Verónica Sánchez Martino

Hace unos años trabajé en un servicio de acompañamiento a personas que trataban de asentarse en pueblos de Asturias. Parte de mi trabajo consistía en facilitar procesos complejos como la búsqueda de vivienda. En esa experiencia me sorprendió la similitud de las solicitudes que llegaban: todo el mundo quería una casa con prao, fuera del núcleo rural, una casa separada de las demás.

 

 

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Con frecuencia se perciben las casas del medio rural asturiano como más asequibles en comparación con otros territorios. Fotos: Irene García Roces

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Todo el mundo, viniera de donde viniera, quería lo mismo. Y lo que quería no era ser parte, sino ser independiente, guardar una distancia, realizar su proyecto de vida en un pueblo, disfrutar de la naturaleza y de la república independiente de su casa.

También me sorprendió la abundancia de casas disponibles para el alquiler turístico y la dificultad para encontrar viviendas para el alquiler habitual. Sin embargo, esto no se debe a que no haya viviendas vacías. Según el censo del INE en 2021, en un 42 % de las viviendas del Oriente de Asturias no vive nadie de forma continuada. Un 25 % están vacías de forma permanente, mientras que un 17 % tienen un uso esporádico, vinculado principalmente a segundas residencias y estancias vacacionales. Algunos municipios, como Cabrales, llegan a tener un 50 % de sus viviendas vacías (Pomarada, 2023).

Esta situación es similar a la de otras zonas rurales interiores del resto del estado. Según el Ministerio de Fomento (2014), en municipios con población inferior a los 1.000 habitantes, el 50 % del stock de vivienda está compuesto por viviendas vacías (17 %) y de uso esporádico (33 %). Además, generalmente, es en las áreas rurales de carácter interior donde se concentra en mayor medida la vivienda antigua en mal estado de conservación (Donadei et al., 2023).

Por lo tanto, no es que no haya casas vacías, las hay, pero están en ruinas o en manos muertas [1] o son segundas residencias o alojamientos turísticos. En todo caso, la posibilidad de tener una vivienda pasa en la mayoría de los casos por comprarla, pues hay muy pocas casas disponibles para el alquiler permanente. Pero tampoco es fácil comprar una casa, al menos para los habitantes con salarios o ingresos generados localmente en una zona rural empobrecida.

En Asturias llueve

En los últimos años, esta comunidad autónoma ha dejado de perder población y ha empezado tímidamente a ganarla, revirtiendo una acusada trayectoria de declive demográfico que se mantenía desde los años ochenta del siglo pasado. El Plan Demográfico de Asturias 2017-2027, redactado antes de la pandemia del COVID-19, profetizaba justo lo contrario (Consejería de Presidencia y Participación Ciudadana, 2017). Cada vez más personas llegan a vivir a Asturias y con frecuencia perciben las casas de aquí como más asequibles, o incluso baratas, especialmente cuando se comparan con las viviendas de las grandes urbes. Algunas de esas personas buscan, entre otras cosas, un refugio climático; pues, como todo el mundo sabe, en Asturias llueve.

El cambio climático genera la necesidad de desplazarse debido a condiciones climáticas o desastres generados por ellas. Un refugio climático es un lugar donde el impacto del cambio climático no hace imposible la vida o no merma excesivamente su calidad. El aumento de las temperaturas en el centro y sur de la península y la previsión de que ese calentamiento aumente generan desplazamientos hacia el norte. Pero ¿qué pasa cuando los habitantes rurales privilegiados por nuestro clima nos encontramos con los migrantes que llegan privilegiados con su poder adquisitivo? Parece que este es un refugio solo para quien pueda pagarlo, porque las viviendas rurales están sometidas a las mismas leyes del mercado que las de la gran ciudad, y esas normas son ajenas a su valor de uso y están ligadas siempre a su potencial especulativo. Los precios relativamente más bajos de la vivienda no lo son tanto cuando los comparamos con las rentas locales y los ponemos en el contexto de la orientación turística del territorio.

Cuando las viviendas disponibles se destinan prioritariamente al mercado turístico y segundas residencias, los precios suben, aparecen los inversores y las viviendas son cada vez más inalcanzables para los habitantes rurales; entonces se genera la tormenta perfecta para la gentrificación rural.

¿Refugiadas o desplazadas?

Al hablar de personas refugiadas, en este contexto, empleamos el término para nombrar a personas de nuestro estado que se desplazan empujadas por el proceso grave y profundo del calentamiento global. Este es un proceso generado por dinámicas de producción, crecimiento económico y colonización que, a la postre, son las mismas que vaciaron el mundo rural y que van acompañadas de grandes dosis de dinámicas individualistas y deseos de disponer de recursos ilimitados, movilidad ilimitada, vidas ilimitadas.

Propongo llamar a esas personas «desplazadas climáticas» en lugar de refugiadas, sin minimizar el sufrimiento que implica una situación que te obliga al desarraigo. Aun así, considero importante diferenciar a los desplazados climáticos de aquellas personas, habitualmente procedentes del sur global, que necesitan refugio por situaciones climáticas o de otro tipo que implican un despojo, violencia y desarraigo aún más violento que el que sufrimos en el Estado español.

Esta reflexión sobre casas, pueblos y refugios necesita aún más notas de contexto; para ello, hay que mencionar ineludiblemente dos grandes procesos que han atravesado al mundo rural en toda la península: la desagrarización y la turistificación. [2] Ambos se relacionan con la despoblación de manera compleja.

La desagrarización ha sido el proceso en la base del desmantelamiento del mundo rural en su conjunto, con su correspondiente desaparición de comunidades, agroecosistemas, servicios públicos, lenguas, culturas y cosmovisiones. La turistificación —que ha afectado sobre todo a zonas de costa, de montaña y algunas interiores— ha generado estacionalidad en el empleo, acaparamiento de la vivienda útil y especulación, y ha retenido en las zonas rurales a muchos menos vecinos y vecinas de lo que se esperaba de ella como ansiada estrategia contra la despoblación.

Pueblos para convivir

Estos procesos nos conectan de nuevo con el tema de la gentrificación derivada de la compra de viviendas en zonas de «refugio climático». En este sentido, es necesario hacer algunas precisiones muy obvias: no tiene el mismo efecto el acaparamiento de casas para alojamientos turísticos que la compra de casas para vivir. Los vecinos, tener vecinos y ser vecinos, son parte de la solución, mientras que las viviendas turísticas son claramente parte del problema.

Podemos preguntarnos si realmente estamos en condiciones, en la España despoblada, de prescindir de alguien. El hecho de que cualquier persona que llega a vivir a una nueva tierra no sea bienvenida me parece conflictivo. Pero quizá el tema sea el cómo llega. Y preguntarnos cómo podemos frenar procesos gentrificadores en las zonas rurales aliándonos y formando nuevas comunidades con las personas que llegan, y no generando aún más distancia entre nuevos y viejos vecinos. Bienvenidas sean las desplazadas climáticas que se quedan a vivir todo el año.

Ser vecina del pueblo es algo más que compartir una escalera. En esto, como en tantas cosas, los territorios rurales son muy complejos. La vivienda rural no es solo una casa, es originalmente una pequeña parte de una unidad de producción. La quintana asturiana o la casería, por poner dos ejemplos locales, engloban la casa, la cuadra, el hórreo, la huerta, los prados y el monte privado o comunal. Son conjuntos pensados para producir energía, alimento y cobijo de manera inseparable e interdependiente en una comunidad. A veces la propiedad de la tierra es individual, a veces pública, otras común. Un pueblo es originalmente una comunidad que se asienta en un agroecosistema al que nutre y del que se nutre y una buenísima inspiración para pensar la vivienda y la alimentación desde lo colectivo y lo agroecosistémico.

Hoy día se concibe la vivienda rural obviando este hecho. Olvidamos que esa casa es solo un nudo dentro de un entramado y que está pensada para formar parte de él, para alimentar y dar cobijo a una comunidad, para que el ciclo de la vida no se agote. Obviamos que la vivienda rural es una célula de una comunidad, de un grupo con un devenir histórico, conflictivo y creativo.

Las fronteras de una vivienda rural son porosas y por eso la vivienda rural no es la república independiente de tu casa, es un espacio interdependiente en una comunidad interdependiente. Ojalá la acogida a las personas desplazadas nos ayude a fortalecerla, a fortalecernos, a alimentarnos, a ser pueblo, ser agroecosistema y ser refugio.


[1] En este caso, podríamos matizar las diferencias entre las zonas rurales costeras y las de interior.

[2] Generalmente, por ser propiedad de numerosos herederos dispersos por el éxodo rural.

Verónica Sánchez Martino

Varagaña

 Nota. Gracias a Macario Iglesias y a Alfonso Martínez Lázaro por compartir conmigo su sabia mirada.

  PARA SABER MÁS

Donadei, M., Gutiérrez Barbarrusa, V. y Mendes Leal, L. (2023). El papel de la vivienda en la revitalización de ámbitos rurales en situación de declive demográfico. Identificación de Buenas Prácticas en España. Hábitat y Sociedad, 16, 191-227. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2023.i16.09

Pomarada, G. (2023, 11 de julio). 12.800 viviendas en el Oriente permanecen vacías en total. El Comercio. https://www.elcomercio.es/asturias/oriente/12800-viviendas-oriente-permanecen-vacias-total-20230711021957-nt.html

Consejería de Presidencia y Participación Ciudadana. (2017). Plan demográfico del Principado de Asturias 2017-2027. Gobierno del Principado de Asturias. PDF disponible

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