Abelardo Gil-Fournier

Uno de los programas más ambiciosos de los llevados a cabo por la dictadura de Franco fue la colonización interior, esto es, la trasformación a través de la agricultura de regadío de vastas extensiones de territorio. Tras tres décadas de operaciones, la colonización dio lugar a un gran número de grandes zonas regables pobladas por asentamientos urbanos de nueva construcción en todo el Estado. Pese a que en su origen fue un programa planteado como una reacción a la reforma agraria iniciada por los gobiernos de la Segunda República, con el paso de los años, sin embargo, la llegada de perfiles técnicos a la Administración le confirió un marcado carácter desarrollista, en sintonía con el resto de las políticas de la segunda mitad del franquismo.

 


Fue un proceso de larga duración, entonces, y vasto en su extensión territorial: esto hace difícil dar cuenta de toda su complejidad y evaluar sus medidas en términos de éxito o fracaso. La escala de sus intervenciones, sin embargo, lo sitúa en relación con el momento presente, un tiempo en el que la transformación digital de todos los aspectos de la vida es analizada en términos de colonización [1] y en el que la terraformación tecnológicamente asistida se propone de nuevo en algunos foros como espacio para la búsqueda de alternativas a la crisis ambiental. [2] En este sentido, este artículo repasa a grandes rasgos el despliegue de la colonización interior franquista sobre el territorio haciendo hincapié en los continuos episodios de violencia infraestructural a los que un proyecto de esta envergadura puede dar lugar.

 
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Fotos: Archivo fotográfico del Instituto Nacional de Colonización

El Instituto Nacional de la Colonización

El Instituto Nacional de la Colonización (INC) se fundó nada más concluir la Guerra Civil. Surgió en el contexto de una población sumamente pauperizada, de un reparto muy desigual de la propiedad de la tierra y de un campo ajeno a la modernización de las técnicas de trabajo que otros sectores habían conocido. En esas circunstancias, el INC fue concebido como un organismo cuya misión era poner en marcha planes orientados a la transformación total del territorio. La envergadura y ambición de estos convirtieron al Instituto en un instrumento clave para la ideología franquista de la redención, [3] según  la cual la dictadura venía a redimir la miseria que asolaba al país y a sus gentes. En este sentido, el cometido del INC no era simplemente aumentar la producción agrícola, sino también estabilizar una sociedad alrededor de esta y asentar los valores defendidos por el franquismo en su seno.

El desarrollo del regadío fue el medio principal para introducir las transformaciones perseguidas. Durante las tres décadas en que estuvo activo, el INC se ocupó principalmente de excavar una gran red de canales, de adaptar terrenos para su irrigación —las llamadas grandes zonas regables— y de fundar unos 300 pueblos en los que albergar a la población colona encargada de las labores agrícolas, ganaderas y de otros servicios. El Instituto se encargaba entonces de tareas tan distintas como la ejecución de expropiaciones por toda la geografía, trabajos en infraestructuras, transporte de población, drenaje de lagunas, abancalamientos, suministro de máquinas y fertilizantes, prácticas de formación, financiación y de una administración centralizada de toda la información. Su sede central estaba en Madrid y contó con siete delegaciones regionales, distribuidas por las principales cuencas hidrográficas.

Fue, en consecuencia, una inmensa institución en su momento que dio pie a una de las reformas más ambiciosas en la reciente historia económica del Estado —en palabras del sociólogo Cristóbal Gómez Benito, [4] «la mayor operación urbanística en zonas rurales jamás realizada en España»— que contribuyó en definitiva a transformar su paisaje rural.

El desarrollo de infraestructuras

Si bien la colonización interior tuvo un desarrollo espectacular durante el régimen de Franco, no fue un invento franquista. Desde el siglo xviii, y durante la segunda mitad del xix en particular, se discutieron y se pusieron en práctica programas en los que la modernización de la agricultura involucraba políticas de racionalización del uso de la tierra, la fundación de nuevos asentamientos y la implantación de sistemas de regadío. Varios países, además, habían acometido durante el siglo xx colonizaciones similares. Algunos de estos procesos tuvieron gran influencia sobre los ejecutados por el INC: la bonifica de Mussolini, la Innere Kolonisation alemana, el Columbia Basin Project estadounidense o los moshav y kibutz israelíes fueron ejemplos influyentes.

Uno de los aspectos que diferencia, sin embargo, al caso español del resto es el uso de prisioneros políticos como mano de obra destinada al desarrollo de infraestructura hidráulica, como parte del programa de Redención de Penas por el Trabajo ideado por el jesuita José Agustín Pérez del Pulgar. Tal y como ha sido explicado con detalle en el libro El canal de los presos, [5] los 150 km del canal del Bajo Guadalquivir —perteneciente a los planes del INC— no pueden comprenderse sin los cerca de 2000 prisioneros empleados en su construcción. Lo mismo ocurre con el canal de Montijo —el primero de los dispuestos por el Plan Badajoz—, con el canal del Bajo Alberche (Tajo) y el de la Violada (Ebro), todos ellos estratégicos para la colonización. El programa del INC vino de la mano de una política hidráulica que estuvo apoyada entonces en lo que hoy es conocido como el trabajo esclavo de prisioneros políticos, comunes y, después, libertos (liberados que no podían encontrar trabajo en ningún otro lugar). Lejos de ser algo puntual, el uso de presos políticos se extendió en el tiempo durante gran parte del franquismo.

 
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Fotos: Archivo fotográfico del Instituto Nacional de Colonización

El desplazamiento de población

El paso siguiente al desarrollo de infraestructuras era el movimiento de población. La puesta en producción de terrenos baldíos exigía mano de obra. Distribuidas en el interior de las zonas regables, las redes de poblados de colonización acogieron a familias colonas llegadas de toda la geografía del Estado. Cada familia, seleccionada generalmente tanto por conocimientos y experiencia agrícola como por criterios de buena conducta, recibía una vivienda y una parcela que debía ir pagando con su trabajo.

Un conjunto singular de estos movimientos migratorios fue el de los desplazamientos forzosos de poblados enteros debido a la construcción de pantanos. La violencia intrínseca a estos procesos y su impacto después en el tiempo, tal y como puede leerse, por ejemplo, en la obra literaria de Julio Llamazares, ilustra el desarraigo sobre el que los nuevos asentamientos fueron fundados. En estos casos, a la población de los pueblos inundados se les ofrecía parcelas en enclaves geográficos muy diferentes de los de su origen. Este es el caso por ejemplo de Cascón de la Nava, en la comarca de Tierra de Campos en Palencia, creado sobre una laguna desecada y poblado con habitantes desalojados por la construcción de diversos embalses. [6] O el de Foncastín, en Valladolid, que recibió a toda la población de Oliegos (León), un pueblo anegado por las aguas del embalse de Villameca. La filmación de este traslado de todo el poblado en un único tren ha sido preservada como un documento único que ha dado pie a más proyectos que inciden en la violenta singularidad de estos desplazamientos, como es el documental Población dirigida que puede verse entero en línea. [7]

La primera generación de familias colonas

 
   La mecánica de expropiación de terrenos permitió a los grandes terratenientes mantener los mejores suelos, mientras que las parcelas de peor calidad eran transferidas al proceso colonizador.   
 

Una vez establecidas en los poblados, la vida de las familias colonas no fue fácil. Tras un periodo de formación que duraba dos años, un contrato obligaba al Estado a ceder a la familia la propiedad de la parcela una vez que esta hubiera compensado con su trabajo la inversión inicial más los costes de formación y mantenimiento. Las cuentas de este pago al INC, sin embargo, nunca fueron mostradas con claridad a las familias, que a causa de la corrupción endémica llegaron a pagar mucho más de lo que debían y durante mucho más tiempo de lo estipulado. Pero además del agravio económico, esta deuda con el Instituto sirvió como instrumento para obligar a la población colona a una sumisión silenciosa: aunque no constan casos de expulsiones, el INC se reservó el derecho a rescindir el contrato de cesión de la parcela en caso de estimarlo oportuno. [8]

Otra dificultad que tuvo que sortear la primera generación colona fue el hecho de que las tierras recibidas eran de muy baja calidad: una trampa en la mecánica de expropiación de terrenos permitió a los grandes terratenientes mantener los mejores suelos, mientras que las parcelas de peor calidad eran transferidas al proceso colonizador. Tal era la baja calidad de la concesión, que en los planes pasó a contemplarse un periodo inicial de 10 años tras la cesión en los que no podían esperarse rendimientos de la tierra. Desde el punto de vista de las familias colonas, las condiciones materiales en ese periodo inicial fueron de excepcional crudeza.

La invisibilización de las mujeres

A ojos del INC, tanto los titulares como los responsables de las explotaciones eran los hombres. Era a los padres de las familias colonas a quienes se proporcionaba formación agronómica, quienes figuraban en todas las transacciones y a quienes se atribuían las cifras de producción. Sin embargo, gran parte del trabajo diario corría a cargo de las mujeres. Los escasos medios dedicados al programa hacían imposible que un solo jornalero completara todo el trabajo que le correspondía en un día. Por ello, además del trabajo de manutención y crianza en el hogar y del cuidado de los animales, la colona salía al campo todos los días también, para ocuparse a menudo de las tareas más penosas, tal y como recoge el libro y documental Tierra prometida, de la Federación para la Promoción Social y Cultural de la Mujer «La Amistad». [9]

Por otro lado, como hemos indicado al comienzo de este artículo, la colonización no fue solo un programa pensado para la producción agrícola, sino también un proyecto de creación de una sociedad rural alrededor del regadío. En este sentido, —además de la Iglesia— gran parte de la responsabilidad recayó de nuevo sobre las colonas. Cada poblado contaba con un Hogar Rural de la Sección Femenina dedicado tanto a la formación como a actividades culturales. Además, algunas de ellas fueron formadas por el INC como maestras para sus escuelas. Su invisibilización, esta vez, consistió en no convalidar esta formación con la del título de maestra nacional, necesario para ejercer más allá de los dominios del INC.

Legado, identidad y olvido

La imagen que queda hoy del Instituto Nacional de la Colonización es la imagen de sus poblados. Sin duda, sus trazados curvos, su urbanismo experimental, la arquitectura de sus edificios principales y el proyecto vanguardista de búsqueda formal de una armonía orgánica entre el pueblo y su entorno son distintivos recurrentes que atraen nuestra atención. Más aún, son también los hitos en los que las generaciones posteriores a la de las primeras familias colonas se han reconocido y alrededor de los cuales ha arraigado una identidad propia. Y es que pese a dificultades tan diversas como la dureza de los suelos, la burocratización debida al control del Estado o la poca capacidad del INC para adaptarse a nuevos escenarios como la mecanización de la agricultura; la mayor parte de las familias salió adelante y, con ellas, la colonización y sus regadíos.

Pero esto no es óbice para olvidar los escenarios de violencia sobre los que se ha asentado el programa colonizador. El uso de presos políticos, los desplazamientos forzosos de población, el trabajo inicial sobre tierras de baja calidad o la invisibilización continua de las colonas son algo más que meras anécdotas en un proyecto de desarrollo. Son formas de violencia cuya escala crece con la de los procesos tecnológicos de los que forman parte. Su memoria, en este sentido, también debería ser parte del legado de la colonización.

Abelardo Gil-Fournier

Una buena parte de este artículo ha sido redactada a partir de los textos del proyecto web colectivo Los colonos de la 'España verde' de Franco, realizado por Abelardo Gil-Fournier, Andrés Rodríguez Muñoz, Marco Rizzetto, Carmen M. Pellicer Balsalobre, Guillermo Cid y David Prieto en Medialab Prado entre los meses de abril y junio de 2017. Puede visitarse en: https://medialab-prado.github.io/poblados-colonizacion-colonias-penitenciarias/index.html


[1] Marie Bénilde, «Una feliz colonización digital», Le Monde Diplomatique en español, noviembre 2015.

[2] Véase, por ejemplo, el programa The Terraforming, del Instituto Strelka en Moscú, liderado por el teórico y arquitecto Benjamin Bratton.

[3] Sobre desarrollismo, tecnología y redención, puede verse la introducción del libro de Lino Camprubí, Los ingenieros de Franco, Crítica (2017).

[4] Cristóbal Gómez Benito, «Una revisión y una reflexión sobre la política de colonización agraria en la España de Franco», en Historia del presente, 3 (2004), p. 84.

[5] José Luis Gutiérrez, Ángel del Río, Gonzalo Acosta y Lola Martínez, El Canal de los Presos, 1940-1962, Crítica (2004). Véase también Isaías Lafuente, Esclavos por la patria, Planeta (2002).

[6] Sobre el caso de Cascón de la Nava puede verse el material recogido por la Fundación Cerezales Antonino y Cinia tras la exposición «Región (Los relatos)» así como una publicación vinculada de próxima aparición: https://fundacioncerezalesantoninoycinia.org/actividad/region-los-relatos/

[7] El documental web, realizado por Covadonga Canteli, Samuel Nacar, José Molina, Miriam Herrero, Carmen Pellicer, David Prieto, Sara Ramírez y Marco Rizzetto, puede verse en https://territoriodedatos.org/poblacion-dirigida/

[8] Sobre la vigilancia a las familias colonas, véase el capítulo «El colono controlado perfectamente» del libro editado por Mario Gaviria, José Manuel Naredo, Juan Serna, «Extremadura Saqueada», Ruedo Ibérico 1978.

[9] Yolanda Benítez, Ana Lozano y Pedro Tena, Tierra prometida: historias y testimonios de la colonización en Extremadura, Federación para la Promoción Social y Cultural de la Mujer «La Amistad», 2008.

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