Entrevista a Bernard Friot, sociólogo y economista
Stéphanie Chiron
Traducción de Olistis SCCL
Para enriquecer la reflexión sobre la Seguridad Social de la Alimentación que iniciamos en esta revista en 2021, no podíamos obviar el planteamiento del economista y sociólogo francés Bernard Friot, que publicó en 2024 Le communisme qui vient (‘El comunismo que viene’), coescrito con el filósofo Bernard Vasseur.
En este libro, Bernard Friot explora lo que llama «les déjà-là communistes», los logros ya conquistados por el comunismo, como el régimen general de la seguridad social, el estatuto del funcionariado o las pensiones, y nos propone seguir con la revolución social que tuvo lugar en Francia después de la Segunda Guerra Mundial con la creación de nuevos sistemas como la Seguridad Social de la Alimentación. Por ello, basa su pensamiento en los escritos de Marx y Engels y en nociones como la lucha de clases, la propiedad de uso, el salario vitalicio y, en el centro, el trabajo. Se trata de reapropiarnos del trabajo, en todos los sectores de la cadena alimentaria, para repartir la riqueza producida captada por las empresas de la agroindustria y financiar el sistema de manera colectiva. Sin un cambio radical en nuestra manera de concebir el trabajo, su gestión, su retribución y la propiedad de los medios de producción, desde el cultivo de los alimentos hasta su consumo, no saldremos del mortífero sistema capitalista.
En España, la palabra comunismo se usa cada vez más de forma despectiva, para descalificar a cualquier opositor y asustar a la población. Su último libro se titula Le communisme qui vient. ¿Cómo definiría usted este comunismo que viene?
Marx y Engels definen el comunismo como el «movimiento real» para salir del capitalismo sobre la base de los datos actuales[1] mediante la toma del poder por parte de los ciudadanos sobre el trabajo. Como cualquier otro sistema de clases, el sistema capitalista se basa en la explotación del trabajo. La clase capitalista extrae parte del valor creado por los trabajadores mientras les deja cierta autonomía en el ejercicio de su trabajo. Lo mismo hacía el sistema feudal con sus gravámenes y la Iglesia con el diezmo.
Pero, más allá de esta explotación, el capitalismo se fundamenta también en la alienación del trabajo. En su afán de producir valor para acumular capital, la clase capitalista ha tomado el control del contenido, la organización y el ejercicio concreto del trabajo, llegando incluso a manipular los sentimientos de los trabajadores. El trabajo se percibe como algo ajeno y, ante todo, como una herramienta para «ganarse la vida». Uno «va al trabajo», «busca trabajo», «sufre en el trabajo», «no tiene trabajo».
Sin embargo, el trabajo debería servir para desarrollar la personalidad a través de un proceso de generación colectiva que se base en conocimientos profesionales, con el objetivo de liberarse tanto de la explotación como de la alienación. Esta idea de cogeneración nos sitúa en las antípodas del trabajo capitalista, que se dedica a instrumentalizar a los seres, ya sean humanos o no, ya sean vivos o no. Así, entramos en la esfera del trabajo comunista, que se nutre de los infinitos aprendizajes que aporta la relación en equilibrio entre seres humanos y no humanos para sacarnos de los callejones sin salida antropológicos y ecológicos del trabajo capitalista.
Por lo tanto, esta reapropiación del trabajo —que se convierte en una cogeneración universal— permite salir del capitalismo por la vía comunista; este es para mí «el comunismo que viene».
Marx demuestra que, en el capitalismo, el poder no radica en la esfera política (el Parlamento, el Gobierno), sino en el «despotismo de fábrica». El poder de la burguesía se asienta en la falta absoluta de poder de decisión de la ciudadanía sobre el trabajo, su despolitización, su alienación. Una vez asegurada esta alienación al trabajo en su ejercicio más concreto, la burguesía no solo se conforma, sino que se deleita con la alternancia entre la derecha y la izquierda, con el «debate democrático» o con la competencia entre partidos por el poder del Estado, fenómenos que ocultan su dictadura sobre el trabajo al tiempo que movilizan a las organizaciones de trabajadores en torno a una cuestión electoral que puede ser útil, pero secundaria, en la lucha de clases.
Lo que pone en peligro el poder de la burguesía es la toma del poder sobre el trabajo por parte de los trabajadores, que es el centro de la lucha de clases, y, por tanto, de la dinámica comunista. El proyecto socialista, que Marx califica de «cretinismo parlamentario», no conduce a esta toma de poder; sino, al contrario, la impide. Cuando simplemente sustituimos empresas privadas por empresas públicas, el desempleo por la plena ocupación, el crédito privado por el crédito público, el mercado por la planificación o la política de la oferta por la de la demanda, no nos alejamos del capitalismo, puesto que el trabajo sigue siendo alienado e instrumentalizado.
El comunismo que viene es el advenimiento del trabajo como cogeneración universal, que solo puede llevarse a cabo desde abajo mediante iniciativas en los centros de trabajo y los territorios asociados a ellos.[2] Esta dinámica comunista ya se puede observar en numerosos ámbitos. Se observa una creciente desafección al trabajo capitalista, que es la condición para la movilización a favor del trabajo comunista; pero, aunque este desapego nunca fue tan profundo y compartido —incluso entre los ejecutivos de las empresas—, sus manifestaciones suelen ser poco operativas, cuando no contraproducentes. Es el caso de la denuncia del «sufrimiento en el trabajo», el cinismo o el afán de escapar del trabajo en vez de reapropiarse de él. Por el lado positivo, cada vez hay más alternativas colectivas en los ámbitos de la alimentación, la vivienda, la energía, la digitalización, la cultura, el transporte, etc.[3] Se trata de una dinámica disidente que nace en los márgenes, pero que va ganando terreno, aunque sea de forma muy minoritaria, en las empresas y los servicios públicos. Es el caso de los sabotajes, boicots y acciones en contra de las macroobras inútiles; en contra de las tecnologías supuestamente verdes que encubren prácticas monstruosas en el uso del agua; en contra de los productos fruto de la esclavitud y de la agresión ecológica, de los peones digitales y de la extracción de los metales de los que se atiborra el tecnosolucionismo. También vemos cómo se inventan nuevas formas de propiedad de uso, de deliberación democrática y de organizaciones horizontales y cómo se van conquistando avances contra las discriminaciones de género y la racialización.
Esta socialización de casi la mitad del salario subvierte el relato del salario capitalista como «fruto de mi trabajo» que lleva al funesto «orgullo de ganarse la vida con el trabajo».
En toda Europa se presenta un nuevo proyecto de sociedad capitalista para el mundo rural, con campos vigilados por drones y agricultores high tech que ya no se dedican a trabajar la tierra, sino a gestionar desde sus smartphones unas cosechas que cotizan en bolsa. El trabajo humano se sigue calificando de difícil e ingrato mientras se diseñan máquinas para sustituirlo. Necesitamos alternativas para contrarrestar esta visión hegemónica del mundo rural. ¿De qué manera las conquistas comunistas nos pueden ayudar a recuperar el poder de decisión sobre todos los eslabones de la producción agrícola?
A este panorama de escasos agricultores, endeudados y presos de una tecnología letal, hay que añadirle la sobreexplotación de los trabajadores del sur, ya sea mediante la importación de productos o mediante la contratación de mano de obra estacional sin derechos. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Andalucía, gran exportadora de frutas y verduras a Francia, donde el gobierno autonómico —en manos de la derecha y la extrema derecha— recurre durante la temporada de la cosecha a mano de obra migrada sometida al control de la política antiinmigración. Esta lógica de contar con los migrantes a la vez que se lucha contra la inmigración es parte de las paradojas del sistema.[4] Hay que imaginar una alternativa a la locura de la agroindustria. En Réseau Salariat trabajamos para implementar una seguridad social de la alimentación (SSA), una propuesta que se puede extrapolar a todo lo que se produce, tal y como sugiere su pregunta.
Por suerte, el de la alimentación es un sector que cuenta con numerosas iniciativas disidentes en los cinco segmentos de la industria (la producción de herramientas, de bienes primarios, de bienes transformados, la distribución y la restauración). Estas iniciativas tienen en común la reivindicación de los derechos laborales y el rechazo a sustituir de forma generalizada el trabajo vivo por el trabajo muerto de las máquinas. Demuestran de manera concreta la superioridad —incluso en términos de eficacia productiva— de una producción al servicio de lo vivo (y no solo contra lo vivo o sin lo vivo, como en la agroindustria).[5] Es primordial sacar estas disidencias de los márgenes y este es el objetivo del proyecto de SSA.
Estas propuestas de seguridad social sectorial[6] se inspiran en el modelo de seguridad social sanitaria de 1946 de Francia, que fue una conquista comunista. En aquella época las tasas de cotización empezaron a subir: pasaron rápidamente del 16 % al 33 % del salario bruto. Tras una estabilización en los años cincuenta, se registró una nueva subida hasta el 53 % a principios de los años ochenta. Esta socialización de casi la mitad del salario subvierte el relato del salario capitalista como «fruto de mi trabajo» que lleva al funesto «orgullo de ganarse la vida con el trabajo». Así, en los años sesenta y setenta en el sector sanitario se produce una transformación espectacular: con el incremento de las cotizaciones se pueden adelantar los salarios de los trabajadores y se crean hospitales universitarios y maternidades, se transforman los hospicios en hospitales locales, se construyen las bases de la asistencia sanitaria. El anticipo de los salarios sustituye así parcialmente al anticipo de capital, lo que demuestra que el préstamo de los «inversores», esos actores supuestamente indispensables, es innecesario. El personal médico tiene un salario vinculado a su persona y no a su puesto de trabajo.
El salario comunista no es el resultado de la producción, sino el requisito previo a ella. El salario es un derecho político y el único anticipo necesario para la producción
Esto nos da una idea de lo que puede ser una SSA. Todos los profesionales disidentes de la agroindustria entran a formar parte de un sistema concertado: perciben un salario asociado a su persona y tienen un acceso gratuito a todos los insumos de la producción, ya que la caja de la SSA avanza los salarios de los productores de estos entrantes. Supongamos que el conjunto de estos salarios representa 80 000 millones (o sea, un tercio del mercado actual de la alimentación); pues bien, los 68 millones de consumidores de Francia recibirían unos 100 euros por persona y mes. Se podrían utilizar otros 40 000 millones para aumentar el número de personas dentro del sistema de concierto y potenciar la producción cubierta por la seguridad social hasta que se sustituya totalmente a la agroindustria (incorporación de agricultores y transformadores en propiedad de uso de la tierra y de equipos que, fuera del mercado capitalista, serían propiedad patrimonial, sin ánimo de lucro, de colectivos democráticos a una justa escala territorial con el apoyo de los profesionales actuales que deseen salir de la agroindustria).
¿Dónde encontrar estos 120 000 millones? En esto es en lo que hay que ir más lejos de lo que se fue con la seguridad social sanitaria, asumiendo que el salario comunista no es el resultado de la producción, sino el requisito previo a ella. En este sentido, los salarios de los profesionales concertados no se cubren mediante una cotización sobre un valor previo, sino mediante una creación monetaria (sin reembolso al tratarse de salarios). Por supuesto, corresponde a los profesionales implicados producir el valor equivalente para que esta moneda adelantada no sea ficticia. Este razonamiento vale para cualquier tipo de producción, ya que es la producción de valor a escala estatal lo que permite hacer efectiva la seguridad social. Lo que proponemos en Réseau Salariat es convertir el salario en un derecho político para cualquier residente mayor de edad. Este debe oscilar entre los 1800 euros netos (asignado automáticamente al alcanzar la mayoría de edad) y los 5000 euros, con un salario medio equivalente al actual, es decir, 2600 euros netos al mes. Para ello, hay que crear aproximadamente 1,6 billones de euros (o sea, el equivalente a la renta disponible actual) y generar una producción de valor equivalente. Es una propuesta muy razonable y legalmente posible sin salir de la Unión Europea: o bien saliendo de la zona euro, o bien manteniéndose en la zona euro y creando una moneda nacional no convertible en euros.
El El deterioro del Estado que provoca el comunismo no busca su desaparición, ya que necesitamos funciones colectivas macrosociales, pero estas tienen que liberarse del aparato estatal.
Hoy en día, a falta de reconocer las conquistas comunistas, estamos aún muy condicionados por la visión capitalista de una producción basada en el anticipo de un crédito y de unos salarios resultado de un contrato de trabajo (y que se perciben una vez que se ha pagado a los prestamistas y repartidos los beneficios entre los accionarios). Es un escenario de explotación y alienación. Hay que darle atractivo y credibilidad a otro en el que el salario es un derecho político y el único anticipo necesario para la producción. Y es que es posible revertir la dinámica capitalista.
Revertir la dinámica capitalista
El capitalismo ve a los trabajadores como «costes» de producción, cuando son los únicos actores, y considera «actores» a cuatro figuras perfectamente prescindibles: el prestamista, el inversor, el empresario y el operador de mercado. Pero podemos prescindir de ellos en todos los ámbitos de la producción, como ya ocurre en el sector sanitario y en el de la educación. Hay que anticipar los salarios y no reembolsar las deudas de inversión.
Si huyen los prestamistas y los inversores, ¡será una buena noticia! Ya no habrá que rendir culto a las agencias de calificación para que nos sean favorables; ya no tendremos que entregarle al Gobierno los sacrificios humanos necesarios para calmar el déficit; ya no tendremos que postrarnos ante los fascistas de Silicon Valley para que se fijen en nuestro país. Al prescindir de los empresarios, ya no tendremos que dar las gracias a los supuestos «creadores de empleo», ni soportar los sermones de los grandes patrones, ni guardar piadosamente silencio ante las fundaciones que blanquean su dinero sucio ni escuchar la misa de los imperios mediáticos donde oficia sin pudor el clero capitalista. Y, al prescindir de los operadores de mercado, ya no tendremos que consolarnos con las limosnas de las ONG financiadas con nuestros créditos fiscales ni ver cómo matan de hambre a las poblaciones que alimentan sus beneficios especulativos en los mercados del trigo, del cobre o de los metales raros para coches eléctricos, cuyos supuestos beneficios ecológicos nos enseñan como un catecismo.
Fijaos, ¡vamos a separar el Estado de la Iglesia capitalista!
El deterioro del Estado que provoca el comunismo no busca su desaparición, ya que necesitamos funciones colectivas macrosociales, pero estas tienen que liberarse del aparato estatal. Y lo mismo pasa con las empresas: hay que asumir su dirección porque es ahí donde se produce el trabajo. El estatuto de la función pública debería conquistarse para que los funcionarios (titulares de su cualificación y, por ende, de su trabajo) puedan rechazar colectivamente las directivas que no favorezcan el interés común. ¡Que estén a la altura de este mandato! Que se alíen con la población local para salvar una escuela, una oficina de correos, un tribunal, una maternidad o un centro de salud que el aparato estatal haya decidido cerrar. Que se concierten con los usuarios para determinar los programas educativos, si son docentes; para defender el derecho laboral en las empresas, si son inspectores; para diseñar la línea de tren que va a sustituir a una carretera, si son agentes de movilidad. La toma del poder del Estado es la toma del poder ciudadano sobre el trabajo en los servicios públicos.
Tanto en Francia como en España, entre los responsables políticos y económicos cada vez hay más personas dispuestas a facilitar la llegada al poder de la extrema derecha con tal de conservar sus privilegios. Frente a ellos, los movimientos de resistencia y desobediencia civil, como las Sublevaciones de la Tierra, ¿son un elemento esencial en el pulso que se librará? ¿La lucha se debe librar en la calle o desde las instituciones?
Ni en la calle ni desde las instituciones. Más bien, a veces en la calle, a veces desde las instituciones (incluyendo las urnas).
Lo importante es empezar por el elemento correcto, es decir, el trabajo. Es lo que acabo de explicar con la propuesta de liberar los servicios públicos del aparato estatal (ya sea capitalista o socialista) en una movilización conjunta de funcionarios y usuarios para reapropiarse del trabajo. Esto vale para todas las empresas. El lugar de nuestro poder es el trabajo. Somos el trabajo. Sin nuestro trabajo, ni la burguesía capitalista ni los partidos progresistas pueden seguir en su vía de crear cada vez más valor para conseguir más beneficio o poder. Sin nuestro trabajo, estas burguesías no son nada. Su obsesión por acumular valor mediante el capital ficticio generado en el mercado de capitales ha llevado a una serie de burbujas económicas, que los bancos centrales han combatido en beneficio de los especuladores mediante la creación monetaria mientras se condenaba a los trabajadores a la austeridad.
Sacar el trabajo de su heteronomía, de su desvinculación con las personas: esa es la vía. Y es una vía perfectamente transitable, ya que se basa en lo que más nos importa: nuestra responsabilidad como especie humana. ¡Podemos movilizar muchos sentimientos positivos a favor de la convivencia, la paz y la continuación de nuestra presencia en la tierra! Así podemos luchar contra el auge de la extrema derecha, que se alimenta del resentimiento que provoca entre la población la impotencia sobre lo más esencial: el trabajo. Así podemos sacar de los márgenes toda la efervescencia actual en torno a la producción, la vivienda, los cuidados…: mediante la multiplicación de los sistemas de seguridad social. Con movimientos como las Sublevaciones de la Tierra, las innumerables iniciativas disidentes que plantean otra relación de trabajo entre humanos y no humanos o los sindicatos que abren un nuevo frente en su empresa o servicio público, el de la soberanía sobre el trabajo, nunca el comunismo ha sido tan activo como ahora.
El III Encuentro Filosofía y Ruralidades, que se celebra del 7 al 9 de noviembre de 2025 en Santalla d'Ozcos (Asturias), estará dedicado al sistema alimentario actual con una presentación del proyecto de la Seguridad Social de la Alimentación a cargo de Réseau Salariat, la asociación francesa en la que Bernard Friot trabaja desde hace años para formar y fomentar «les déjà-là communistes».
[1] «Llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente». Marx y Engels, La ideología alemana, 1845.
[2] Como demuestra la experiencia del municipio autogestionado de Marinaleda, en Andalucía, el control del trabajo y el control del espacio en el que se inserta forman un sistema, se afirman juntos y se ven amenazados juntos.
[3] Por ejemplo, Guillaume Sabin, Dévier, Libertalia, 2024.
[4] Daniel Véron, Le travail migrant, l’autre délocalisation, La Dispute, 2024
[5] Aurélien Gabriel-Cohen, La vie sans les vivants ? Tesis de geografía, Université Paris Cité, 2023
[6] Para saber más sobre estas seguridades sociales sectoriales (alimentación, cultura, vivienda, etc.), véase la página de Réseau Salariat réseau-salariat.info.
[7] Véase el desarrollo de este punto en Le communisme qui vient.
PARA SABER MÁS
Os invitamos a escuchar los pódcasts donde se profundiza sobre la propuesta francesa de la seguridad social de la alimentación:
Primera parte: Toma la tierra núm. 23
Segunda parte: Seguridad Social de la Alimentación