Entrevista a Tita Torres, educadora popular feminista

Patricia Dopazo Gallego

Ana Felicia Torres, a quien siempre han llamado Tita, habla desde la experiencia de cuarenta años de militancia feminista. Impulsó en 2003 el movimiento Mesoamericanas en resistencia por una vida digna y actualmente coordina la Red de Educación Popular entre Mujeres de Latinoamérica y el Caribe (REPEM). Hablamos de lo que aportó el concepto de economía feminista al movimiento y de la importancia de la formación política en los procesos colectivos.

 

 

Tita es de Costa Rica, mestiza, «fruto de una violencia matricial». Estudió antropología social («antropología occidental», precisa) y, más tarde, teología, animada por su inquietud por temas sociales, lo que la llevó a participar, pese a considerarse laica, en movimientos juveniles católicos y en la Pastoral Social, donde ya se abría paso por entonces, en los años setenta, la teología de la liberación. Dice que llegó al feminismo desde la educación popular y la militancia social. Trabajó durante más de veinte años en la Red Alforja, entidad que articula organizaciones de educación popular de Centroamérica desde los años ochenta y que desarrolla una labor fundamental en los procesos organizativos y políticos, entre ellos los vinculados con los feminismos y las nuevas masculinidades. Tita ha sido dos veces candidata a diputada y ha realizado un trabajo muy importante a nivel cultural e ideológico de la mano de partidos explícitamente feministas y por las diversidades sexuales, un tema con el que está muy sensibilizada al ser madre de una mujer trans.


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Tiita Torres

Estuvo recientemente en España para participar en la sesión final de las Escuelas de Economía Feminista Rural, coordinadas por la fundación Mundubat en el País Valencià. Estas escuelas se han inspirado en el trabajo histórico de su organización, Mesoamericanas en Resistencia, que ha dado una amplitud y profundidad muy particulares a la economía feminista.

Cuando llegué al encuentro, en un municipio del interior de Alicante, las participantes estaban desayunando y Tita compartía con el resto de la mesa la grave situación de su país, que nunca ha importado a la comunidad internacional. Costa Rica ha perdido hace tiempo su estado social, quizá el único que hubo en Centroamérica, y ahora está gobernada por Rodrigo Chaves, un perfil de extrema derecha muy similar al presidente de El Salvador, Nayib Bukele. En esa realidad vive Tita y desde ella reflexiona y actúa.

  Háblanos de Mesoamericanas en Resistencia

Mesoamericanas en Resistencia es un movimiento que tiene una importancia muy grande, cada vez me doy más cuenta. Hablamos de alrededor de 100 organizaciones de mujeres en toda la región, con una diversidad enorme. Nacimos en 2003, en el contexto de una fuerte lucha social contra la aprobación del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, México y Estados Unidos, en el que muchas mujeres tratábamos de colocar nuestras demandas y no ceder a eso de que «son transversales». Era muy difícil trabajar en el movimiento mixto y empezaron los conflictos. Parecía impensable que pudieran asumir las demandas más fronterizas de derechos sexuales y reproductivos, nunca las entendieron. Entonces, nos salimos de la articulación y comenzamos un proceso al que muy rápidamente logramos dar forma.

Para nosotras, «estar en resistencia» es una forma de estar, de vivir, y tiene que ver con reexistir, con refundarse, con crear nuevo poder, no con repartir el poder disponible.

 
   Estar en resistencia» es una forma de estar, de vivir, y tiene que ver con reexistir, con refundarse.   
 

  Nacisteis en el seno de la lucha contra la globalización, pero habéis ido mucho más allá en planteamientos económicos, políticos e identitarios, trazando un camino nuevo y propio. ¿Puedes hablarnos de esto?

Nosotras siempre tuvimos una mirada puesta en los procesos de formación, porque consideramos que la educación política de las mujeres es muy importante, renocernos como sujetas políticas es clave. Lo económico es un campo que en los feminismos se ha trabajado mucho, pero lo que ha llegado a las mujeres son propuestas muy funcionales, digamos, de lo que se llama «proyectos productivos», «emprendedurismo» y «microempresas» en visiones neoliberales de la cuestión económica. Ese lenguaje fue desapareciendo para nosotras a medida que fuimos consolidando una propuesta política antineoliberal, anticapitalista y antipatriarcal. Muchas de las compañeras, sobre todo las de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, venían de situaciones políticas en los que la izquierda había sido fundamental. Al principio, tratamos de preservar como niñas buenas la visión política de la izquierda, pero nos dimos cuenta de que era una visión misógina y patriarcal.

 
   Las mujeres no necesitamos que nos inserten en el mercado y que nos busquen más trabajo  Además, los procesos de formación finalmente se constituyen en espacios de autocuidado y de cuidado mutuo porque para acudir las mujeres tienen que quitar tiempo de trabajo y de cuidado de alguien, de la casa. Tienen que «aprender a descuidar», sobre todo a hombres adultos y a hijes que se pueden manejar.   
 

Por eso intentamos que no vengan con las criaturas a los encuentros, forzando así la corresponsabilidad y permitiendo que las compañeras puedan centrarse en la reflexión política.

  Y, actualmente, ¿qué es para las mesoamericanas la economía feminista?

Para nosotras es como una manera de vivir, de mirar la vida, de vernos a nosotras mismas. Conocer el término fue todo un descubrimiento porque al principio hablábamos de «género y economía». Yo había empezado a trabajar en Alforja sobre el concepto de «ciudadanía económica de las mujeres» y había entrado en contacto con la Red de Mujeres Transformando la Economía, integrada sobre todo por mujeres feministas sudamericanas. Fui varias veces al Estado español y a Sudamérica y sentí que yo todavía estaba, en algún sentido, en el paleolítico porque allí conocí a economistas como Cristina Carrasco, Antonella Picchio y Francine Mestrum, y... ¡vieras cómo se me iluminó todo! Desde entonces, las mesoamericanas, impregnadas de feminismo y educación popular, empezamos a trabajar una escuela de economía feminista. Ya se acabó todo lo demás, nos pegamos a la economía feminista y ha sido muy importante.

Fíjate que, en marzo, en el encuentro de Economía Feminista de Abya Yala, allá en Argentina, me encontré con Amaia Pérez Orozco y la oí decir que la economía feminista en Europa es un marco de análisis, pero en Mesoamérica es una propuesta política y ética. Sentí muy reconocido nuestro trabajo de tantos años y nuestra escuela que, a pesar de nuestra realidad de desigualdad y de violencia, ha sido pionera en construir una propuesta política y pedagógica orientada a trabajar con mujeres de sectores sociales amplios.

Cosmovisión maya: politizar lo espiritual 

«Buscábamos un paradigma que nos permitiera cuestionar no solo la economía, sino también la organización social de la vida y la relación con los bienes naturales y con los otros seres (animados e inanimados, decimos). Ahora queremos incorporar toda la perspectiva de la vida del subsuelo. Gracias a la cosmovisión maya, también trabajamos el conectarse a tiempos no lineales: los ciclos de los cuerpos, el ciclo menstrual, lunar, los embarazos, la menopausia, los tiempos de la naturaleza (por usar ese concepto), los procesos de floración, de la siembra... Poner bajo sospecha esa visión cronológica del tiempo, que, además, está muy centrada en los tiempos de los salarios, en las fechas del mercado neoliberal.

Ha sido importante ir incorporando estos elementos porque nos ayuda a romper con los paradigmas de la vida judeocristiana y la visión antropocéntrica de la historia y el tiempo. Por ejemplo, nosotras decimos que el futuro ya fue. El futuro al que aspiramos se parece más a lo que ya fue de esas sociedades de los pueblos originarios. Buscamos trabajar y cambiar el sentido de las cosas, vivirlo de otra manera».

 

 

  ¿Cómo se trabaja con mujeres de territorios tan diversos en lenguas, nacionalidades y culturas?

Desde que arrancamos fue un movimiento muy amplio, con cooperativistas, sindicalistas, campesinas, migrantes, mujeres del sector educativo, de la salud... y eso en todos los países de Centroamérica, desde Chiapas a Panamá. Somos unas 15.000 mujeres en total y siempre ha habido más mujeres de pueblos originarios que negras. Los encuentros los hacemos a menudo con interpretación porque hay mujeres que no hablan «castilla», como dicen ellas. Además, ha habido desafíos como trabajar con compañeras evangélicas, una corriente que ha hecho mucho daño en lugares como Guatemala.

Hay una capacidad importante de las compañeras de todos los países para trabajar en sus comunidades y tenemos una apuesta política muy grande sobre los territorios. Hacemos reuniones regionales presenciales, pero también trabajamos mucho en línea. Ahora vamos a comenzar un proceso de «formación 2.0» donde vamos a desarrollar cinco de los seis temas del Encuentro de Economía Feminista de Buenos Aires y va a ser en línea porque no tenemos dinero, pero vamos a leer, a comentar, a explorar el uso de algunas herramientas y a acompañarlo todo con un taller de creatividad para crear nuevos instrumentos. Yo estoy contenta porque estamos vivas, nos hemos mantenido en todos los países.

  Tomasteis una decisión consciente de acogeros a la cosmovisión maya, ¿por qué?

Bueno, esto se sitúa en la búsqueda de marcos de análisis, ya que no nos cuadraba el marco de la economía política, porque es muy ciega a la cuestión de género.  Las mesoamericanas somos un movimiento con una apuesta política que pasa por la reflexión y politización de lo sociocultural y lo espiritual. Trabajamos mucho la ética. Tenemos una particularidad como movimiento y es que no solo pensamos en un «buen vivir», sino en un «buen pensar» y un «buen conocer». Por eso siempre planteamos que era importante dedicar tiempo a pensar y a conocer. Entonces, nos pusimos a explorar el tema de la cosmovisión y el resultado estuvo marcado por que el grueso de las mesoamericanas son mayas:  mestizas, choles, chontales, tzotziles… El proceso en Chiapas y Guatemala es muy importante. Observando la cosmovisión maya, encontramos una gran posibilidad de deconstrucción y de diálogo con las economías feministas. En la formación también trabajamos el buen vivir de los pueblos quichuas.

 
   Somos un movimiento con una apuesta política que pasa por la reflexión y politización de lo sociocultural y lo espiritual.   
 

  Por último, has mencionado mucho en tu intervención la importancia de «sanar la historia de opresión» que todas llevamos encima.

Somos producto de las violencias, la historia es una historia de violencias. Tener esto claro implica no idealizar a los pueblos originarios. Los mayas, por ejemplo, nos articulan desde el sureste mexicano hasta Costa Rica porque estuvieron en toda la región, eran pueblos que buscaban dominar. A su vez, sufrieron muchas violencias y discriminación, razón por la cual se mantiene vigente su cosmovisión. La cantidad de población maya que hay en Guatemala es una evidencia de cómo fueron las relaciones de poder con la invasión, ya que debido al racismo allí no hubo mestizaje. En Costa Rica sí lo hubo. Tenemos que comprometernos en no repetir estas violencias, pero cada quien tiene que hacerse cargo de lo que le toca. Esto lo identifico como un proceso de sanación colectiva que tenemos que hacer. Creo que las mesoamericanas, con toda nuestra diversidad y la experiencia en este camino, tenemos en la base un esfuerzo por sanar esa raíz de opresión, que generó conflictos entre nosotras.



Patricia Dopazo Gallego
Revista SABC

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