El refugio que buscan las semillas en Padilla de Arriba

María Herrero

En las extensiones enormes de cereales, que desde hace milenios tienen en las semillas su sustento, sujetos al territorio como un grano que queda enterrado entre los tabones, conversan José Félix y Águeda, dos de las personas que han hecho de la búsqueda, el cuidado y el conocimiento de las simientes su modo de vida a través del proyecto familiar y de conexión con el entorno que es Ecopipa. 

 

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Padilla de Arriba es el lugar donde la iniciativa echó raíces en los años ochenta para después ver nacer Ecopipa en 2005 Foto: Ecopipa

Para llegar a Padilla de Arriba, en la comarca Odra-Pisuerga de Burgos, hay que enfilar una larga carretera que parece no tener fin. La vía transformó el paisaje en su día y hoy divide las extensas llanuras de la zona que van a toparse, a lo lejos, con la Peña Amaya.

Podría decirse que el quehacer de Ecopipa se remonta al momento en el que los vacceos comenzaron a expandirse por la planicie de la meseta. Su conocimiento de la agricultura y la ganadería hizo que este pueblo prerromano consiguiera subsistir en estas llanuras que, en la actualidad, siguen siendo eminentemente cerealistas. Su actividad, sin embargo, ha llegado cambiada hasta estos días: lo que en su momento fue un modelo de producción basado en la autosuficiencia y el equilibrio con el entorno, ha sido progresivamente modificado por siglos de dominio, explotación y concentración de la tierra por parte de unos pocos.

Variedades antiguas y cierre de ciclos

Con la mirada puesta en conseguir la autonomía que tenían estas civilizaciones, las raíces del proyecto se sitúan en los años ochenta del siglo pasado, cuando arraiga «el compromiso con el territorio, la comarca y las personas que aquí habitan», como explica José Félix, y su desarrollo lleva al que sería el nacimiento de Ecopipa en el año 2005, momento en el que «damos el cambio a la actividad bio», añade. La transformación —tan presente en todo el proyecto, no solo a nivel agrícola— es clave: de girasol a aceite, de simientes a harina, de lo grandioso a lo cotidiano, de fuera hacia adentro. «Son cambios que no se hacen de la noche a la mañana, a través de la gestión vas adquiriendo mayor autonomía y decisión en el proceso». 

El modo de trabajo de Ecopipa no es distinto al del resto de agricultores que realizan otro tipo de agricultura en la zona, «lo único que difiere es que en nuestros campos no hay abonos químicos, ni herbicidas ni pesticidas», detalla José Félix, quien destaca que la rotación de cultivos es importante, «para dar continuidad» y también aprovechar mejor todo lo que les ofrece el campo. Dos características clave para lograr que el producto tenga calidad: «Vivimos con los ojos y los oídos bien abiertos para aprender y que nuestros productos respondan a aquello que intentamos conseguir». Con esta visión, Ecopipa ha hecho del aceite de girasol su producto principal, «porque quizá es el único que se produce a nivel peninsular», añade Águeda.  

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La visión que tiene Águeda del proyecto pasa por la parte de artesanía que tiene la producción de alimentos. Foto: Ecopipa

Águeda es quien explica el resto de los procesos que se llevan a cabo en Ecopipa, como las harinas que se transforman a partir de cereales que cultivan. Ella misma detalla que trabajan con «variedades antiguas», que es lo que «genera resonancia en Ecopipa», apostilla. El hecho de poder mantener ciertas semillas para descubrir su comportamiento en el campo y también en el proceso de transformación en la nave es vital para el proyecto a nivel interno, pero se ha convertido en «la batalla más grande que se está librando a nivel mundial». En realidad, la conservación de estas simientes ancestrales no es distinta de la que se pueda hacer a nivel local o cotidiano, pero las consecuencias para un proyecto como este son desiguales. «Cada vez es más difícil poder tener semillas sin patente, pero conseguir sembrarlas cada año es el objetivo para mantenerlas», añade Águeda. Así, granos como los de la espelta —«o su tatarabuela, el monococcum»—, el trigo Florencia Aurora, el Khorasan, el centeno gigantón, el trigo sarraceno o las avenas son algunas de estas semillas que se conservan, se cultivan y se transforman en Ecopipa, todas ellas con altos niveles nutricionales, al contrario que «muchos trigos que comemos que son híbridos, están tremendamente modificados y tienen unas cantidades ingentes de gluten», explica. «Algunas personas que tienen intolerancia sí que pueden digerir los que cultivamos», añade la joven. 

Asimismo, en la rotación de cultivos también entran las leguminosas y otras plantas específicas que están enfocadas a fijar el suelo y «que nos permiten cultivar el resto», dice Águeda. El ejemplo es el forraje destinado a su corral doméstico formado por decenas de cabras, gallinas o vacas. «Todo lo que se entiende como residuo agrícola aquí es alimento para los animales», cuenta, que son quienes producen también el abono natural para sus campos. «Y es lo más gratificante para las familias que aquí estamos, es como nuestro supermercado», ejemplifica José Félix, «si necesitas huevos o leche, lo tienes en el corral». 

La transformación de la cosecha se hace en molinos de piedra con los que aún van aprendiendo mientras «se suman variedades». Y para más autonomía, ahora han instalado unas placas solares que abastecen una parte de su demanda de energía. «Antes los molinos funcionaban en cauces de arroyos, y ahora lo hacen con un cauce que está en el tejado de las naves», bromea José Félix. 

Cooperativismo libertario, esfuerzo y diversión 

Ecopipa es un proyecto impulsado por la familia Becerril Bilbao en el que, hoy en día, seis personas vuelcan todos sus esfuerzos. Además de José Félix y Águeda —que trabajan en encauzar la transformación y salida de los productos— están también Musta, Bruno, Rodrigo y Lara. Aunque, como dice José Félix, «nos movemos a la demanda». La labor de Ecopipa es estacional —como el resto de las tareas del campo—, pero en la nave siempre «te toca hacer algo», y hay labores de las que no se pueden librar fácilmente: la ardua burocracia. Lo que no se trabaja con la azada, también ha de despacharse con la misma destreza. Su funcionamiento es abierto y flexible, y todas las personas aportan sus ideas y tienen la libertad de desarrollarlas con el apoyo del resto para alcanzar el fin principal: «Que sea viable y disfrutarlo».  

Aunque el grano en la tierra de Ecopipa es esa transformación, José Félix y Águeda cuentan que el proyecto no se hubiera espigado de igual manera sin el arrullo de la Universidad Rural Paulo Freire Tierra de Campos de Amayuelas de Abajo, en Palencia. Las experiencias compartidas y los conocimientos que les llegaron desde un principio, y que les han «salpicado o bendecido muy gloriosamente», puntualiza José Félix, han cimentado la manera de entender los cultivos y los procesos en las últimas décadas en Padilla de Arriba. Los encuentros con la escuela palentina comenzaron a finales de los noventa y a través de estos se ha ido forjando buena parte de lo que Ecopipa es hoy. Su participación en ciertos congresos o reuniones les llevó a pertenecer a los grupos de consumo con los que el proyecto de semillas se dio a conocer de puertas para afuera. Aunque José Félix asegura que «han desaparecido buena parte de esos grupos» debido a la deriva «más doméstica y manipulada» de la sociedad actual. Pero gracias a ellos y a las personas que se fueron sumando «a través del boca a boca», Ecopipa consiguió llegar a ese público al que quería destinar sus aceites o harinas. Gentes que se acercan a ellos a través de algunos mercados ecológicos o ferias y que sirven también como un recolector de ideas de otros modos pero misma forma de entender la tierra. 

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Ecopipa trabaja con variedades antiguas para descubrir su comportamiento en el campo. Foto: Ecopipa

«Mirar hacia adentro» 

Y fue precisamente esa manera de comprender su territorio la que resonó en Águeda cuando decidió volver a Padilla de Arriba y meterse de lleno en Ecopipa. Ella forma parte de la generación joven del proyecto, la que eligió regresar después de «años de academia» para darse cuenta de que volvía «hablando de cosas que siempre he tenido en casa», apunta. La «oportunidad» que ve Águeda de «aportar, sentirte realizada y disfrutar con lo que haces» está, en su opinión, unida al «privilegio» de dedicarse al proyecto que siempre ha «mamado», pero sin dejar de lado el toque de atención. «En Castilla y León es bastante complejo acceder a tierra: o viene de familia o no tienes la opción de dedicarte al campo», lamenta. Una realidad con la que conviven decenas de jóvenes en la comunidad y que esta burgalesa ha recibido como la mejor manera de tener su «propio tiempo», además de «estar en familia, compartir y conciliar». 

La visión del trabajo —o aportación a Ecopipa— que tiene Águeda pasa por la parte de artesanía que posee la producción de alimentos más allá de lo industrial y mecánico. «Creo que gran parte de los males de esta sociedad se dan porque producimos aire», sentencia. Desde su punto de vista, el momento actual es el de «currar hacia adentro». Ahora no se refiere únicamente a las tareas en Padilla de Arriba, sino a una sociedad que sepa que «primero nos tenemos que respetar a nosotras mismas para poder cuidar a quien tenemos a nuestro alrededor y después extrapolarlo al medio». «Es coherencia», apostilla, «y qué mejor que aprender de las plantas, que siempre nos cuidan». 

En ese trabajo que mira hacia el interior —algo «sencillo y cotidiano» para ella—, lo fundamental es realizar la labor desde «cada una de nosotras si queremos un mundo mejor y evolucionar a nivel social; si queremos crecer y qué queremos aportar». Esta es la «necesidad» para Águeda, y traduce a Ecopipa como una «excusa o estrategia» para llegar ahí, no solo como un proyecto agrícola. La aportación pasa, desde su punto de vista, por entender qué es lo que necesita el medio y llevarlo a cabo como un oficio o un gremio. «Molaría saber cuál es nuestro lugar y reubicarnos y ocuparlo a nivel social», explica Águeda y pone un ejemplo: «Como las plantas, que cada una tiene una función de autorregulación biológica». Unas funciones que, para ella, se extrapolan también a las relaciones y la revolución de los cuidados. «Actualmente el consumo no es solo de territorio, sino de personas», detalla, «es importante revisar cómo nos relacionamos y nos tratamos». 

La labor de repensar una sociedad que vive a rebufo del sistema es la que siempre se ha planteado Ecopipa, una reflexión que ya existía antes de que naciera el proyecto. José Félix critica que «hemos sido educados a respetar cosas que no favorecen a la ciudadanía en general», por eso la iniciativa que nació en Padilla de Arriba busca «analizar los orígenes, si hay otro punto de partida para que el reparto sea igual o similar para todo el mundo, nazcas donde nazcas». Para encontrarlo se apoyan en la educación y el respeto, en la búsqueda de libertad y de igualdad como mismo punto de partida en cualquier territorio. «Estamos planteando que otra sociedad es posible, pero desde otra gestión, otros parámetros diferentes a los actuales que están superdirigidos, domesticados y, cada vez, más dependientes», explica José Félix. 

Y en el camino siguen desde un lugar al que solo intentan «sumar» y que está lleno de posibilidades para ellos. Un espacio que están vaciando de recursos, pero que está «lleno de vida». «El vaciado de un territorio implica, para mí, la degradación total», reflexiona José Félix, «el que no haya humanos no significa que no haya existencia, hay lugares en los que viven 20.000 personas que están más degradados o manoseados». Y finaliza: «Si hay un cuidado de los entornos, para mí siempre están las puertas abiertas para habitarse». 

La labor de Ecopipa perdurará hasta que haya «personas en conexión» con el territorio que, para el padillano, «es la única cultura». Ni José Félix ni Águeda miran hacia el futuro. Lo hacen, sin embargo, a un presente que conecta a las gentes con la tierra pasando por la sencillez del cuidado en su versión más primitiva. «Padilla, etimológicamente, viene de patela, que es la pala con la que se hace el pan», detalla la joven. Un término que el pueblo heredó de los Vacceos y que perdurará hasta que en los campos de la comarca dejen de convertirse en grandes llanuras de color ocre cuando comiencen a dorarse las espigas. Llenos, eso sí, de semillas que han encontrado en Ecopipa, en José Félix, Águeda, Bruno, Rodrigo y Musta y Lara, el hogar para crecer.  

María Herrero 

Periodista

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