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El despliegue de las energías renovables viene acompañado de un relato narrativo que lo sitúa como la fórmula para alcanzar las emisiones cero, como lo mejor que podemos hacer para frenar la crisis climática. Si no abordamos la relación entre los combustibles fósiles y la forma actual de alimentarnos, lo que nos están presentando es un espejismo.
Del sol al petróleo
Según la FAO, alrededor del 30 % de toda la energía utilizada en el mundo se dedica a sostener el sistema alimentario mundial y casi la totalidad de esa energía procede de los combustibles fósiles. Quienes pensábamos que la agricultura consiste simplemente en convertir la energía del sol en alimentos nos preguntaremos: ¿cómo es posible?
Para explotar al máximo la tierra y forzar los ciclos naturales, el petróleo es fundamental.
Es posible porque en los últimos 50 años, en muchas partes del mundo el sistema alimentario se ha industrializado, impulsado por las gigantescas corporaciones alimentarias y agroquímicas. Para explotar al máximo la tierra y forzar los ciclos naturales, el petróleo es fundamental. Si nos ponemos a pensar sin profundizar demasiado, vemos que con maquinaria movida por petróleo —y construida a base de petróleo— se deforestan las selvas para establecer monocultivos y trabajar posteriormente esa tierra. Muchos agrotóxicos y fertilizantes inorgánicos son derivados del petróleo y los mismos alimentos envasados con petróleo transformado en plástico se exportan por tierra, mar y aire, en medios de transporte que dependen absolutamente de combustibles derivados del petróleo. Parece que lo hemos normalizado, pero sin él no hubiera sido posible la revolución verde ni la globalización del sistema alimentario.
Aun así, en el caso del campesinado que produce para el consumo doméstico o para la venta en los mercados locales, la agricultura en gran medida sigue dependiendo solo de la energía sostenible e infinita del sol y, desde luego, de la energía procedente de su trabajo.
¿Se puede comer sin petróleo?
Uno de los datos más llamativos es que el 70 % de la energía utilizada en el sistema alimentario mundial se consume después de que los alimentos hayan salido de la finca.
Esto puede entenderse mejor si se observa el país en el que quizá ese proceso de transformación ha evolucionado de forma más extrema: Estados Unidos. El gráfico 1 muestra cómo se distribuye el uso de energía del sistema alimentario estadounidense entre sus diferentes fases. La propia agricultura es responsable de algo más de una quinta parte de la energía utilizada, un 21 %. La mayor parte proviene de la energía necesaria para producir fertilizantes químicos y pesticidas (40 % del uso de energía en la finca) y del uso del diésel que necesita la maquinaria agrícola (25 % del uso de energía en la finca).
Uso de energía en el sistema alimentario de EE. UU.
Fuente: Martin Heller y Gregory Keoleian, Life Cycle-Based Sustainability Indicators for Assessment of the U.S. Food System (Michigan: Center for Sustainable Systems, 2000)
Cuando el alimento se ha cosechado es cuando se consume el 79 % restante de la energía. El transporte es un importante devorador de energía, con el 14 % del pastel, fundamentalmente petróleo. Este dato no sorprende, ya que, por ejemplo, el 90 % de todas las verduras frescas que se consumen en Estados Unidos proceden del estado de California. ¿Podrían distribuirse mediante camiones eléctricos y así rebajar el uso de combustibles fósiles? Quizá en este caso sí, al tratarse de una distribución interna del país; pero sería anecdótico, ya que la alimentación globalizada es en realidad un ir y venir de importaciones y exportaciones de alimentos en contenedores, por barco o avión, que requieren enormes cantidades de petróleo.
Es importante destacar la tremenda cantidad de energía utilizada en el proceso industrial de elaboración y envasado de alimentos, el 23 %. Aquí es donde las grandes corporaciones alimentarias como Nestlé, Unilever y Pepsi obtienen la mayor parte de sus beneficios, vendiéndonos paquetes de alimentos altamente procesados que no solo requieren enormes cantidades de energía para su producción o de plásticos derivados del petróleo para su envasado, sino que también dan lugar a montones de residuos difíciles de reciclar. En España, el 11 % en peso de los alimentos son envases de usar y tirar. La comida y las bebidas generan el 80-90 % de residuos de envases, solo el 26 % de ellos se recicla. ¿Pueden sustituirse estos materiales y procesos por otros? ¿Podemos prescindir de todo esto?
La situación en Europa y España no es muy diferente. Un estudio del Centro Común de Investigación, de la Comisión Europea, (más conocido como JRC, por sus siglas en inglés) calculó que el sistema alimentario de la Unión Europea supuso el 26 % de todo el consumo energético de la Unión en 2013. La Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, situó esta cifra para España en el 30 %. Al igual que en Estados Unidos, gran parte proviene del transporte, el procesamiento y la producción de fertilizantes y productos agroquímicos. Que Murcia y Andalucía produzcan la mayor parte de las hortalizas para el resto de Europa en invierno lo dice todo. Otro ejemplo que muestra que cada año España importa 80 000 toneladas de patatas del Reino Unido a la vez que exporta 26 000 toneladas al mismo país en el mismo año quizá lo explica aún mejor.
Tenemos que dejar de mover las materias primas y los alimentos por todo el mundo como si el sistema alimentario fuera una agencia de viajes global y pasar a la producción y el consumo localizados.
Alimentos industriales a base de renovables
¿Qué se puede hacer al respecto? La agroindustria y las corporaciones alimentarias apuntan rápidamente a sus esfuerzos por producir maquinaria más eficiente en sus plantas de producción, empezar a utilizar vehículos y herramientas eléctricas y avanzar hacia las energías renovables. La digitalización en la agricultura, dicen, también quiere contribuir a la lucha contra la crisis climática. Pero, como hemos visto anteriormente, al menos hay dos barreras que parecen insalvables para la alimentación globalizada.
Por un lado, el uso de maquinaria pesada en la actual agricultura y ganadería intensiva es, desde el punto de vista físico, imposible de electrificar y seguirá requiriendo diésel, de la misma manera que no puede prescindir, en suelos agotados, del uso de fertilizantes y productos agroquímicos que requieren petróleo. El empleo de maquinaria, en segundo lugar, es solo una parte menor del uso de energía en el sistema alimentario industrial. El verdadero problema radica en la energía necesaria para trasladar masivamente sus productos por todo el mundo, el procesamiento industrial y el envasado de los alimentos.
Para salir de la crisis climática actual, parece claro que necesitamos ampliar la mirada. La electricidad es solo el 20-25 % del consumo de energía actual y, como hemos visto en el caso del sector alimentario, de la energía restante solo una pequeña parte puede ser electrificada. Y, aunque la quimera de utilizar motosierras eléctricas para seguir deforestando, tractores eléctricos para esparcir fertilizantes o aviones eléctricos para seguir fumigando con agroquímicos fuera posible, ¿queremos mantener este modelo?
Está claro que si queremos un modelo más sostenible, el sistema alimentario mundial tiene que dar un vuelco total. Hay que avanzar hacia métodos de producción agroecológicos que apenas utilicen insumos externos y poner fin a la comida basura altamente procesada y devoradora de energía. Tenemos que dejar de mover las materias primas y los alimentos por todo el mundo como si el sistema alimentario fuera una agencia de viajes global y pasar a la producción y el consumo localizados.
Balances energéticos
Un mayor nivel de complejidad técnica no va asociado siempre a una mayor efectividad en el uso de la energía de los ecosistemas. La falta de eficiencia que conlleva el progreso ha disparado la demanda de energía per cápita a nivel mundial desde 1860 hasta la actualidad, que se ha multiplicado por 20. Si retrocedemos todavía más en el tiempo y comparamos la energía necesaria per cápita en las economías industrializadas con los sistemas de subsistencia de los cazadores-recolectores, la demanda de la primera es 125 veces mayor que la de la segunda.
El balance del uso de la energía en el sector agrícola muestra que el número de calorías necesarias para obtener una caloría de alimento se ha triplicado con la industrialización respecto de los sistemas tradicionales [...]. En 1970 el balance se necesitaban 8 calorías de combustible para obtener una caloría de alimento. [...] La energía necesaria para producir una caloría de alimento se ha triplicado desde 1970 hasta el año 2000. En términos de eficiencia energética, resulta preocupante el hecho de que sea necesario invertir 30 calorías en el proceso de obtener una caloría de alimento.
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