Edurne Bagué
Reseña de Memorias ahogadas, de Jairo Marcos y M.ª Ángeles Fernández. (Pepitas de calabaza, 2024)

Memorias ahogadas deviene una ventana hacia los costes sociales de un modelo de gestión del agua y la indiferencia que hasta ahora se ha mostrado hacia los desarraigos y las violencias sobre las que se ha sustentado. De este modo, el libro nos aporta un cambio radical en la aproximación al análisis y los efectos del «paradigma hidráulico». Nos aproxima a este marco hegemónico basado en la dominación integral de las vidas (humanas y no humanas) y la obsesión por el control del espacio y del agua como algo enajenado y maleable. Supone una oportunidad para ver de forma nítida la relación entre el modelo de gestión del agua y el modelo de sociedad.
Esto se consigue a través de un estilo narrativo, emotivo, delicado y cercano por medio de las historias de vida, que se van completando de manera sutil con las informaciones documentadas y teóricas. Para hacerlo, los autores van entretejiendo sus múltiples capas y temas, tales como el papel del contexto político, la epistemología de la modernidad acerca de lo que se considera vida digna y lo que no o la visión jerárquica del mundo.
Lo que se ahogó
En el siglo xix se gestó y planificó gran parte de las políticas de gestión del agua. Todo ello supuso un cambio en la fisonomía de los paisajes, pero también de los ciclos vitales y de los ecosistemas, de los que formaban parte las comunidades de personas (pueblos, asentamientos), con sistemas de organización, política, económica y social arraigada a esas aguas. De esas relaciones de interdependencia surgían los paisajes vivos y vividos. No de postal, como una foto fija, sino dinámicos, articulados por complejos sistemas de relaciones, mundos e imaginarios compartidos; es decir, vínculos y emociones. Memorias, lugares de recuerdo, lugares sagrados, lugares emblemáticos, lugares simbólicos, en las laderas, en las cuestas de los ríos y en los flujos de agua.
La historia de un país a través del agua
El libro nos acerca a distintos temas para la reflexión. La obsesión por el reto tecnológico y la falta de valor de la existencia de los habitantes en los espacios de intervención sin ver los efectos sobre su vida y su cuerpo, por parte de los ingenieros y de los aparatos del Estado. Estas élites trabajaban desde la hipótesis de que son vidas que no tienen un especial valor y que pueden ser sacrificadas de distintas maneras. Era más importante el reto tecnológico y el ejercicio del control y la dominación sobre unas masas de agua que debían ir donde estas élites creían, a cualquier precio. Es lo que hoy conocemos como «externalización de costes» o «zonas de sacrificio», obsesión que se explica por el acento puesto en la esfera de la producción: agua para alimentar el motor del desarrollo económico estatal, desde el que se desdibujan las vidas y los ecosistemas particulares, que alimentan una parte importante de las esferas de reproducción.
Esto nos lleva a los procesos de desposesión y empobrecimiento asociados, tanto tangibles como intangibles. La parte tangible la vemos en la pérdida de las casas, las tierras y el patrimonio (herramientas de una base económica de subsistencia de las familias). No son pocos los testimonios que resaltan que se pagó poco, tarde y mal. La obligación de volver a empezar en otro lugar desde muy abajo, con inconvenientes como la búsqueda de trabajo, la generación de nuevas redes y comunidades, la adaptación a otros imaginarios, sistemas de valores y formas de relación social expresada por distintos testimonios, que también nos hablan de los niveles de soledad y tristeza que quedan incrustados de forma profunda. En lo intangible se sitúa la pérdida de la comunidad y las redes de apoyo mutuo y vecinales. Esto es el aislamiento, el extrañamiento o la sensación de desarraigo y pérdida de las raíces y los orígenes.
Los efectos de estas desposesiones perduran en el tiempo y se traducen en múltiples estrategias para no perder la memoria de las raíces y el lugar de pertenencia, aunque ese lugar ahora «no exista» oficialmente, persiste la necesidad de volver a él de forma reiterada. Aunque esté bajo el agua, no ha dejado de ser «el lugar de pertenencia», como nos cuenta el libro, para encontrarse nuevamente y recordarse.
Finalmente, el tributo a la memoria histórica aflora en el libro cuando aborda la dureza de las condiciones de quienes hicieron posible que esos muros fueran reales a partir de la vulneración de derechos humanos y esclavitud política. La práctica institucional de violencia sobre los cuerpos durante la posguerra, cuando se condenaba a los vencidos a trabajos forzados, en invierno, casi sin poder dormir ni comer, con apenas ropa y calzado para el frío. Muchos morían fruto de estos abusos y del ejercicio de esta violencia. Un tema aun hoy en día tabú y poco explorado.
¿Qué nos aporta en el momento actual un libro como este?
Sin pretenderlo, el libro nos ofrece los testimonios para un análisis ecofeminista, porque salta a la vista la conexión entre las distintas dimensiones de la dominación: dominación de los cuerpos de agua, que pasa por la dominación sobre la vida de las personas, pero también sobre sus cuerpos. Esto se muestra de manera evidente en el caso del uso esclavista de los presos políticos después de la Guerra Civil, cuerpos obligados a trabajar hasta morir del cansancio debido a la explotación.
En conclusión, se trata de una obra que puede ser de referencia a partir de ahora y debiera ser de obligada lectura. Es un ejercicio de enorme complejidad técnica que logra transmitir de forma sencilla y sensible temas complejos y espinosos, y sacar a la luz una parte oscura de los costes sociales y humanos de los modelos basados en la dominación del agua y las personas.
Edurne Bagué
Doctora en Antropología Social y Cultural, especialización en Agua, Sociedad y Cultura