Juan PIQUERAS HABA

taronger

Estos meses se está escribiendo mucho sobre la crisis de los cítricos valencianos. Para complementar los análisis realizados en los medios de comunicación de actualidad, repasamos el origen y la evolución del monocultivo citrícola, una forma de generar divisas que podría empezar a cuestionarse en el momento en que desplaza a los cultivos básicos e impide prácticas agrarias alternativas. ¿Qué puede aprenderse de este largo ciclo?

 

Después de haber sido durante siglo y medio la principal fuente de riqueza para la agricultura valenciana de las zonas de regadío, la citricultura parece haber entrado en una fase de final de ciclo económico, con una caída continuada de los precios pagados en el campo que hacen totalmente ruinoso su cultivo a pequeña e incluso mediana escala. La crisis es tan grave que en la actual campaña 2018-2019 muchas fincas dejan que sus mandarinas y naranjas se pudran en los campos. Entre las causas, se señala en primer lugar la importación por parte de la Unión Europea de mandarinas procedentes de África del Sur, aunque resulta difícil entender que la introducción de menos de 200.000 toneladas, en un mercado donde solo el Estado español produce casi dos millones (el 70 % valenciano), pueda haber generado tal hundimiento en los precios pagados en origen (18 o 20 céntimos por kilogramo), cuando en los mercados europeos el precio de venta final sigue siendo hasta 10, 20 e incluso 30 veces más. ¿Cuánto ganan entonces los agentes intermediarios, las cadenas de supermercados y las fruterías? La importación de mandarinas sudafricanas no ha hecho más que agudizar un problema que ya viene arrastrándose desde hace veinte años.

Los análisis señalan una larga serie de razones, tales como el exceso de nuestra oferta de cítricos, debido a las grandes plantaciones llevadas a cabo en Andalucía o el carácter minifundista de la mayoría de propietarios valencianos (la inmensa mayoría, hombres) frente a las grandes explotaciones andaluzas, llevadas a término por grandes empresas comerciales o por capitales procedentes de sociedades mercantiles, industriales, dinero negro o profesionales liberales con altos ingresos. También se señala la competencia de otras frutas que inundan los mercados en plena campaña naranjera. No deja de sorprendernos que incluso en Valencia se prefiera comprar en invierno uvas del Perú, kiwis de Nueva Zelanda o piñas de Costa Rica, antes que naranjas y mandarinas valencianas, aunque estas sean mucho más baratas.

Otras razones son de tipo político y organizativo, como invocan quienes recuerdan el gran papel que en décadas pasadas interpretaba el llamado Comité de Gestión de Cítricos, ahora desaparecido, tanto en la regulación de la oferta y la demanda como en las conversaciones con las autoridades europeas.

LA AGRICULTURA VALENCIANA DE EXPORTACIÓN Y SUS CICLOS

El historiador Ricardo Abad acuñó en 1980 el apelativo «fruta dorada» alusivo no solo al color de su piel, sino también al dinero (oro) que reportaba. Pero como tantos otros productos en la historia de la agricultura valenciana, también la naranja ha cumplido seguramente ya su ciclo hegemónico y conviene prepararse para otro nuevo.

Es importante recordar que la valenciana viene siendo desde el siglo xv una agricultura de exportación y que los cultivos han ido cambiando a medida que lo pedía el mercado. Así, a finales del siglo xv, los mercaderes flamencos, alemanes, británicos, franceses e italianos que operaban en Valencia y Alicante, se llevaban de aquí azúcar, seda, arroz, pasas, vino, azafrán, etc. El azúcar, obtenido de las cañas que cultivaba la población musulmana desde la Plana de Castellón hasta la Safor (Gandía y Oliva) fue el principal producto de exportación durante los siglos xv y xvi, hasta que la competencia del azúcar de Canarias y de América, ayudada por el cambio climático (la Pequeña Edad del Hielo) y la expulsión de los moriscos en 1609, acabaron con ella. Le sucedió entonces en los regadíos la morera, «el árbol de la seda», porque con sus hojas se alimentaban los gusanos que producían el carísimo y cotizado hilo. La seda bruta e hilada se exportaba a Francia e Italia, sumado a la demanda interna de los tejedores de Valencia, Requena, Toledo y Talavera. La seda fue la principal mercancía exportada entre el 1700 y 1840, seguida por las pasas, los vinos y el aguardiente. En la segunda mitad del xix, el viñedo representó más de la mitad del valor de todas las exportaciones valencianas, hasta que a partir de 1910 se iría sustituyendo por el naranjo en las comarcas litorales. El arrozal, por su parte, incrementó su extensión de poco más de 10.000 hectáreas en 1800 a 30.000 en 1920, ocupando gran parte de los regadíos de Alzira, Xàtiva, la Valldigna y la Safor, donde a partir de 1955 sería sustituido por el naranjo.

 

   Al calor del negocio, fueron muchos los capitales urbanos que invirtieron en pozos y tierras para plantar naranjos.   
 

EL PRIMER CICLO EXPANSIVO DEL NARANJO 1850-1930

Aunque el naranjo era ya un árbol habitual en los campos valencianos del siglo xvi, cuando todos los años por Navidad solían mandarse a la Corte (Madrid) carretadas de naranjas, granadas y turrones, su cultivo regular no empezó a producirse hasta finales de siglo xviii de la mano de propietarios ricos de Carcaixent, Alzira (la Ribera) y Borriana (la Plana). Se trataba de personas con otros ingresos no agrícolas y con capital suficiente como para transformar tierras de secano en regadío, mediante pozos noria. Hasta 1850, el mercado estuvo restringido al interior, ya que era Portugal el principal exportador a Gran Bretaña, en proceso de industrialización y urbanización. La ruina de los naranjos portugueses debido a una plaga durante la década de 1840, desvió la atención del mercado británico hacia Valencia, y las exportaciones crecieron vertiginosamente de menos de 9000 t en 1861 a casi 90.000 en 1880.

Posteriormente, se sumaron las compras de Francia, Alemania y Países Bajos, y las ventas superaron las 400.000 t en vísperas de la Primera Gran Guerra (1914-1918) que supuso una fuerte regresión, para alcanzar durante los «felices años veinte» el millón de toneladas en 1930. La Gran Depresión iniciada en 1929 y luego la Guerra Civil española y la Segunda Gran Guerra y sus secuelas, significaron una larga etapa (1931-1955) de estancamiento para el sector citrícola.

Al calor del negocio fueron muchos los capitales urbanos (industriales, comerciantes, profesionales liberales) que invirtieron en la compra de tierras para plantar naranjos, abriendo pozos con poderosos motores importados de Alemania y construyendo de paso soberbias mansiones como símbolo de la nueva riqueza.

LA SEGUNDA EXPANSIÓN Y EL FIN DEL CICLO: 1955-2018

La recuperación vendría pareja al «milagro alemán» y el crecimiento económico de Europa Occidental a partir de los años cincuenta, con la creación del Mercado Común en 1957. El Estado español firmó en 1958 ventajosos acuerdos comerciales con los países del Mercado Común, que mejoraron mucho en 1986 tras nuestro ingreso en el mismo y que alcanzaron su mejor momento en 1993 con la creación de la Unión Europea y su mercado único, sin aranceles ni impuestos. La demanda europea de naranjas volvió a crecer y con ello las exportaciones, que volverían a rebasar el millón de toneladas en 1970, aumentando luego a 2,2 millones en 1996 y llegando a 3,3 millones en 2010, cuando gracias a su posición ventajosa tanto arancelaria como geográfica, nuestro país acaparaba el 70 % de la cuota del mercado importador citrícola de la Unión Europea, frente a otros competidores internos (Italia o Grecia) y externos (Marruecos, Israel-Gaza o Sudáfrica).

Aquel boom exportador de los años setenta, acompañado de la entrada de los insumos químicos en la década anterior, fomentó las nuevas plantaciones, en las cuales, ahora sí, la huerta tradicional y muchos arrozales fueron invadidos por naranjos y mandarinos,  participando activamente también los medianos y pequeños propietarios, dibujando así una citricultura cada vez más minifundista. Las exportaciones en barco, mayoritarias en la etapa anterior, empezaron a ser sustituidas por el ferrocarril y finalmente por camiones frigoríficos, con una alta participación de empresarios valencianos. Lo mismo pasó con los agentes comerciales, antes en abrumadora mayoría británicos, alemanes y franceses, a quienes ahora harían y hacen competencia valencianos y murcianos. Los beneficios fueron muchos y muy repartidos.

La expansión del naranjo volvió a ser fulgurante e incluso superó con creces a la etapa anterior: entre 1955 y 2000 se plantaron en las comarcas del golfo de Valencia más de 100.000 hectáreas de naranjos y mandarinos, avanzando tanto sobre las huertas de los regadíos históricos como sobre los secanos interiores (viñedos, algarrobos, olivos) transformados en regadío con miles de pozos y transvases de ríos. Al llegar a su máxima expansión, en 2005, el territorio valenciano sumaba 190.000 hectáreas de cítricos. En Murcia y en las provincias andaluzas de Córdoba, Sevilla y Huelva, se habían llevado a cabo enormes plantaciones de naranjos que no cesarían de aumentar hasta el momento actual.

A partir del año 2000, cuando la producción seguía aumentando, las exportaciones empezaron a estancarse. La saturación de los mercados interior y exterior ha sido palpable en estos últimos años, con la consiguiente caída de los precios y sin previsión de mejora mientras en Andalucía se sigan haciendo nuevas plantaciones y Europa autorice la importación de cítricos de terceros países (Sudáfrica, Argentina o Marruecos).

 

   El boom exportador que comienza en la década de 1970 hizo que la huerta tradicional y los arrozales fueran invadidos por naranjos y mandarinos.   
 

UN NUEVO CICLO, DE NUEVO CON MONOCULTIVOS DE EXPORTACIÓN

Ante esta saturación, en Valencia ya hace tiempo que se empezó a apostar por el caqui, la granada, el paraguayo, el aguacate e incluso el kiwi. El caqui ha sustituido al naranjo (y lo sigue haciendo a marchas forzadas) en una de las cunas de la naranja (la Ribera del Xúquer), y ya hay plantadas casi 20.000 hectáreas (más del 80 % de la superficie estatal). Los granados ocupan otras 4000 (de un total de 5400); paraguayos, aguacates y kiwis son todavía minoritarios, pero están llamados a regenerar la agricultura valenciana. Estas transformaciones las están protagonizando de momento la pequeña y mediana agricultura que vive de trabajar directamente sus tierras. Se plantan muy pocos naranjos, como no sea en grandes fincas propiedad del capital comercial.

Todo apunta, pues, a que el ciclo del naranjo ha acabado en Valencia y que el paisaje siempre verde de este árbol irá siendo sustituido por otros de hoja caduca que dibujan un paisaje marrón en el invierno, como ya sucede en los alrededores de Alginet, l’Alcúdia y Carlet, los tres principales productores de caqui. Si esto ocurre, también habrá un notable cambio en el medio ambiente, ya que los cítricos, con su hoja perenne, actúan como un gigantesco bosque que absorbe la radiación solar, suaviza las temperaturas, consume anhídrido carbónico y aporta oxígeno a la atmósfera. Los demás frutales ya no podrán cumplir estas funciones en la misma medida.

Juan Piqueras Haba

Catedrático Honorario de Geografía

Universitat de València


NARANJAS ANTIFASCISTAS

Revista SABC

«Actualmente queda en los árboles del 35 al 40 % de la cosecha de la naranja por recoger, hay pendiente de cobro en el extranjero docenas de millones que podían revertir al Estado y como no puede dejar que se hunda definitivamente la exportación de la naranja, nosotros nos atrevemos a proponer que el Gobierno intervenga inmediatamente en el organismo exportador CLUEA».

Con esta carta dirigida a Largo Caballero, el 23 de marzo de 1937, la ejecutiva nacional de la UGT consiguió poner fin, como quería, a la experiencia de colectivización promovida por la CNT y la propia UGT valencianas. El Consejo Levantino Unificado de la Exportación Agrícola, creado en octubre del 36 y bajo control anarquista, pretendía controlar la totalidad de las divisas procedentes del mayor producto de exportación del momento, la naranja, en favor de sus propuestas revolucionarias y para evitar el avance fascista. La experiencia de esa campaña de colectivización, en términos económicos, fracasó, tanto por las propias obstrucciones del gobierno como por las tensiones con los propietarios, los problemas de transporte en un país en guerra y una sobreoferta de naranjas en Europa derivada de la producción palestina.

Tanto por reforzar el mito de la exportación como por hacer fracasar las colectivizaciones, cabría preguntarse cuánto pudo influir esta experiencia en el devenir del cooperativismo del sector, en la actualidad concentrado en Anecoop, una cooperativa de cooperativas convertida en el mayor exportador de cítricos del mundo y siempre al servicio de la Gran Distribución.


CHOQUE DE MODELOS AGRARIOS

Àrea d’Agroecologia de COAGCV

Frente al modelo de monocultivo citrícola, con los problemas sociales y económicos que conlleva y contrario por definición a la diversidad, en el País Valencià se han iniciado muchos proyectos agrodiversos y ecológicos que, sin embargo, se ven perjudicados por prácticas diseñadas para el modelo de cultivo dominante.

Desde 2002, las diferentes comunidades de regantes de las zonas citrícolas de Castellón y Valencia aplican la llamada fertirrigación comunitaria, consistente en la adición de químicos de síntesis al agua suministrada para el riego por goteo. De acuerdo con la recomendación del Servicio de Tecnología del Riego del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA), el argumento principal es mejorar la situación de la población activa del sector primario —que en estas comarcas supera la edad de jubilación en más del 40 % y cada vez tiene más difícil tratar de manera individual sus campos— y también hacer un «uso racional» de la fertilización sintética.

Las soluciones utilizadas en el proceso de fertirrigación, a base de nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio y algunos microelementos, no están permitidas en la agricultura ecológica, empobrecen las cualidades del suelo y son antagónicas, por ende, a los modelos agroecológicos. Sin embargo, se aplican de manera homogénea sin tener en cuenta la diversidad varietal, incluso de especies o edáfica de cada área irrigada. «Este agua sirve para cualquier cultivo» es el argumento que suelen esgrimir las comunidades de regantes.

En algunos casos, las comunidades de regantes plantean como solución destinar un día de agua «limpia» a la semana, cuando en realidad ese día supone más una limpieza de canalizaciones que un verdadero aporte de agua de calidad. Como organización agraria, somos conscientes de que un gran número de jóvenes que tratan de incorporarse a la agricultura con modelos agroecológicos, encuentran impedimentos a la hora de disponer de agua limpia para sus cultivos y se ven en la obligación de tomar medidas que comportan costes añadidos, como la construcción de balsas y otros mecanismos para depurar y almacenar agua para el riego. Además, en algunos casos el precio del metro cúbico de agua no tratada es igual al del agua fertirrigada, con el agravio comparativo que ello representa.

Paradójicamente, la ORDEN 11/2017, de 21 de marzo, de la Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural, por la que se regula el proceso de selección de inversiones propuestas por las comunidades de regantes reza: «La inclusión de inversiones en fertirrigación comunitaria se considerará siempre que la fertirrigación colectiva no comprometa la práctica de la producción ecológica de aquellos agricultores que la apliquen», pero este es un punto que no se respeta. Además, el Gobierno valenciano lanzó durante la legislatura de 2015-2019, el Plan Valenciano de Producción Ecológica, que, además de contar con pocos medios para su ejecución se encuentra con impedimentos como el que supone la fertirrigación, que sí asegura ingresos a las empresas comercializadoras de fitosanitarios. Más allá de su supuesta eficiencia, es necesario contemplar de forma más amplia las posibles implicaciones del riego localizado en áreas como el litoral valenciano, como consecuencias negativas sobre la fauna y flora salvajes o poner en peligro un patrimonio hídrico que define este territorio.

Se evidencia, pues, que estos remedios puntuales perpetúan el problema. La búsqueda de modelos agrarios justos y ecológicos es acuciante y está cada vez más justificada.

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