
Ilustración de Ione Larrañaga @ione_larrago
Omar Felipe Giraldo
Soy un compuesto de múltiples cuerpos muertos que me han donado sus vidas; ellos conforman mis tejidos, mi sangre, mi aliento.
Soy el conjunto de las relaciones de lo que comí; el resultado de las múltiples muertes que, reconvertidas en alimento, me encarnan y me ofrecen su ánima.
Las plantas y los restos animales que consumo se disuelven en mi corporeidad. Acá habitan sus historias, sus geografías, sus paisajes; también sus alegrías, también sus dolores. Al alimentarme de su carne, ingiero sus mundos; consumo sus vínculos.
Alimentarme es un acto divino, porque me nutro de los filamentos vitales de todos esos seres que con sus muertes me donan vida y me insuflan espíritu. Soy la casa de la comida sagrada donde vegetales, hongos o animales, se funden en carne humana.
Esas muertes sagradas que ingiero, que saborea mi paladar, que transitan por mi esófago, que se disuelven en nutrientes y que en fluidos recorren mi cuerpo, cobran nueva vida y renacen en mí.
La verdura, el maíz o el pez, que hasta hace muy poco me eran expresiones ajenas de vida, mueren para revivir en este animal interdependiente que soy.
Al comer, recibo donaciones de vidas que me habitan y me permiten moverme, sentir y pensar. Mis afectos, pensamientos y percepciones no brotan en soledad. Estoy acompañado por todos los murientes que adquieren una vida renovada en mi animalidad.
Intersoy con lo que como; lo mismo con lo que bebo. Esa agua que hace poco fue nube, océano o manantial, hoy es mi sangre, mi respiración, mi sudor. En su fluir ha tejido incontables vidas terrestres y marinas: fue tortuga, araña, dinosaurio; fue río, ballena, paramecio; fue ceiba, secuoya, mariposa.
El agua que acabo de beber recorrió sus tejidos, fluyó por sus torrentes, pero solo por un instante, antes de seguir su curso de movimiento y reconvertirse en nieve, glaciar, río, océano, nube o huracán.
Hoy irriga mis órganos y da forma a mi estructura. Pero no por mucho tiempo. Esa agua será exhalada, exudada, orinada y seguirá dando vida a una multitud de expresiones vitales en la misteriosa trama de vida y de muerte en la que todos estamos inmersos.
La comida y el agua son el hilo que me conecta con la majestuosidad de esta Tierra viva. Son la hebra que me permite ser cuerpo en relación con los lugares donde la vida fluye y se transforma en múltiples expresiones.
No es solo una mandarina lo que como; no es solo un jugo de naranja lo que bebo. En mí habita la concatenación de acontecimientos previos que esas frutas encarnan. Al alimentarme de sus jugos, me vinculan a los territorios donde germinaron y crecieron, así como a la densa urdimbre de relaciones que les permitieron ser mandarina y naranja tejidas en otros tiempos y geografías.
Pero no solo me alimento de otras muertes como insumo para mi vida. Mis propias pequeñas muertes son también comida para otros vivientes. Soy predado por mosquitos que beben mi sangre y mis células muertas nutren a diminutos organismos. Convivo con millones de microbios que habitan en este cuerpo plural, compuesto de múltiples especies que se alimentan lo mismo de la comida que ingiero que de mi encarnadura.
La comida y el agua son el hilo que me conecta con la majestuosidad de esta Tierra viva
¡Soy un gran festín! Un banquete delicioso para los múltiples cuerpos que me habitan o para aquellos que se nutren de mis desprendimientos. Mi cuerpo es un alimento también sagrado que nutrirá la tierra en la disolución de la muerte y que permitirá donar mi carne a múltiples otros seres.
Todas estas redes de interconexiones se tejen y retejen a través del alimento. Soy un animal, una criatura como las demás, entrelazada en los procesos cíclicos de la vida-muerte, donde el alimento me permite, además de continuar vivo, saberme enmarañado con la totalidad de lo que vive y lo que muere.
Cada bocado, cada sorbo, es una donación de vidas que se trenzaron en una historia de encuentros enigmáticos, que me proporcionan, por un brevísimo instante, la facultad de conformar este envoltorio de materia mamífera.
Nada como el alimento me hace tan consciente de lo profundamente zurcido que estoy en la red de la vida-muerte y de cómo soy reciclado, una y otra vez, para engendrar nuevos rejuvenecimientos.
La zanahoria, el arroz o la papa, cocidos en el fogón, se deslizan por mis arterias no solo como nutrientes; también como las fuerzas y afectos de todos los enredos previos que hoy se enredan con los propios.
La conjunción de elementos que se manifiestan en mi carne animada encierra las historias de amores y desamores de los lugares con los que me entretejo mediante el alimento. Comer es acoger ciertos afectos y entramados de mundos que se inscriben en mi cuerpo.
En todo caso, soy siempre carne de la tierra, pero no es igual ser corporizado por un entramado de historias marcadas por la consideración, el aprecio y la ternura, que por relaciones de violencia, maltrato y desprecio.
Hoy la mayoría de nosotros estamos encarnados por la tragedia. En nuestra sangre habitan los bulevares de la tristeza de animales confinados y torturados; en los tejidos de nuestros músculos serpentean los genes de plantas abusadas en los laboratorios y los venenos absorbidos por sus raíces y sus estomas. Las muertes que hoy nos mal-alimentan están manchadas de crimen, crueldad y barbarie.
Las masas empobrecidas por este sistema industrial y capitalista son obligadas a corporizarse con las muertes violentas y la desdicha de seres profanados y convertidos en mercancía.
Sin embargo, para algunos aún es posible nutrirse de muertes energizadas por afectos alegres. Quienes pueden hacerlo habitan cuerpos compuestos de paisajes diversos, cantos sublimes y plumajes fosfóricos. En sus corporeidades se funden espacios festivos donde pueblos sabios han establecido diálogos fecundos con la tierra y han logrado que las relaciones de vida florezcan.
Los cuerpos dichosos que se nutren de esos amores se enlazan hacia atrás con la abundancia de la vida que ha sido acariciada con dulzura y hacia delante con los ritmos de una tierra que recibirá como don el alimento que también somos.
Omar Felipe Giraldo
Profesor de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, Unidad Mérida, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
Último libro: Retorno al humus. Una interpretación ambiental sobre la muerte. Editorial Heredad (México, 2024)
Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo