Los regadíos históricos del Altiplano de Granada
Javier Moreno, Isidro J. Espadas, Rosa Vroom
Los regadíos históricos y tradicionales, como los del Altiplano de Granada, son fuentes de vida que están en peligro de extinción, como los conocimientos ecológicos asociados y las personas que los sustentan. La Asociación Pasos, Participación y Sostenibilidad, trabaja por su conservación. El documental Vegas y vida nos habla de ello.
Vega de Benamaurel (Altiplano de Granada). Foto: Rosa Vroom
Emilio tiene 84 años y sigue yendo todos los días a regar con garrafas su pedacito de huerto, una pequeña mancha verde en medio de una antigua vega por la que ya no transcurre el agua de la acequia y que ahora tiene más pinta de desierto. Pilar, dinamizadora juvenil de profesión, con su huerto de autoconsumo, transmite a su familia el valor de una buena alimentación, «malacostumbrando a sus hijos a lo bueno». Carmen es una mujer poderosa con un gran conocimiento de la huerta que con su trocito de vega y sus animales puede prácticamente autoabastecerse. Alonso nos muestra la importancia de los ribazos para contener los suelos en las avenidas y el riego a manta para mantenerlo vivo y permitir que el agua infiltrada vuelva a salir «más abajo» en otras fuentes o qanats.
Aunque Emilio, Pilar, Carmen y Alonso viven en distintas localidades del altiplano granadino —Galera, Cuevas del Campo, Benamaurel y Cúllar—, comparten un hilo común: la experiencia viva de unas prácticas agrícolas tradicionales que no solo pueden garantizar el sustento, sino que respetan los ciclos del agua, el equilibrio del paisaje y el tiempo de las personas. Hablamos de un modelo agrícola profundamente adaptado a un entorno semiárido que hoy se ve amenazado por la intensificación, el cambio climático y el abandono.
Carmen con su marido en la huerta. Foto: Rosa Vroom
Formas históricas de relación con el entorno
El Altiplano de Granada, en las comarcas de Baza y de Huéscar, guarda tesoros como sus casas-cueva, los yacimientos arqueológicos y sus bellos paisajes, enmarcados en el Geoparque de Granada. En sus encajonados valles, los vecinos y vecinas del territorio que se han dedicado a la agricultura y la ganadería tradicionales durante cientos o incluso miles de años han moldeado entornos de gran valor y belleza: las vegas. Estas no se entienden sin sus regadíos históricos y, en particular, sin sus acequias, que llevan el agua donde de forma natural no llegaría, creando vida a su paso; tampoco sin su rico patrimonio histórico asociado, que apenas se conoce, como los qanats (alcavor en català-valencià), que son galerías subterráneas empleadas para captar aguas del acuífero o de infiltración, las presas y los azudes que los regantes construían para desviar el agua a las acequias, o multitud de molinos harineros y oleícolas.
Este patrimonio histórico y cultural, viene aparejado con el conocimiento ecológico tradicional, muchas veces menospreciado, que ha permitido a las sociedades que han vivido en este territorio gestionar estos sistemas durante siglos, como ejemplos de resiliencia y sostenibilidad en la gestión de los recursos. Ahora que se habla de «soluciones basadas en la naturaleza» y de adaptación al cambio climático, este tipo de conocimientos y prácticas constituye un ejemplo vivo de soluciones y adaptaciones fruto del ensayo y error durante cientos de años.
Pero, quizás, una de las dimensiones menos exploradas y más interesantes tiene que ver con la manera de entender las formas de relación con el entorno que sustentan estos sistemas de riego. Las cosmovisiones o maneras de entender el mundo condicionan nuestra manera de relacionarnos con él. No es lo mismo concebir la naturaleza (o nuestro entorno) como algo ajeno o como un lugar al que acudimos de vez en cuando que verla como nuestra casa, nuestra vida, el lugar que nos sostiene y del que formamos parte. Tenemos la convicción — o, como se dice ahora, «no tenemos pruebas, pero tampoco dudas» —de que quienes habitaban antiguamente estas tierras tenían una forma de ver el mundo en la que su vida era compatible con otras formas de vida (aves, cangrejos, ranas, etc.), promovidas por las acequias y los árboles que plantaban para obtener sus frutos y su leña y, a la vez, disfrutar su sombra. Aquí la clave está en el «y a la vez», que nos abre a un pensamiento holístico.
Pero, en la práctica, no siempre está presente ese vínculo y conocimiento real del entorno. Por eso, cuando desde una visión más «funcionalista» se dice que hay que cambiar totalmente los sistemas de riego «porque se pierde el agua y no es eficiente ni productivo», se dejan de ver las funciones ecológicas que cumplen estos sistemas al recargar acuíferos y mantener la biodiversidad. Y, sobre todo, se ignora una forma de entender la vida según la cual lo productivo se integra en otra serie de cuestiones, como los cuidados, el valor de producir alimentos, cultivar la tierra, generar autonomía, mantener un entorno lleno de vida y sentarse a la sombra de la higuera después de la faena, con la satisfacción que produce todo lo anterior. De nuevo, todo eso está «a la vez».
Esta visión funcionalista ha generado una sociedad cada vez más atrapada en el mito de la productividad, que pone en bandeja la entrada a estos territorios de grandes empresas y fondos de inversión, que solo buscan intensificar los cultivos para generar beneficios a costa del agotamiento del agua subterránea y el suelo. Esto agudiza la despoblación, que debilita la estructura social de los pueblos, y, en particular, la sociedad dedicada al campo, que no ve garantizado el relevo. Las comunidades de regantes —instituciones comunitarias que gestionan los sistemas de regadío tradicionales—, además, se ven amenazadas por estas formas de pensamiento contrarias a sus propios intereses para mantener sus sistemas y formas de vida, lo que genera contradicciones internas. A esto hay que sumarle que el mantenimiento de estos sistemas requiere más trabajo que los métodos más tecnificados y suelen ser menos rentables en los mercados tradicionales, lo que da como resultado una compleja ecuación de difícil resolución.
Emilio. Foto: Rosa Vroom
Enlazando vínculo con conocimientos y prácticas
Entidades como el Memolab-Laboratorio de Arqueología Biocultural de la Universidad de Granada y su director José María Martín Civantos, llevan más de quince años apoyando y asesorando a las comunidades de regantes para la defensa y la recuperación de este patrimonio histórico y cultural mediterráneo. Para ello, organizan tareas de limpieza y recuperación de acequias como herramientas de intervención social que ayudan a revitalizar estas instituciones comunitarias y proponen mecanismos como la custodia del territorio y los convenios con entidades públicas para que las comunidades puedan recibir apoyo por los servicios que prestan a la sociedad y que no están suficientemente valorados.
En esta línea nos planteamos nuestro aporte a través del proyecto Vegas de Conocimiento, con el que también quisimos visibilizar estos saberes y formas de vida a través de los vídeos y los talleres para debatir sobre los problemas, buscar soluciones y pasar a la acción con intervenciones directas. Una de las más significativas —en colaboración con el Memolab-UGR, la Asociación Alpanchía, el Ayuntamiento de Galera y la Comunidad de Regantes— fue la limpieza y recuperación de parte de la acequia de La Alpanchía, en el pago del mismo nombre, donde Emilio tiene su pequeño huerto y en el que, en el momento de escribir este artículo, se sigue trabajando para lograr que llegue de nuevo el agua a su bancal. En el momento de escribir este artículo, se sigue trabajando para lograr que llegue de nuevo el agua a su bancal.
Nuestra apuesta, además, está en explorar, visibilizar y apoyar estas prácticas y el mantenimiento de las acequias, acercando a la gente a estos sistemas de regadío tradicionales. Es a través del conocimiento, y sobre todo la práctica, como podemos abrirnos a ese vínculo y valorar nuestro entorno hasta considerarlo parte de lo que somos. La defensa de los regadíos tradicionales es un punto de unión entre las personas que entienden así su relación con el entorno, cada vez más residual, y quienes aspiramos a acercarnos a ellas.
Todo esto ha quedado reflejado en un documental que es, en parte, un ejercicio de memoria. Pero no desde la nostalgia paralizante, sino desde la urgencia de aprender del pasado para construir otro futuro posible. Frente a los problemas descritos anteriormente, nuestros protagonistas levantan una propuesta clara: volver a mirar a la vega no como un recurso a explotar, sino como un ecosistema que cuidar y del que aprender. Porque en cada acequia que se pierde, en cada bancal que se abandona, se borra una parte de nuestra historia, de nuestra identidad, de nuestras formas de vida y también de nuestra capacidad de adaptación al cambio climático y, por tanto, de afrontar los retos que tenemos para el futuro.
PARA SABER MÁS
https://vegasdeconocimiento.pasos.coop/
Te esperamos en la presentación del documental el miércoles 2 de julio a las 18:30 h: