Bitxo
Ilustración de Bitxo
Vengo de un mundo quebradizo, limitado y frágil. Un mundo cuyos valores raros y lejanos se han ido poco a poco despegando más de mí, de otras y de muchas. Por eso, muchas somos las que hemos decidido abrirnos a la nada para construir otras formas de habitar. Somos los errores bonitos de ese sistema de valores. Monstruosas, valientes y vulnerables nos hemos construido nuestras formas de convivir, de comunicarnos y de relacionarnos. Somos los errores bonitos de ese sistema de valores. Y dentro de esas formas de habitar los pasillos del sistema, se encuentran los procesos y vidas colectivas. Y es desde aquí, mi posición de error bonito, desde donde quiero compartir una experiencia dentro de los proyectos de vida colectiva.
Vivo en el campo, en una antigua casona de un pueblo asturiano, dando vida a un pequeño proyecto colectivo. Nuestra casa se hincha y se encoge, y quien la habita cambia cada poco. Primero fueron cuatro, luego tres, después fuimos seis, para pasar a ser cuatro, luego dos y ahora vamos a ser cinco.
Hace tres años se comenzó a dar vida en esta casa a una utopía de un grupo de cuatro personas: creatividad, naturaleza, sostenibilidad, autogestión. Desde entonces han pasado mundos, en el campo el tiempo se dilata. Dentro de esos tres años todo ha ido mutando y de ello hemos aprendido muchas cosas, pero sobre todo de nosotras mismas. Aprendí que las vidas en colectivo son como una realidad de espejos, donde cada persona te proyecta diferentes caras de ti. Cuantas más personas comparten lo cotidiano contigo, más realidades tuyas debes aprender a gestionar dentro de ti, tanto positivas como negativas. Y esto es algo tan bonito como difícil, pero nos da la oportunidad de crecer como personas.
Habito un proyecto «cebolla», de esos que se construyen por capas. La primera capa es la procesual: un proyecto colectivo en el campo con sus objetivos y utopías. La segunda la convivencial: el aprender a convivir juntas y cuidarnos. Y la tercera, la personal: el autoconocimiento. En algún momento de ese primer proyecto, una de estas capas se dejó de cuidar, y se nos olvidó que esa también era una parte importante. Por eso desde hace unos meses el proyecto ha dejado de ser lo que era, y decidimos separarnos como grupo. Como decía al principio, viniendo de un sistema de valores «rarito» en el que la vida de las cosas es lineal: nace, vive y se muere, cuesta entender estos nuevos procesos. Aparece la decepción, el fracaso, la muerte, el luto. Pero me di cuenta de que todo es un ciclo, un proceso mutable e inestable; de que los proyectos no se mueren, son procesos constantes en los que nuestras utopías se deshacen y rehacen, se retroalimentan. Me di cuenta de que donde hubo uno, luego se dio lugar a dos nuevos proyectos; y ambos nacidos gracias a lo aprendido dentro del primero. Son proyectos embarazados de otros. De ello, además, aprendí a permitirme mis lutos, a sentirme entera con mis rabias, mis odios y mis perdones. Me di cuenta de que las agitaciones y turbulencias son necesarias para el cambio. Y las acepté sin miedo, y celebré esa capacidad de resiliencia. Para que se den diferentes formas de sistema siempre habrá de habitar un caos entre ellas.
Ahora estamos volviendo a comenzar, o quizás mejor continuar. Y hemos descubierto que lo más importante de los procesos colectivos es dar prioridad a esa capa de la cebolla que se llama «cuidados». Y que, además, esa capa tan olvidada a nuestro alrededor, atraviesa transversalmente todas las dimensiones de la vida colectiva.
Asturias