobre las transformaciones de los conceptos, como procesos dinámicos y políticos, que contrastan cualquier idea de lo estático.
Así como la configuración de las agriculturas es diversa, también lo es su relación con las denominaciones, por lo que es importante dar voz a los sujetos de las agriculturas familiares mismas. Algunos hacen uso de este concepto y logran avances significativos en términos de derechos, políticas públicas, reconocimiento, autonomías, etc., mientras que otros ponen en el centro aspectos diferentes que los constituyen como sujetos. El caso de la Red Nacional de Agricultura Familiar en Colombia (RENAF) sirve aquí como muy buen ejemplo para mostrar cómo desde las organizaciones campesinas se logra incidir en la construcción de un concepto que sea lo más incluyente posible y cómo este, por su parte, tiene efectos sobre la construcción de la política pública.
Dimensiones compartidas
Sin embargo, y este es el segundo aporte que hace el libro, aunque haya tanta diversidad en sus configuraciones —sea que estén organizados alrededor de la tenencia comunitaria de la tierra o insertados en las cadenas agroindustriales de producción de monocultivos—, claramente existen dimensiones compartidas entre las agriculturas familiares. A diferencia de las tipologías que identifican las “carencias” como eje común, varios capítulos nos explican que esos elementos en común están determinados por las presiones ejercidas por el sistema agroalimentario dominante.
Estas amenazas comunes se ven reflejadas en las condiciones estructurales, en la desaparición de pequeñas agriculturas, en la minifundización y fragmentación, en las tendencias de concentración de recursos, en el acaparamiento del agua y de la tierra, la contaminación de los ríos, la pérdida de biodiversidad y de suelo productivo, la dependencia a los agrotóxicos y el empleo informal y no remunerado, entre otros. Una mirada crítica a los determinantes comunes nos lleva, por ejemplo, a no definir a las agriculturas familiares como una modalidad productiva con limitado acceso a capitalización, sino a resignificar esa condición como resultado de las tramas del capitalismo corporativo en la agricultura. En vez de ver esta condición como un problema de inserción, permite entenderlo como un asunto de injusticia sociocultural, ecológica, económica y política.
Un conector fundamental de la dimensión estructural de la problemática es la pérdida de autonomía campesina por el avance capitalista que penetra las esferas que van desde la producción de conocimiento, los insumos usados en la producción, incluyendo las semillas que son fuente de la vida y de labor agrícola, hasta las redes de comercialización. El avance del capital sobre los sistemas agroalimentarios puede apuntar tanto a la inclusión como a la exclusión de las agriculturas familiares. Y aunque parecen procesos contrarios, en realidad son dos lados de la misma moneda, que resultan de la misma lógica de dominación territorial, búsqueda de ganancia y creación de nuevas dependencias.
Aquí, hablar de las agriculturas familiares es clave para señalar las luchas en común y los procesos de resistencia y exigencias que fungen como conectores, incluso más allá de la región andina; lo pudimos ver vislumbrado en las entrevistas sobre su situación en España y en India, donde han existido potentes procesos de movilización social campesina en los últimos años.
Además, identificar los elementos comunes nos permite poner el foco sobre los efectos de las políticas públicas que muestran similares alianzas estatales-corporativas a pesar de los diferentes contextos. Vimos a lo largo de los capítulos de este libro que aquí hay otro hilo conductor: el Estado que abiertamente favorece a actores corporativos en la India, la ausencia de políticas para la agricultura familiar en Perú, una política agraria común en Europa que termina beneficiando a los actores más grandes, la falta de reformas agrarias profundas en la región andina.
Las presiones que viven las agriculturas familiares, en muchos casos, se traducen en amenazas existenciales, ya que afectan sus posibilidades de reproducción de su vida. Es tanto el caso para los actores que son despojados de sus territorios como para los agricultores insertados en las cadenas agroindustriales con altos niveles de deuda, quienes constantemente ponen en riesgo sus posibilidades de persistir. A las presiones que resultan del avance del capital se suman los impactos de las múltiples crisis que afectan particularmente a las agriculturas familiares. Son, además, dimensiones de crisis profundizadas por el mismo modelo agroalimentario dominante: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el deterioro ambiental, la concentración de los recursos en manos de pocos, la malnutrición, la desigualdad, la brecha urbano-rural, el avance del hambre. Especialmente en la región andina debemos sumar el tema de la violencia, la inseguridad y el narcotráfico, que genera crecientes niveles de vulnerabilidad y exposición en territorios rurales y campesinos.
Queremos insistir, por lo tanto, en la interconexión de las dimensiones críticas, como efecto de las mismas condiciones estructurales perpetradas por el sistema agroalimentario dominante. Los desafíos que enfrentan las agriculturas familiares campesinas no están aislados del hecho de que encontramos las cifras más altas de pobreza y pobreza extrema entre los sectores rurales, al igual que los índices de desnutrición infantil. Tampoco lo están de los impactos del cambio climático, que están siendo percibidos en todos los territorios, y que revelan las vulnerabilidades y demandan nuevas respuestas.
La búsqueda de respuestas que les permita enfrentar esta situación de su existencia es otro de los puntos en común de las agriculturas familiares; sin embargo, las expresiones y el comportamiento de estos procesos son heterogéneos. Por ejemplo, encontramos, de forma central, las luchas por alternativas como la agroecología, fundamentales para guiar procesos que logren contrastar la crisis múltiple. Pero cabe señalar que son procesos que abarcan ciertos colectivos y sectores y no necesariamente refleja una tendencia general de las agriculturas familiares. Algunos sectores campesinos persiguen otras estrategias de persistencia, orientados hacia asegurar la sobrevivencia, el pago de la deuda, la salud individual y colectiva en contextos de extractivismos y de inserción en el capitalismo agrario. Se debe reconocer que hay múltiples estrategias para sostenerse, adaptarse a las condiciones cambiantes, tanto climáticas y ecológicas como en términos de tecnologías, acceso a recursos y posicionamiento dentro de un sistema capitalista en expansión.


Fotos: Tamara Artacker
La dimensión política de la agricultura familiar
El tercer aporte que hace el libro guarda relación con este necesario debate político de la agricultura familiar. Tal como lo hemos señalado, las conceptualizaciones de la realidad están impregnadas de una condición política, debido a que hay una intencionalidad de responder a un proyecto de acumulación o a un programa alternativo que nos saque del inminente colapso. Las disputas por el horizonte de las agriculturas familiares están compuestas de relaciones de fuerza de carácter histórico.
Como lo advierten los capítulos, es importante resignificar los debates sobre la cuestión agraria aún vigentes y, a la vez, entrar en la querella sobre las subjetividades en tiempos de crisis. Estos son dos ejes necesarios para la comprensión de la agricultura familiar en el siglo xxi: por un lado, el análisis crítico del fondo de los problemas estructurales, y, por otro, el debate de los sujetos de la transformación.
Para la profunda comprensión de los debates estructurales, se requiere de los aportes que hacen el paradigma de la cuestión agraria y la ecología política. Por ejemplo, retomar el análisis de la problemática de la tierra y el uso del suelo es uno de los factores centrales para conocer las condiciones de posibilidad de construcción de alternativas desde los sectores campesinos. Otro elemento es la comprensión del funcionamiento de la producción y extracción de rentas, que van desde la clásica renta de la tierra hasta la renta tecnológica. De la misma manera, hay que preocuparse por el nivel de dependencia que las personas agricultoras tienen con los insumos externos para controlar plagas, enfermedades y fertilizar sus campos, y la creciente financiarización de sus economías. Pensar a la agricultura familiar desde estas perspectivas nos permite renovar las miradas sobre la relación entre las problemáticas agrarias y los sistemas agroalimentarios.
Acudir al paradigma de la cuestión agraria de la agricultura familiar genera retos importantes. Implica, por un lado, retomar y actualizar los debates clásicos, como la tierra y el trabajo como preceptos estructurales de carácter histórico no resueltos ni por las reformas agrarias y menos con las políticas públicas de los últimos años; y, por otro lado, ampliar las miradas sobre otros aspectos que están determinando las lógicas actuales; por ejemplo, la importancia de las organizaciones, movimientos y coaliciones sociales, los aportes de los feminismos comunitarios a la ampliación de los debates sobre la economía campesina, el uso del suelo, los cuidados y la toma de decisiones en las familias y comunidades campesinas y las relaciones sociedad-naturaleza, entre otros.
Las “subjetividades en tensión” como segundo factor de politización del debate dan cuenta de las relaciones de fuerza para definir el rol de estas formas de hacer agricultura en los contextos de crisis. Aquí vemos al menos dos tendencias muy marcadas: la primera, aquella que determina un sujeto de transformación exclusivamente de prácticas productivas, es decir, de cambios exclusivamente en la técnica, manteniendo vigente el sistema agroalimentario dominante y el modelo de acumulación; mientras en la segunda asistimos a la definición de un sujeto de la transformación esencializado, a quien se le asigna la tarea de salvar al mundo de la catástrofe.
Varias compañeras que hablan desde los feminismos comunitarios enfatizan que lo que se define como economía de los cuidados, si bien es un factor central para la reproducción de la unidad productiva y familiar, es también una carga de trabajo invisibilizada.
Sin embargo, existen otros aspectos que conllevan una dimensión política sobre los debates de las agriculturas familiares; uno de esos es la atención sobre los efectos de las políticas públicas. En algunos de los países andinos se avanzó en reformas normativas a favor de la soberanía alimentaria y las agriculturas familiares. Sin embargo, las políticas públicas que las hagan efectivas se han practicado con limitaciones; en el mejor de los casos, llegando a institucionalizar la agricultura familiar y definir un enfoque en la planificación y presupuestos públicos, aunque la transferencia de fondos sea uno de los principales escollos para su cumplimiento.
Otro de los elementos de esta dimensión política se hace presente en el rol de las mujeres en el marco de las agriculturas familiares. Varias compañeras que hablan desde los feminismos comunitarios enfatizan que lo que se define como economía de los cuidados, si bien es un factor central para la reproducción de la unidad productiva y familiar, es también una carga de trabajo invisibilizada. Por eso, motivan a abrir la discusión sobre cómo se compone realmente la economía de las agriculturas familiares, tomando tanto elementos productivos como reproductivos, rompiendo con esquemas tecnicistas y despolitizantes.
Finalmente, nos parece central cómo el programa de transición o el proyecto civilizatorio en tiempo de múltiples crisis cobija las reflexiones críticas sobre las agriculturas familiares. La agroecología, por ejemplo, no apunta “solo” a cambiar de modelo productivo, sino a una transformación más profunda, una propuesta política, que se revela y que busca la transformación de las configuraciones dominantes y que, además, construye otras relaciones sociales desde la solidaridad, la equidad y la justicia ecológica.
Queremos cerrar este epílogo con estas tres ideas centrales que emergen de los distintos capítulos de este libro: reconocimiento de la heterogeneidad, los ejes en común y la politización necesaria del debate. Son puntos que derivan de las particularidades de las agriculturas familiares andinas, pero que coinciden en su generalidad con las demás del continente, así como en España y la India. Varias hipótesis de trabajo a lo largo de este libro permiten sostener la vigencia del rol que juegan las agriculturas familiares en el concierto de crisis múltiples que atraviesa el planeta.