Marina I. Villaverde López y la memoria atávica de la lana

Violeta Aguado Delgado

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Marina I. Villaverde López, artista de textil y futura campesina. Foto: Lucía Burón

Marina I. Villaverde López revaloriza, a través de su proyecto artístico «La memoria atávica de la lana», la materia prima y los saberes de quienes durante siglos cuidaban del ganado y del territorio.
Violeta Aguado Delgado


—Padre —le acusa—, ¿y hoy dónde estabais los campesinos?
—Donde siempre, Violeta, resistiendo en el pueblo, sobre la tierra, en los campos con las ovejas, produciendo en economías solidarias fuera de sistemas perversos. Contra la corriente que siempre nos quiso desmantelar, anular y ningunear. Porque no nos movemos del pueblo, por eso somos movimiento. Como el mar.
Gustavo Duch

 

 

Cuando Marina y yo nos conocimos, descubrimos que ya estábamos conectadas por un fino hilo de lana invisible, un hilo que tejía palabras y formaba un cuento, las palabras que Gustavo Duch plasmó en un papel un buen día sin saber que con ellas estaba hilando una madeja de lana, la de nuestra historia.

«Marina, ella es Violeta, la Violeta del cuento», le dijeron un día cuando coincidimos en un encuentro de jóvenes rurales. El cuento había nacido mucho antes cuando, en la Puerta del Sol, yo, una joven que acababa de salir de su pueblo, descubría en el movimiento del 15M aquello que sin darse cuenta había estado buscando. El error, como dice el cuento, fue creer que había que salir de la tierra para encontrarlo. Marina, sin embargo, descubrió el cuento años después. En él encontró el broche perfecto para concluir «La memoria atávica de la lana», lo que en un principio no era más que un trabajo de fin de estudios que llegaría a convertirse en un proceso a través del cual volver a la tierra.

 
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Fotos: Lucía Burón

Cabos sueltos

«Atávico pertenece al atavismo. El atavismo se define como el comportamiento que hace pervivir ideas o formas de vida propias de los antepasados; también podemos definirlo como la reaparición en los seres vivos de caracteres propios de sus ascendientes más o menos remotos». Cuando Marina encontró esta definición, supo que había dado con el hilo conductor de su proyecto. «La memoria atávica de la lana» es la historia de una búsqueda, la de una joven graduada en Bellas Artes que salió de su pequeño pueblo palentino, Cevico de la Torre, para regresar a él varios años después con el fin de tejer de nuevo con la lana de las ovejas de Tito, el único pastor de oveja churra que quedaba en el municipio.

La búsqueda de Marina comenzó cuando se propuso realizar su trabajo final del Grado Superior de Artes Plásticas y Diseño que estaba estudiando en la ciudad de Barcelona. En ese momento, se dio cuenta de que la mayor parte de su formación se había centrado en el estudio de técnicas contemporáneas y de que en su largo camino educativo nunca le habían enseñado acerca de la materia prima, de la fibra en sí. Fue entonces cuando pensó en las ovejas de su pueblo, en su lana que ya nadie quería y en todos esos saberes que nadie le había enseñado y que estaban a punto de desaparecer.

 
 Marina estaba desvinculada de las ovejas, igual que yo, hija de pastor, e igual que tantas otras jóvenes que no aprendimos a amar nuestro territorio. 
 

La protagonista de esta historia no viene de una familia de pastores y nunca antes se había preguntado por este oficio. La única referencia de Marina al respecto eran las cagalitas que las ovejas dejaban en las calles de su pueblo y de las cuales la gente se quejaba, olvidando un pasado no tan lejano donde las ovejas y las personas convivían y el territorio no se modelaba desde las políticas de un despacho de la ciudad, sino a base de sostener la vida de quienes lo habitaban.

Marina estaba desvinculada de las ovejas, igual que yo, hija de pastor, e igual que tantas otras jóvenes que no aprendimos a amar nuestro territorio. Y es que es difícil querer quedarte en un sitio cuando todo te dice que la mejor opción de futuro es marcharse. ¿Cómo seguir entonces hilando una madeja de lana que no está aferrada a ningún sitio?

 
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Madre y recién nacido de oveja churra del rebaño de Tito, el último pastor de esta raza autóctona de Cevico De la Torre (Palencia). Fotos: Lucía Burón

Mirar hacia el futuro sin dejar de mirar atrás

Como respuesta a esa inquietud, nació «La memoria atávica de la lana», un proyecto artístico basado en la recuperación del ciclo de producción artesanal de la lana a partir de la puesta en valor de la materia prima y de los saberes tradicionales de quienes hicieron esta labor durante siglos. Una apuesta por proteger el conocimiento artesano, la memoria colectiva y el respeto al medio natural y a los ciclos biológicos frente a la producción masiva industrial de productos textiles iguales y perfectos.

Este proyecto dirige la mirada hacia el futuro sin dejar de mirar atrás, repensando nuestra tierra, Castilla, conocida durante la Edad Media por poseer una de las industrias textiles más destacadas del mundo. Un lugar donde, por su relevancia, la lana recibió el nombre de «oro blanco» y se convirtió en una de las materias más comercializadas de Europa, posibilitando la posterior creación del Honrado Concejo de la Mesta, que otorgaría a ganaderos y pastores importantes privilegios y libertades. El comercio de la lana fue, además, un elemento histórico de cohesión europea que creó un itinerario cultural que proporcionaba herramientas de investigación y desarrollo.

Sin embargo, el cambio de la situación económica y política de Castilla a finales del siglo xviii y la expansión de la oveja de raza merina por los cinco continentes provocaron que la exportación de lana fuese menos competitiva y ocasionó conflictos entre la industria y los ganaderos, quienes finalmente perdieron sus privilegios. La llegada de la industrialización y la posterior tecnificación del campo dejaron un escenario aún más negativo para un producto que apenas tiene valor en nuestros días.

En Castilla los rebaños apenas recorren ahora cañadas, prados y calles. La lana ha pasado de ser el «oro blanco» a ser una materia prima cuyo precio ha bajado tanto en el mercado que los costes de esquila son superiores a los ingresos que genera. Desde los años sesenta, este producto ha ido sufriendo un abandono progresivo debido a la aparición de otras fibras, la mayoría sintéticas, y, hoy en día, la lana ha pasado a ser un subproducto del que muchos ganaderos tienen que deshacerse.

La pérdida del valor de la lana ha ido de la mano del quebranto de un territorio y de unas formas de vida, las campesinas, que han caído en el olvido. «Las ovejas han hecho el territorio y al desaparecer han desaparecido también las cosas primarias de nuestra zona, esa esencia, la raíz. Nos hemos desenraizado», relata Marina al describir el porqué de este proyecto.

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Lana de oveja churra hilada a mano y teñida con tintes de origen natural de la comarca del Cerrato palentino. Foto: Lucía Burón

Un cambio en las conciencias y en los tiempos de la vida

Frente a este olvido, la artista palentina se propuso recuperar, paso a paso, el proceso de producción tradicional de esta materia. Lo hizo recogiendo los vellones de las ovejas de Tito después de la esquila, lavando la lana en el arroyo, recolectando plantas para el tintado natural de la fibra, realizando el proceso de escarmenado y cardado para desenredar el producto, hilándolo después para conseguir un hilo resistente que posteriormente teñía con tintes naturales y tejía para elaborar un tapiz impregnado de memoria. La memoria histórica, cultural y natural de nuestra tierra, un patrimonio intangible que merece ser recuperado, recordado y reaprendido, pues en él se encuentran algunas de las claves para afrontar el futuro.

«Lo que estoy haciendo en los últimos años de mi vida es buscar el origen de las cosas, porque eso me hace ser más autosuficiente. La autosuficiencia es la forma de ser capaz por ti misma de gestionar las cosas y nuestras antepasadas estaban más arraigadas a eso», responde Marina cuando le pregunto por qué decidió volver al pueblo y llevar a cabo este proyecto.

«La memoria atávica de la lana» reclama un cambio en las conciencias y en los tiempos de la vida. Así lo experimentó Marina durante el transcurso de su proyecto cuando se sorprendió aprendiendo a disfrutar de la lentitud de sus procesos. Esto le llevó a adentrarse en los ritmos, ya lejanos, de los pastores y las pastoras, cuyos tiempos de vida no eran otros que los del ganado, el paisaje y las estaciones.

 
   Nosotras, con currículums llenos de aprendizajes, sin embargo, no sabemos coger la azada, ni reproducir semillas, ni tejer a mano.   

 

 
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Fotos: Lucía Burón

A través de «La memoria atávica de la lana» no solo Marina reconectó con su tierra, sino que los vecinos y vecinas de su pueblo volvieron a coger el hilo de lo que parecía un ovillo olvidado de sus vidas. Sorprendidos, se sonreían cuando veían a Marina hilando «como antiguamente» mientras atendía la taquilla de las piscinas de Cevico de la Torre durante todo el verano. De la perplejidad pasaron a rebuscar en su memoria y, al tirar del hilo, trajeron al presente pedazos de sus vidas que creían olvidados. Como le sucedió a «la Chora», hija de pastores, que se vio a sí misma cuando observó cómo Marina lavaba los vellones de lana en el arroyo.

La memoria colectiva pasó entonces a formar parte del tejido del proyecto. Las manos de Marina, jóvenes y suaves, manos de quien nunca ha trabajado en el campo, aprendían a hilar, al tiempo que se entremezclaban con las historias de quienes tienen esas manos de pueblo, arrugadas y rotas, curtidas por el tiempo y el trabajo. Fue entonces cuando Marina hizo suyas las palabras de la escritora francesa Nelly Pons, quien como ella, como nosotras, se encontró a sí misma cuando volvió al lugar de donde había salido: «Y a mí, que nací en la tierra, me hicieron falta casi treinta años para volver a ella y comprender que, siguiendo ciertas creencias y con el deseo de hacerlo mejor, no me habían transmitido nada de ese saber. Mis manos tersas y blancas me avergonzaban. Mi generación, desgajada de la naturaleza, se había vuelto incapaz de alimentarse por sí misma».

El proyecto de Marina conectaba con las gentes de su pueblo demostrando que los saberes atávicos, como la producción de la lana, perviven dentro de las personas, de quienes los pusieron en práctica a partir de lo aprendido de sus predecesores. Porque la memoria no solo se esconde en los recovecos más o menos lúcidos de nuestros recuerdos, sino que también reposa en nuestras manos, en nuestra manera de caminar, en ese gesto que repetimos y desconocemos el porqué. Por eso, el día en que Marina presentó su proyecto en su pueblo, sintió la emoción de sus vecinas, porque traer al presente los saberes que practicaban no es solo una manera de actualizar experiencias que podrían dar respuesta a las vicisitudes del ahora, sino también una forma de reivindicar las vidas de quienes creyeron que lo suyo, sus formas, su trabajo, sus tareas, sus conversaciones, sus recuerdos, no valían nada.

Esa herencia llegó hasta nosotras, hasta Violeta la del cuento y hasta Marina la de lana. A una generación de niñas y niños rurales que aprendieron a responder con profesiones de ciudad cuando les preguntaban qué querían ser de mayores en el colegio. Nosotras, que venimos de un lugar dedicado al campo, que jamás nos planteamos cultivar las tierras de nuestros antepasados, ni hacer la huerta junto a la acequia, ni llevar el rebaño hasta el molino. Nosotras, con currículums llenos de aprendizajes, sin embargo, no sabemos coger la azada, ni reproducir semillas, ni tejer a mano. Nosotras, que, a pesar de todo, hemos regresado, tirando del hilo que nos conectaba con nuestra tierra y con las manos, saberes y pesares de quienes convivieron con la lana y con las ovejas. Puede que finalmente «La memoria atávica de la lana» haya traído algo de esperanza a nuestros pueblos, porque cuando Marina redactó su currículum por última vez, recordó el cuento y añadió un apartado más, Marina es ahora «futura campesina».

Violeta Aguado Delgado

Periodista, dinamizadora de proyectos de desarrollo rural e hija de pastor

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